José Aguilar Lusinchi: Hijos de… El tercer postgrado

José Aguilar Lusinchi @jaguilalusinchi
José Aguilar Lusinchi @jaguilalusinchi

 

La cabeza estaba en descanso con vidrio de la ventana. No había retrovisor ni alguna forma de ver hacia atrás, pero no hacía falta la vista para saber lo que dejaban. Pensaban en muchas cosas y en nada al mismo tiempo. Ninguno tuvo oportunidad de culminar su carrera. Algunos canallas se lo prohibieron. No emigraron, huyeron.

Salían de un país donde no tenían cabida. Alguien decidió que estaban demás. Con políticas económicas les impidieron acceder a bienes y servicios. Bajo políticas sociales les ordenaron registrarse en nuevas listas para alimentarse. Intentaron expropiarles sus mejores años con mentiras y confiscar sus sueños con odio.





Entre dieciséis y veinte años tenían al partir. Saben mejor que nadie el significado del valor. Sentados en sus asientos se preguntaron el porqué. No existió respuesta. No estaban preparados aún para darse cuenta que su preguntaba estaba equivocada.

Horror. Eso experimentaron al llegar junto a un gran vacío por dentro. La magnitud del sentimiento de aquellos días sigue siendo palpable, aunque no pueda verse. Las primeras semanas pasaron como una condena. Arrebataron sus vidas tan impecablemente, que apenas se daban cuenta. Costó asumir como un puñado de personas se adueñó de su país, y como otro, lo permitió.

Dejaron de sentir hambre. Apareció la desesperación. Padecieron ansiedad. Pensaron en volver antes de tiempo. Creyeron que no podrían seguir. Pero no se rindieron. Su fuente de inspiración fue más grande que todo lo que habían perdido. Entraron en un proceso de transformación que solo un holocausto puede ofrecerles.

Llegó el momento y cambiaron de interrogante. ¿Para qué?. Es tan inmenso lo que sintieron y sienten al responderla, que no puede llegar a explicarse en su totalidad. Desde entonces, también se hacen otra clase de preguntas. El cómo y el cuándo aceleran sus mentes. Como ser más útil para su país y cuando sería el momento para regresar.

Sus destinos cambiaron al tener una orientación distinta en sus respuestas. Renunciaron a sus planes previos, cuando comprendieron que tenían un deber con su país. Hicieron de ese deber su motivación al logro. Una motivación que va más allá de sus palabras, pues nace de sus historias.

Justo allí volvieron a nacer. Simplificaron sus vidas con pasos que no generaban valor. Se innovaron a sí mismos con nuevos hábitos. Vencieron las normas del desarrollo común. Saben lo que ocurrirá en el mañana porque se han convertido en visionarios. Son hijos de otro holocausto.

Hijos de una voluntad independiente. Hijos que aplican autodisciplina llenos de dignidad e integridad. Hijos que cumplen sus compromisos, no al servicio de metas, horarios e impulsos de momento – dejaron de ser unos niños -, sino de principios correctos y de los valores más profundos que dan sentido y contexto a nuestras vidas. Son hijos con un propósito bastante claro.

Sonríen. Lloran. Todos sin excepción. Han comprendido que el dolor obliga al cambio verdadero. Que el sufrimiento fue usado para moldear sus caracteres. Su escala de valores es impenetrable. Ya cayeron en cuenta que la gran respuesta es que son parte de la mejor generación que ha tenido Venezuela. No es solo quienes son como individuos, sino con quienes llegarán. Lo harán juntos.

Hubo una constante que no es cualquier cosa. Representa una necesidad incesante de volver. De volver para reconstruir su cuna. Para incentivarla a fin de hacerla una nación entre las grandes. Para representarla ante otras naciones. Para que ningún otro canalla asuma de nuevo el poder, sin importar de donde venga.
Tanta convicción en tan pocas edades que impresiona. Esta materia del postgrado se llama crecimiento. Una materia que nunca habrían elegido cursar, pero los obligaron. Todos hubiesen preferido volver a estudiar bachillerato. Esta planificación didáctica fue tan efectiva, que incluso los roles en sus familias cambiaron. Ahora están por encima de la estructura.

Todas las sin razones pueden probablemente acallar la conciencia de las personas que carecen de ella, pero no pudieron silenciar la de quienes representan el futuro de nuestra patria. Sienten que ya vencieron al mal. Al menos dentro de ellos se salieron con la suya. No hay cambio en ninguna vida que no tenga un tinte de melancolía.
Luego de escribir estas líneas es imposible no reconocer un futuro y aceptar un espacio de nuevas posibilidades. Nunca antes se me había erizado tantas veces la piel en tan poco tiempo. No estoy muy seguro que es exactamente, pero llegué a la conclusión de qué hay algo en ellos algo que evitará que la historia vuelva a repetirse. Tiene que haberlo.

1:35AM del día de la publicación. Borré y volví a escribir. No quise publicar una narrativa de no ficción. Esto merecía otra cosa. Sentí que la forma era insignificante en comparación al fondo proporcionado por ellos.
Si mis letras pueden servir a Dios en su propósito de guiar a mis hermanos repartidos en el mundo, solo pido sabiduría y discernimiento, y las entrego todas. El Autor.

José Aguilar Lusinchi
[email protected]
Instagram: jaguilarlusinchi