Los sueños de libertad y grandeza de Simón Bolívar que son hechos trizas cada día en Venezuela

Los sueños de libertad y grandeza de Simón Bolívar que son hechos trizas cada día en Venezuela

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“No descansaré hasta romper las cadenas del dominio español en América”
(Simón Bolívar, 1783–1830)

Y a los 19 años ya estaba guerreando…

Por Alfredo Serra / Infobae

Llegó al mundo en Caracas, y lo bautizaron con un nombre imponente: Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar Palacios Ponte y Blanco, hijo de Juan Vicente –sangre vasca– y de María Concepción – rancia aristocracia de Caracas–. Casados en 1773, los separaba un abismo de edad: él, 47 años; ella, 15…

Simón, cuna de oro. Pero lo esperaban desdichas en serie. A los dos años murió su padre: tuberculosis.

Según los médicos, tal vez su hijo sufrió la primo–infección, un tipo de tuberculosis que no se advierte en la juventud (defensas fuertes), pero que en aquellos tiempos no perdonaba: Bolívar murió apenas a los 47 años…

Y tampoco tuvo la guía de su madre: la perdió a los nueve años, y quedó con sus tres hermanos a cargo de su abuelo Feliciano Palacios, también de frágil salud. Su último puerto sanguíneo no pudo ser peor: su tío Carlos Palacios y Blanco, “tosco, de carácter duro y mente estrecha (recordó mucho tiempo después), casi siempre ausente, dejándome en manos de la servidumbre, y obligado a una precaria educación en la Escuela Pública de Caracas”.

Algunos historiadores describieron a Simón Bolívar (él mismo redujo su nombre a esos términos) como “un niño turbulento e indómito”…, pero otros negaron ese carácter, “un invento de ciertos escritores románticos que no concebían que un niño normal se convirtiera en un hombre excepcional”.

Al final, su refugio más seguro fue la pequeña casa de Simón Rodríguez, uno de sus maestros. Pero por poco tiempo… Debía compartirla con veinte almas que lo sofocaban, de modo que huía espantado, y volvía por orden de algún juez. Destino de niño vagabundo…

A los 16 años lo mandaron a España para que terminara sus estudios. Pero la Madrid de 1800 lo deslumbró, y en una de sus correrías nocturnas conoció a María Teresa Rodríguez del Toro y Alayza, y dos años después se casó con ella, dos años mayor que él.

Otro golpe: antes de cumplir el segundo aniversario de casados, ella murió de “fiebres malignas”: posiblemente la amarilla, o el paludismo.

Esa muerte lo quebró profundamente. Tanto, que juró no volverse a casar jamás. Y cumplió. Manuela Sáenz de Vergara, su amante, no logró llevarlo al altar.

Vagando por París se encontró con su viejo maestro Simón Rodríguez, que timoneó la tristeza de su discípulo con un consejo que fue el primer paso de su gran destino:

–El dolor te está llevando a la política y a la causa por la libertad de tu patria. No dejes de oírlo. Simón le obedeció. En los siguientes veinte años se erigió en una figura colosal: libertador y padre de la independencia de Bolivia, Colombia, Ecuador, Perú y Venezuela: su cuna… Epopeya envuelta en un misterio: ¿Cuándo, dónde y cómo el héroe venezolano aprendió táctica y estrategia militar? Porque sin un conocimiento profundo de esas materias, es imposible comandar una o más campañas militares… y vencer.

Y él no era un profesional de las armas ni del arte de la guerra…

Su formación fue básica. Según la mayoría de sus biógrafos, “su instrucción teórica no fue más allá de las nociones de disciplina y orden jerárquico, y no hay noticias de que haya pasado por algún colegio castrense”.

Sin embargo, ciertos especialistas aseguran que “sus éxitos no pueden deberse a casualidades, a la suerte”.

Lo enigmático es que dominaba las técnicas del ataque oblicuo del rey Federico II de Prusia, de las formaciones romanas de Tito Livio, y los consejos bélicos de Nicoló Maquiavelo. La logística, nada menos… En el mejor de los casos, habrá leído “Historias de Polibio” y “Guerra de las Galias”, de Julio César.

Habrá que rendirse: tenía pasta de líder político y militar, y altas dosis de audacia e imaginación.

Acaso una de las mejores definiciones de Bolívar la vertió Jorge Basadre, historiador y político peruano: “La autenticidad del genio de Bolívar está en su polifonía. El guerrero, el hombre de sociedad, el orador, el escritor, estaban ligados en él al político, al legislador, al forjador de amoríos. Y siendo bastante lo hecho y conseguido, no se contentaba con ello: era siempre una semilla apasionada de sueños y de grandezas”.

Sus primeras batallas –en 1818: hace 200 años– alternan victorias y derrotas, pero desde 1819 abundan las

primeras. Ese año proclama la Gran Colombia (hoy ese país, más Ecuador, Panamá y Venezuela) y derrota al realista Pablo Morillo en Boyacá. Dos años después vence en Carabobo –resultado: independencia de Venezuela–. Pero esa gesta, con altísimo costo para la población civil: 300 mil muertos. Un tercio de sus habitantes en ese momento… Pero a pesar de la masacre, pasó a la historia con el nombre de “Campaña Admirable”, signada por el “Decreto de Guerra a Muerte” lanzado por Bolívar para afirmar el sentimiento nacional.

En 1822 y en Quito conoció a Manuela Sáenz (Manuelita), la amante que, entre muchas, lo marcó a fuego. En sus cartas era común leer “Todo es amor en ti. Y yo también me ocupo de esta ardiente fiebre que nos devora como a dos niños”. Pasión puesta a prueba en Bogotá una noche de 1828, cuando un par de asesinos intentó matarlo, ella se interpuso, y él escapó por una ventana. Episodio por el cual Bolívar la llamó “la libertadora del Libertador”.

Sobre su caballo, con los rangos de Brigadier de la Unión, General en Jefe de los Ejércitos del Norte y Comandante en Jefe del Ejército de Cartagena, y en histórico abrazo con José de San Martín, un cuadro inmortaliza otro gran enigma que lleva casi dos siglos: ¿qué pasó en ese encuentro, por qué el libertador argentino le cedió la gloria al venezolano?

Se encontraron en Guayaquil y hablaron durante dos días: 26 y 27 de julio de 1922.

San Martín había liberado a Chile y tomado Lima un año antes. Sus caracteres eran totalmente opuestos. Bolívar, altivo, arrebatado, intuitivo, capaz de improvisar genialidades. San Martín, austero, frío, reservado, racional, meditando cada paso.

La pregunta obvia y simplista es ¿quién ganó, porqué San Martín le cedió a Bolívar la gloria de terminar las guerras de independencia que faltaban?

Mucho se ha especulado. ¿Competencia, rivalidad, hostilidad, falta de respeto? Según le escribió San Martín a su par, “Desgraciadamente, o usted no ha creído sincero mi ofrecimiento de servirle bajo sus órdenes con las fuerzas a mi mando, o mi persona le es embarazosa”. Y en noviembre de 1825, Bolívar le escribe al mariscal Antonio José de Sucre: “El genio de San Martín nos hace falta, y solo ahora comprendo por qué cedió el paso para no entorpecer la libertad que con tanto sacrificio había conseguido para tres pueblos”.

En realidad, la tropa de San Martín estaba exhausta y disminuida en número, y él, profundamente desencantado por las luchas internas de esos pueblos. Por algo, poco antes de morir, dijo:

–De América lo único que se puede hacer es emigrar.

Y, perdedor en apariencia, resultó vencedor: Bolívar no pudo concretar su gran sueño: los Estados Unidos de Sudamérica. Pero eso no invalida su genio: sus ejércitos nunca contaron con más de dos o tres mil hombres en cada misión, pero se desplazaban velozmente, atacaban por sorpresa, y a veces liquidaban el pleito en dos horas.

Un segundo atentado estuvo a punto de acabar con su vida. Un criado a sueldo de los españoles apuñaló a un amigo de Bolívar mientras dormía, creyendo que era el general libertador…

Sus cargos y medallas fueron muchos y muy sonoros: Presidente de la Gran Colombia, Libertador de Bolivia, Dictador del Perú, Dictador de Guayaquil, Presidente de Venezuela…

La palabra “dictador” la ejerció con fuerza cuando creyó que era la única forma de impedir el desorden, las luchas internas, la siempre amenazante anarquía. Por algo, como contrapartida, dijo “Siempre es noble conspirar contra la tiranía, contra la usurpación y contra una guerra desoladora e inocua”.

Y también, bueno es recordarlo, sentencias dignas de ser recordadas.

Por caso, “El sistema militar es el de la fuerza, y la fuerza no es gobierno”.

Tal vez lo definió bien –aunque exageradamente– el escritor y político venezolano Rufino Blanco Fombona en 1920: “A Bolívar no se le puede ver por encima del hombro ni como general, ni como estadista, ni como escritor, ni como legislador, ni como tribuno. Bolívar es uno de los más complejos y hermosos especímenes de la Humanidad”.

Golpeado por la noticia del asesinato del mariscal Sucre –4 de junio de 1830–, desencantado por no haber podido coronar la patria grande del sur, y enfermo, murió en Santa Marta, Colombia, el 17 de diciembre de ese año. ¿Causa?: según el médico francés que lo atendió, Alejandro Próspero Révérend, “tuberculosis”.

El comunicado oficial fue altamente metafórico: “A la una y tres minutos de la tarde murió el sol de Colombia”.

El dictador venezolano Hugo Chávez –muerto de cáncer el 5 de marzo de 2013– ordenó exhumar el cuerpo y practicarle autopsia, ante la sospecha de un asesinato con arsénico.

El resultado fue extraño: no murió de tuberculosis, ni había rastros de veneno.

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