Familiares en el exterior alivian el costo de la muerte en Venezuela

(Foto Jorge Castellanos)
(Foto Jorge Castellanos)

 

Zoraya Muñoz no sabe qué hubiese hecho o qué tendría que haber empeñado si su única hermana, emigrante en Estados Unidos, no hubiese costeado los gastos funerarios cuando falleció su mamá. El acto velatorio duró tres días, hasta que la hija llegó a San Cristóbal. Así lo reseña lanacionweb.com

Por Daniel Pabón





En promedio, siete de cada diez servicios están siendo pagados por familiares que se han ido del país, calcula el director principal de la Asociación Profesional de la Industria Funeraria, Romel Cañas. En los casos restantes siempre aparecen ayudas de vecinos y amigos, agrega.

La emigración asciende a tres o cuatro millones de venezolanos, o entre 10 y 12% de la población, concluye la Encovi 2017. Estimaciones de la firma Datanálisis refieren que ocho millones de venezolanos viven de las monedas extranjeras que ahorraron o que reciben de sus familiares por la vía de las remesas.

Morirse sale carísimo. Los servicios funerarios con entierro en el Táchira oscilan entre 50 millones de bolívares, los más baratos; hasta 80 millones, los más costosos, aunque con modestas urnas de MDF. Esto, siempre que la familia disponga de una bóveda de su propiedad o por lo menos prestada; de lo contrario, se dispararía el monto: una parcela nueva de dos puestos para uso inmediato puede costar hasta 42 millones de bolívares.

La hiperinflación no se muere en las funerarias. Encargados de establecimientos de San Cristóbal afirman, con facturas en mano, que tienen dos años en que no se mantiene el mismo precio de los ataúdes entre un pedido y el siguiente. “Siempre llegan con aumento”, coinciden. Y “¿puedo pagar una parte en pesos?”, les preguntan con cada vez más frecuencia.

Urnas que “pesan”

En los precios del negocio de la muerte siempre influye el material del ataúd. Antes, la metálica era tan barata como usada. “De cada 100 cajones, 70 eran de tipo metálico”, recuerda Cañas. Pero esta proporción se invirtió: “Ahora de cada 100 urnas, 90 son de MDF o madera y 10 metálicas”, diferencia el vocero.

La escasez de láminas de aluminio en el mercado, junto a otros factores, las ha encarecido al punto de que la urna más sencilla de metal cuesta entre 50 y 55 millones de bolívares. Por el contrario, la más económica de láminas de MDF (siglas en inglés para designar los tableros de fibra de densidad media) se puede conseguir por entre 18 y 20 millones.

El Táchira mantiene la producción de ataúdes en zonas tradicionales como Colón y la Troncal 005. Ha pasado que el carpintero que se dedicaba a confeccionar juegos de cuarto, chifonieres, mesas de noche o literas ha visto que la gente ya no se preocupa por comprar este tipo de mobiliario. Entonces ha migrado al negocio de los ataúdes, cuyas medidas suelen ser 2 metros con 5 centímetros de largo y entre 70 y 80 centímetros tanto de ancho como de alto.

La inhumación, o entierro del cadáver, pasa por el destape de la bóveda en el cementerio: en el Municipal estos costos van desde el trabajo tipo tanque (millón y medio de bolívares) hasta la exploración a tierra (6 millones), tomando en cuenta que estos montos no incluyen labores conexas como limpieza, desmalezado o desmanchado de placas; entre tanto, en un jardín privado puede costar hasta 25 millones, según la posición -arriba o abajo- que se vaya a destapar dentro de la parcela.

Una opción que, según los entendidos, permite reducir gastos es el método de la cremación. En el Táchira funcionan dos servicios de este tipo: uno se cotiza por alrededor de 15 millones de bolívares, más unos 3 millones el cofre, y otro se aproxima a 30 millones de bolívares. El ahorro, comparativamente hablando, también es millonario. Pero la decisión siempre será personal. “Yo he dicho que preferiría la cremación”, cuenta Zoraya Muñoz, mientras visita la tumba de su madre en el Jardín Metropolitano.

Nada de cenizas al viento o decorando la sala de la casa. Para los católicos -la mayoría de la población en el Táchira- la Iglesia instruyó en su documento “Instrucción Ad resurgendum cum Christo” (2016) que las cenizas del difunto, por regla general, “deben mantenerse en un lugar sagrado; es decir, en el cementerio o, si es el caso, en una iglesia o en un área especialmente dedicada a tal fin por la autoridad eclesiástica competente”. En San Cristóbal existen los columbarios de las parroquias de Fátima y Divino Redentor.

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