Asamblea Nacional: Entre la integridad y la contradicción, por Juan Carlos Rubio Vizcarrondo

Asamblea Nacional: Entre la integridad y la contradicción, por Juan Carlos Rubio Vizcarrondo

La era chavista ha traído consigo una inmensa cantidad de golpes, sean éstos económicos, políticos, sociales, culturales o anímicos; y, en su perversidad, realmente no podía esperarse lo contrario. Esa siempre ha sido su misión: corromper, destruir y dominar a partir de la pauperización de todo cuanto conocemos. Sin embargo, el golpe de gracia, a los efectos del pueblo venezolano, no está en las proclividades del régimen por el caos y el desorden. Tal estocada yace en algo mucho más insidioso y trágico, en aquello que aplasta la moral de cualquiera: el verse traicionado por quienes uno confiaba. ¿Cómo podría ser de otra manera? El ser embestido por el enemigo ha siempre de esperarse, pero la puñalada trapera de quien se suponía amigo duele y confunde más que cualquier otra cosa.

Para nuestro desmedro ese es el caso de porciones de la dirigencia opositora. Aun reconociendo el valor de lo decidido respecto al antejuicio de mérito de Nicolás Maduro, no puede olvidarse que, por su tibieza y ambivalencia, han tendido a volcarse hacia el fracaso tanto en la dirección política como en la conducción de la Asamblea Nacional. Los antecedentes hablan por sí solos, la referida dirigencia es la misma que se vio pérdida en el 2016 sobre la estrategia (enmienda o reforma constitucional, la constituyente o el referéndum) para remover al régimen, que impulsó un referéndum revocatorio que luego dejó ir, que falló en nombrar un nuevo Consejo Nacional Electoral, que desamparó a los magistrados legítimamente nombrados y que permitió que la Asamblea fuese mutilada por el ilegal “Tribunal Supremo de Justicia” y la Constituyente Comunal y que mortalmente no ejecutó los puntos por los que votamos en el Plebiscito del 16 de Julio de 2017. Pero estos declives, tan nefastos como puedan ser, apenas son la punta del iceberg. Debajo del hielo es que está el peor problema de todos: la oposición formal ha encarnado el espíritu mismo de la contradicción, lo que es decir, ha hecho casi siempre todo lo contrario de lo que esperábamos de ella.

Al contradecirse continuamente, gran parte de la dirigencia que sabemos cuáles son,  se encuentra desprovista de planteamientos sólidos, por lo que ésta hace y deshace, dice y se desdice. Algunos podrían decir que esta realidad es una debilidad inherente a una coalición constituida por demócratas. Lo que yo digo, sin que me quede nada por dentro, es que esto ha sido la miopía de una clase política que ha privilegiado al interés circunstancial sobre el interés superior nacional. ¿De qué otra manera podría explicarse todo cuanto ha acontecido? Éstos son los líderes o más bien dirigentes que en un instante apoyan a la protesta popular y luego se sientan a dialogar. Los iluminados que dicen que no hay condiciones electorales pero que la salida es con los votos. Los irresponsables que convocan a un plebiscito para posteriormente darle la espalda al dictamen de la gente. Los políticos seniles que declaran la falta absoluta de un Presidente pero se les olvida.

Ahora bien, ¿a qué se deben todos estos estragos, estos desmanes de la incoherencia? Los mismos son el resultado del hecho de que la oposición venezolana formal, con la excepción de ciertos sectores, es hueca en cuanto a propuestas y principios. Ni ella ni los partidos que la componen tienen criterios filosóficos, doctrinarios o existenciales sobre absolutamente nada, todo lo contrario, padecen, de fondo, de un pragmatismo perverso limitado a lo coyuntural y tendiente a lo acomodaticio. En razón de esta circunstancia es que, sin importar que tanto lo pensemos, no hallaremos en su seno una visión de país, una visión de gobierno o, inclusive más importante en nuestra situación, una estrategia para transitar del régimen oprobioso del hoy a la prosperidad posible del mañana.

A pesar de lo terrible que ha sido la dirigencia en relación a su rol histórico, debemos pensar que no hay mal que por bien no venga y que no hay puerta que se cierre sin que otra se abra. Así entenderemos que los acontecimientos concernientes a la oposición han servido para revelar la verdadera naturaleza de muchos dentro de ella, además de dejar un espacio para que la disidencia integra emerja como protagonista. Esto es esencial por cuanto vivimos en una época que exige un quiebre con la “política de siempre”, al ser ésta inútil para vencer a las fuerzas tiránicas que nos han secuestrado.

La enseñanza tras tanto engaño y desarraigo es que debemos rechazar categóricamente la visión de la política como simple transacción, porque si esa tesis fuese la correcta ya hubiésemos recuperado a la democracia y la tragedia vivida perteneciese al pasado. El resultado de tal concepción podemos denotarlo en una oposición que, por tener que siempre ajustarse para poder transar, no entiende de principios o valores, sino del intercambio de intereses. Esto es lo que ha probado ser el origen inequívoco de las contradicciones e incoherencias que nos han llevado de derrota en derrota, por lo que el liderazgo genuino debe entender que los principios, los valores y la moral no pueden ser claudicados. Estoy seguro, en definitiva, que una dirigencia, que continuamente refleje que las convicciones no son moneda de cambio en una negociación, con más actuaciones como la relativa al antejuicio de mérito, será la misma que recupere el oído de los venezolanos y pueda erigirse como el otro camino que el país tanto reclama. De lo contrario, quedarán irremediablemente en el olvido del pueblo que alguna vez los eligió.

@jrvizca

 

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