La destrucción moral de la sociedad, por Gervis Medina

La destrucción moral de la sociedad, por Gervis Medina

Gervis Medina @gervisdmedina
Gervis Medina @gervisdmedina

 

Un tema que no solemos discutir, y tampoco investigamos con rigor, es la desmoralización que se observa en muchos ámbitos sociales. Me pregunto ¿Por qué en Venezuela, no se debate este asunto como en otros países? Pues, si algo define a nuestra sociedad, es la inobservancia de todo eso que denominamos normas morales, virtudes, valores, reglas de urbanidad, o simplemente, buenas costumbres.

Bajo estos términos podemos incluir “el compromiso” hacia el trabajo, el sentido de responsabilidad y de justicia, la limpieza, la probidad, la honestidad, la perseverancia, la confianza en el propio esfuerzo para salir adelante, la noción que uno debe hacerse merecedor de lo que tiene, la solidaridad con los demás, con los vecinos, el respeto.





Vengo advirtiendo, en Venezuela se vive el axioma “El hombre es el Lobo del Hombre”; que debe ser explicado en el marco de las condiciones en que se produce, en términos de los actores que participan, del contexto normativo, de las interacciones sociales y del funcionamiento de las instituciones.

En su dinámica, por un lado, aparece un individuo cuya relación con las demás personas está basada en la violencia y que aprovecha la ineficiencia del aparato policial y del sistema penal. Por otro lado, aparecen las victimas que sufren por la impunidad y se arman, contratan vigilantes, organizan ‘patrullas vecinales’ o toman justicia por su propia mano. Estas acciones, que se generalizan constantemente, resultan tan indeseables como la violencia delictiva y parecieran derivarse de una percepción deformada en la cual el riesgo imaginado es mayor que el real.

Las ciencias jurídicas no se han ocupado del todo, la incapacidad de la policía para atender las denuncias, procesar y capturar a los delincuentes y la ineficiencia del sistema judicial, en términos de la lentitud y de la negligencia para la imposición de las penas, se convirtieron en problemas crónicos para la sociedad venezolana.

Algunos ejemplos son los “bien cuidaos” que sacan dinero a los dueños de automóviles por “cuidarles” el mismo, los bancos que cobran comisión por generar estados de cuentas que nunca llegan, los médicos que prescriben a sus pacientes tratamientos innecesarios, los que venden el dinero, quienes se lucran sin contemplación por la venta de medicamentos y alimentos, los gestores de oficinas del Estado, los abogados que complican a propósito los procesos legales, los empresarios que pagan mal a sus empleados o los despiden para no reconocerles derechos, los gobernantes que les asignan obras a determinados constructores y participan de sus utilidades, los empleados que procuran ganar su salario con el menor esfuerzo posible.

El crimen abierto contra los ciudadanos, el abuso y la violencia contra mujeres y niños, la destrucción de la naturaleza, el maltrato a los animales, la discriminación social en sus múltiples formas, el uso de la fuerza para despojar a la cotidiana falta de respeto a los derechos humanos.

Confiamos que, para armonizar a la sociedad basta con que funcionen la economía, el trabajo y las empresas, por una parte, y el gobierno, las leyes, y las cárceles, por la otra. No estoy de acuerdo con estas ideas porque suponen, erróneamente, que podemos vivir juntos, trabajar y hacer política, sin asumir compromisos con nuestros semejantes. El origen del equívoco es creer que el plano moral consiste en un pluralismo valorativo insuperable, un relativismo de puntos de vista, en el que todo se vale y en el que cada quien define a su manera, lo que está bien y lo que está mal. Y lo peor es la creencia en que el relativismo valorativo o moral es algo positivo en sí mismo.

Con ello, contribuimos a crear una sociedad formada de individuos desvinculados entre sí, y que sólo velan por sus intereses egoístas. En una sociedad así lo más probable, es que estemos a merced del más fuerte o del más influyente, porque, en la mayoría de los casos, quienes comandan al Estado y deben cumplir o hacer cumplir las leyes, se dejarán corromper o serán extorsionados: ¿quién practica la virtud de desempeñar un deber superior ante el país si “valora” más su bienestar particular?

Hemos transitado de la creencia en las antiguas virtudes, que poseían un valor absoluto y pertenecían a un orden verdadero de cosas, a “los valores” modernos, que son relativos a tiempo y lugar, y se definen en el subjetivo reino de individuos centrados en sí mismos. Las virtudes, en cambio, no son subjetivas ni relativas, sino perennes. Tienen que ver con condiciones necesarias para la buena marcha de la sociedad y la buena vida de los seres humanos.

Para los antiguos griegos las virtudes cardinales eran la sabiduría, la justicia, la templanza, y el valor, a las que se asociaban la prudencia, la magnanimidad, la munificencia, la liberalidad y la gentileza. Por su parte, el cristianismo aportó su tríada de virtudes: la fe, la esperanza y la caridad.

Luego, la modernidad le arrancó a las virtudes su jerarquía y su halo de sacralidad. Con ello, hizo depender la conducta moral de la libertad subjetiva del individuo para definir lo bueno y lo malo. El resultado fue el colapso normativo en el que estamos sumidos, la destrucción moral de la sociedad.

Influenciado esta semana, por el periodista Guillermo Cano Isaza, director del diario “El Espectador”, quien hablaba de “una mafia sin corazón y sin alma que disponía de la vida de los colombianos en beneficio de su negocio”. En unos de sus editoriales conseguí uno de sus artículos que me ponen los nervios de punta, cuando él en 1984 visualizó lo que le venía a su país. Y que para mí análisis es lo que estamos viviendo en este momento, del cual me permito citar.

“La ira, es más que justificada y no resulta mala consejera cuando ocurren hechos que ofenden a un pueblo e inmisericordemente destruyen sus valores, lo humillan, lo degradan, lo postran, por obra de los que con vileza cínica lo engañaron al pedir sus “votos” en busca de un “poder político” que utilizaron indignamente, con el apoyo de sus cómplices y alcahuetes en “empresas privadas  y en los directorios de los partidos políticos”, para delinquir en todas las formas, robando, estafando, cometiendo fraudes inconcebibles, concusión, sobornos; en suma, la lista completa de los atentados contra la propiedad ajena citados en el Código Penal”

Un Estado deletéreo y criminógeno, funciona como delito organizado que genera diferentes modelos de negocios dentro del propio Estado y a su vez, los mecanismos para permitir una aparente legalidad y constitucionalidad de tales ilícitos. Existe una mezcla de cleptocracia, corrupción y narcotráfico. Además, considero que éste “Gobierno” ha llevado al “pueblo venezolano” a un axioma de debilidad moral, donde no pueda reclamarles a sus líderes sus faltas morales, porque también las han cometido. Y además justificarlos, como comentarios “ellos roban y dejan robar” o “a mí no me den, pónganme donde Haiga”.

Pero no debatimos el asunto. Por lo menos, no en forma suficiente. Quizás porque nos autocensuramos ante la creencia, que vivir en una sociedad secularizada vuelve irrelevantes a las virtudes y anticuados a los principios morales: ¿vale la pena hablar de algo que ha perdido su eficacia en el mundo?  Nos quejamos de la quiebra moral que padecemos; la patología se manifiesta con infinita profusión. Estamos viviendo un momento histórico en cual el hombre científica e intelectualmente es un gigante, pero moralmente un pigmeo.

Gervis Medina

Abogado-Escritor