Ramón Peña: Réquiem petrolero

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En diciembre de 1994, la publicación especializada Petroleum Intelligence Weekly (PIW) clasificaba a Petróleos de Venezuela (PDVSA) como la segunda corporación petrolera más importante del mundo. Los criterios para tal distinción incluían: reservas de hidrocarburos, producción de crudo y gas natural, capacidad de refinación, ventas de productos refinados y posicionamiento mundial. En ese mismo año, PDVSA emprendía un ambicioso proyecto de expansión y flexibilización operativa, que llevaría su producción de 3 a 6 millones de barriles diarios (MBD) antes de 2010.

En aquella misma fecha, Angola, una pequeña republica del África, de modestas reservas de hidrocarburos, producía 400 mil barriles diarios. Hoy, la producción de Angola es superior a la nuestra. De nada sirve que nuestros jerarcas, imitando a Chávez, se jacten –como si fuera obra suya- de que poseemos las mayores reservas de petróleo del planeta. El crudo no brota espontáneamente.





También entonces éramos el tercer productor más importante de la OPEP. Hoy somos el octavo y persiste la declinación. El pasado mes de febrero, según registros de esa organización, la producción descendió a 1 millón 548 mil barriles diarios, menos de la mitad de los 3 millones 200 mil barriles diarios que producíamos en 1998. Nuestro ya mermado ingreso petrolero, del cual dependemos en 96% para importar alimentos, medicamentos, e insumos y materias primas para la actividad industrial y agrícola, caerá este año otros 12 mil millones de dólares.

Irresponsablemente administrada, carcomida por la corrupción, con desmoralización en sus filas y ahora gerenciada militarmente por desconocedores del negocio petrolero, se prefigura un destino incierto para PDVSA, que compromete el bienestar de los venezolanos. De continuar por otros años bajo el mandato de quienes la han gobernado durante casi dos décadas, esta corporación -el mayor logro industrial de nuestra historia- terminaría convertida en monumento arqueológico.