Robert Gilles Redondo: Catatonia nacional

Robert Gilles Redondo: Catatonia nacional

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En la ciencia política es muy frecuente el uso de escenarios para explicar y entender situaciones, el recurso es pues ampliamente conocido por todos nosotros. No obstante estoy muy consciente de que algunas de las “puestas en escena” resultan amargas de tragar. En este caso me excuso por el título pero es lo que más se me ha impuesto ante la inclasificable imagen que proyecta Venezuela.

La palabra “Catatonia” viene del griego y, según el DRAE, significa: Síndrome esquizofrénico, con rigidez muscular y estupor mental, algunas veces acompañado de una gran excitación. Qué duda cabe, el diagnóstico parece encajar cabalmente en este cuadro bizarro. Ésta se presenta en el momento histórico más oscuro, cuando las circunstancias nos colocan en trance de elemental supervivencia y carecemos de un liderazgo creativo y corajudo que supere la tradicional politiquería ágrafa y deleznable que se engendró en aquellos tiempos, aunque dramáticos siempre mejores.





Los verdaderos jefes políticos, aquellos que trascienden la coyuntura inmediata, tienen siempre una visión en varios planos, solía decir el expresidente Octavio Lepage refiriéndose a Betancourt, una ante visión histórica, por ello aprecian de manera singular el valor de la coherencia por la que sacrifican muchas veces deseos y hasta reconcomios. Si aceptamos esto tendremos que admitir que en el panorama político de la Venezuela de hoy no se vislumbra, ni de lejos, un auténtico jefe político, menos aún un hombre de Estado. Aunque contemos con cuadros políticos de primer nivel que han sostenido el ánimo nacional en estos momentos tan dramáticos.

Una visión aún apurada y panorámica de la debacle nacional revela que la desolación intelectual y la incoherencia conceptual –las palabras porque mal puede hablarse de discurso-, tanto del gobierno como de la oposición son deplorables, baratas, deficientes. Ese cuadro de anomia no solo normativa sino intelectiva explica con lujo de detalles (y en los detalles habita el diablo) la tardanza que tanto nos irritaba en que se asumiera internacionalmente una posición crítica y proactiva frente a la inaceptable destrucción moral y física del país. Al mundo no le preocupa solamente el horror de las condiciones de vida del venezolano y sus consecuencias de contagio y perturbación regionales, les preocupa y con razón, que no ven la fórmula de recambio capaz de solventar este caos con rapidez y eficacia.

Ésa fórmula es la que nos conducirá al ineludible día después. Ese momento tan esperado por todas las generaciones que hoy habitan nuestra nación, dentro o fuera de ella, y que son víctimas hasta de ellas mismas, es también el mayor enemigo de la recuperación democrática del país. Salvar la subitaneidad del tránsito, como afirmara Mirabeau en los inicios de la Revolución Francesa, es una prueba muy difícil y por eso causa estupor como más de uno pretende venderse sin más en el epicentro donde se originaría la reconstrucción. Ser y demostrar coherencia es indispensable, cambiar unos aventureros por otros no es una oferta vendible y mal puede tranquilizar a nadie.

Que un grupo de ciudadanos bien preparados, bien formados, asuma la tarea –sin ambiciones de permanencia- de liderar a nuestra sociedad y reencauzar la República, que se apoye y dé amplias posibilidades de participación a una juventud brillante y heroica que el país ha descubierto luchando en las calles y trabajando en las aulas y talleres de nuestras casas de estudio, que después de 20 años de aguantar lo inaguantable entendamos la necesidad de sumar, de trabajar y de ganar honestamente el pan, pero que haya pan y trabajo, no las migajas envilecedoras con las que pretenden eternizar la condición de mendigos cabizbajos.

Podríamos decir, ponderando las vicisitudes y dificultades de este país casi destruido, que para todo esto debemos asumir una paciencia vigilante y exigente que deje claro que no habrán milagros en esta dura carrera de la salvación nacional. Ni milagros ni mesías. Esa paciencia nos hará entender la necesidad que tenemos de promover como ciudadanos una transición que restaure la libertad y la convivencia de los venezolanos. De aquí a esa transición inexorable que vivirá Venezuela es donde debemos potenciar las virtualidades positivas de la actual crisis. No todo está perdido aun cuando muchos se crucen de manos o decidan adaptarse a la tragedia.