Fuenteovejuna y otras angustias, por Alfredo Maldonado

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El versito tradicional “con todos a una” rima y mete miedo, especialmente cuando se está bien comido pero rodeado por una multitud que ya demasiada hambre ha acumulado en sus estómagos e ilusiones vacíos, porque el humano, igual que el animal, con hambre a bordo es capaz de cualquier naufragio.

Fuenteovejuna mete miedo incluso a los que no leen, aunque es de reconocer que para mas o menos soportar los largos escritos de Marx y de Lenin algo hay que saber leer, aún sabiendo que leerlos no significa automáticamente entender, más fácil es siempre escuchar algunas consignas y darlas por sentadas y ya no discutamos más, vamos a tomarnos unas cervezas refrescando la piel con las brisas del malecón y ejercitando la vista con traseros y pechos generosos de negras, mulatas y blancas –turistas curiosas incluídas- a la vista de ese mar de 90 millas que separa a la barbarie y el sometimiento del cuello doblado, del sometimiento a leyes, el American dream y los dreamers y algunos locos que, en un ambiente de libertad, compran rifles de asalto para matar de acuerdo a sus propias y privadas frustraciones.





La diferencia que sigue animando a ver con esperanza esas peligrosas millas de mar imperialista, es que al enfermo de turno que mata por locura lo matan a su vez o lo sepultan en una cárcel después de un juicio federal que hasta famoso puede hacerlo, mientras que en la isla caribeña a quienes matan por formación y disciplina ideológicas los ascienden.

Por estos predios lo más cercano es Aruba y las calles multicolores de Curazao –Bonaire es una lejanía más difícil de alcanzar- y entre ellos y Paraguaná hay un mar que de día es una plataforma tentadora y de noche un asesino agitadamente listo. Una cosa es divisarse mutuamente en alguna noche despejada luces de parte y parte, y otra atreverse a alcanzarlas.

Fuenteovejuna es temible porque, por encima de errores y retóricas ineficientes, empieza a renacer, sea mediante alborotados encuentros en busca de actuar como aquél jabón Camay que en remotos tiempos embellecía desde la primera pastilla -¡qué tiempos aquellos!- para reconstituir la unidad podrida y refrescarla con nuevo maquillaje y vitaminas que no alimentan pero entusiasman, que sin duda también preocupará a los que han levantado tan altas y fuertes murallas que ya no saben cómo salir de ellas, y al mismo tiempo, ¡maldita casualidad! pensarán los sitiados, no sólo renace sino que presenta adicionalmente un decálogo de acción mucho más coherente, creíble y deseable que el más extenso y repetitivo de promesas e imposibilidades Plan de la Patria revolucionaria, socialista, chavista, madurista y populachera que nadie lee porque es más aburrido que una tortuga dormida.

Como por leer no leen ni siquiera los esmerados, extensos y lujosos folletos de explicaciones y advertencias de los carísimos Lamborghini, Ferrari y otros caprichos, tampoco leen ni conocen historia, y no entienden entonces que en cumplimiento de la vieja maldición la están repitiendo.

Por un lado hablan y llaman a un pueblo que los sigue pero no los comprende, que no les cree sino que espera las limosnas de cada día, y por el otro llenan cárceles y otros espacios infernales de civiles y militares que puede que estén o puede que no en alguna conspiración. Lo que sí van entendiendo es que esa murmurante masa que se amontona fuera de las murallas ya va queriendo menos protegerlos y más despedazarlos.

Es el miedo desconcertado, hielo en el vientre, inmovilidad en la mente, de Fuenteovejuna, que empezó por pocos y ya son casi todos a una. Es la angustia de quien comprueba un día que tiene un cáncer que había venido avanzando poco a poco y sin grandes aspavientos, que no se supo detectar a tiempo y ahora, como si realmente fuera de repente, les anuncia que morirán entre dolores insoportables y certeza aterradora.

Fuenteovejuna sin organizaciones ni dirigencias retóricas, Fuenteovejuna todos a una. Los comendadores entran en pánico porque el control de ese tren dejó de funcionar, resopla y patina, va en bajada y se acerca a una curva que o se toma bajo control o se descarrila hacia el barranco cada dia más hambriento de víctimas.

Por ahí vamos y cada uno dice la convicción que nos está uniendo a todos, “soy Venezuela, todos a una”