Indignados, por Carlos Moreno

Indignados, por Carlos Moreno

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En la Venezuela de la catástrofe socialista la capacidad de indignarse ha desaparecido del todo.





Las energías se emplean en la supervivencia y cada vez hay menos espacio para la cohesión social, por inercia o por el control basado en el odio que despliega el régimen.

Hemos visto a venezolanos anunciar su inminente muerte por redes sociales ante la falta de medicamentos, para enterarnos, semanas después, que han fallecido tal y como habían anunciado.

También hemos presenciado la humillación de nuestros abuelos durmiendo en el suelo a las afueras de un banco donde se les pagará una pensión que se traduce en solo un cartón de huevos. Alguno ha muerto en esos espacios.

El escape de millones de venezolanos fuera de las garras sanguinarias del régimen es hoy un horizonte más alentador para los que se van y las familias que dejan atrás. Para los que salen representa un reto de vida y supervivencia, y para los que quedan viéndolos partir, la esperanza de poder comer.

Las tragedias de Venezuela, en mayor o menor escala, se metabolizan desde un raído tejido social como lo cotidiano y regular. Fuera de nuestro país mucho resulta inverosímil siendo el territorio con la mayor reserva de crudo. Pero hay cada vez más despertares en la región y en el mundo.

La indignación desde el plano internacional estalla porque el drama es inocultable. 40 mil venezolanos cruzan fronteras a diario hacia Colombia y Brasil. Otros se arriesgan cruzando la mar.

El régimen ha sabido jugar a ese desgaste, a vender lo extraordinariamente caótico como un tránsito épico ante la repetida amenaza imperialista. Cómo una ruta que se superará, pero que hay que aguantarla.

Recuperar esa capacidad de indignarse desde dentro el país pasa primero por dejar de sobrevivir a diario, por reconstruir un Estado de Derecho.

Para ello lo primero que se procura desde el plano internacional es el hundimiento definitivo de una dictadura que indigna al mundo.