El hambre y la humillación venezolana retratadas en un paquete de galletas

ACOMPAÑA CRÓNICA: VENEZUELA CRISIS. CAR05. CARACAS (VENEZUELA), 25/09/2017.- Fotografía fechada el 20 de septiembre de 2017 que muestra a dos hombres mientras hurgan en una basura en busca de comida en una calle de Caracas (Venezuela). En las calles de Caracas deambulan cada vez más niños y de menos edad. Se trata, según analistas y activistas de derechos humanos, de una nueva oleada de pequeños que prácticamente han abandonado sus hogares, aunque esta vez la razón es una sola: "La falta de comida en sus casas". EFE/Miguel Gutiérrez
Fotografía fechada el 20 de septiembre de 2017 que muestra a dos hombres mientras hurgan en una basura en busca de comida en una calle de Caracas (Venezuela). En las calles de Caracas deambulan cada vez más niños y de menos edad. Se trata, según analistas y activistas de derechos humanos, de una nueva oleada de pequeños que prácticamente han abandonado sus hogares, aunque esta vez la razón es una sola: “La falta de comida en sus casas”. EFE/Miguel Gutiérrez

 

La crisis en Venezuela se agrava y el hambre no se apiada de nadie. No es nuevo ver en las calles a gente pidiendo dinero. Pero desde hace unos años, y con la “revolución bonita”, la situación se ha incrementado y pareciera que no hay voluntad para cambiarla.

Por Daniela Mendes / La Patilla





La historia empieza un domingo común y corriente en el que, para desconectarme un poco de la situación, decidí ir al cine y así poder calmar un poco la “sensación de frustración” que da el país, que nos sacude y nos deja sin ganas hasta de respirar.

Mientras me fumaba un cigarro pasó una persona desaliñada, con un blue jeans rasgado y una camisa rota de rayas blancas y rojas. El hombre tenía barba y las manos sucias; por su aspecto se podía notar que ya eran varios meses los que llevaba en situación de calle.

Inmediatamente pensé lo que es inevitable: “seguro viene a pedir efectivo y con esta crisis no tengo nada que darle”, pero la sorpresa no se la llevó él cuando le dije que no tenía absolutamente nada de dinero. La sorpresa fue para mi, cuando el señor con los ojos llenos de lágrimas me dijo: “tengo esto de efectivo que pude recolectar en el día, ¿por favor podrías comprarme un paquete de galletas dulces en esa farmacia?, es que no me dejan pasar”.

Por la cara del hombre pude deducir que mi asombro fue de una magnitud inigualable. Me quedé helada y miles de pensamientos se cruzaron por mi mente, uno de ellos fue la molestia (por no decir una grosería) por la grave crisis en la que estamos sumergidos, y que al parecer no cambiará, porque la voz del pueblo no la escuchan.

Agarré el efectivo, que no llegaba ni a un paquete de galletas, y me dirigí a comprarle algo de comida. Mientras hacía la cola podía observar al señor por los cristales de la farmacia. Él estaba sentado en la acera del centro comercial, como rezando e implorando el poder llevar algo de comida a su estómago. Fue imposible no derramar una que otra lágrima en ese momento.

El hombre se puso de espaldas, y evitó la mirada, por un momento me quedé impactada: “¿Cómo es posible que este señor se volteé y me de la espalda? ¿Ya ha hecho esto antes? Cualquiera podría huir con su dinero y él ni se iba a dar cuenta”. Supongo que es porque a veces la realidad es tan cruel que no toca de otra que confiar y esperar. Esperar a que el otro se apiade de ti y te ayude, porque sabes que la solución ya no está en tus manos.

Salí de la farmacia con dos paquetes de galletas y su dinero, se los dí y una sonrisa tímida se reflejó en sus labios, unos labios notablemente rotos por el sol y la falta de cuidado. Me rompió el corazón, porque tal vez esta ha sido la sonrisa más sincera que me han ofrecido.

No dejé de pensar en todo el día en esto, en lo que hemos llegado, en lo que nos hemos convertido.

No sé si sentí más lástima por la situación de calle y miseria en la que se encontraba el señor o por mis pensamientos un poco egoístas al principio. Aunque tal vez, el premio se lo lleve este Gobierno, ese que no sabe todo el karma que está produciendo, y que al fin y al cabo, algún día le explotará en la cara porque tanta maldad no puede terminar en nada bueno.

El desespero avanza, la comida no rinde o no llega a la mesa; no hay efectivo; el atraso cultural, político y económico es mayor cada día; pero creo que nuestra humildad y hermandad tiene que ser clave en este momento. Los buenos somos más, y si decidimos no abandonarnos entre nosotros, cuando salgamos de este Gobierno petulante, egoísta y caprichoso, lograremos ser invencibles.