Antonio Sánchez García: Roberto Ampuero

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A Manuel Malaver

Llevaba quince años esperando por una voz que, desde lo profundo de la nobleza del pueblo chileno, le agradeciera a los demócratas venezolanos por la generosidad con la que se nos recibiera a los chilenos perseguidos por la dictadura de Augusto Pinochet cuando iniciáramos los dolorosos años de travesía por el desierto. Una voz que fundiendo el amor de Bello por su Chile entrañable y la de José Cortés de Madariaga por la Venezuela de sus desvelos saliera en defensa de esos mismos demócratas, ahora perseguidos, humillados, ultrajados y ofendidos por una tiranía infinitamente peor que la que nos echara al exilio, porque carente de los más elementales principios de patriotismo e integridad nacional, corrompida hasta la médula de sus huesos, terrorista y narcotraficante.





En el pasado nos quejamos acerbamente por el atronador silencio de quienes, ayer perseguidos y amparados por la democracia venezolana, luego en el poder, no sólo han callado de manera aviesa y ominosa. Socialistas, radicales, comunistas, miristas, que en un giro de descarnada y criminal complicidad política, en vez de agradecer a quienes nos protegieran y ampararan, exigiendo devolverle la libertad y la paz a la tierra de promisión que nos recibiera, corrían a solidarizarse con nuestros carceleros y torturadores. Extendiendo la mano para la debida recompensa. Pervertida y ominosa manera de practicar “el internacionalismo proletario”. Hombres y mujeres que salvados ayer de la muerte por la democracia venezolana, hoy agitan la bandera de la dictadura, la represión y la muerte de Nicolás Maduro en el parlamento chileno, amparados por el régimen de libertades que les permiten vociferar su baba antidemocrática desde los curules del congreso de una democracia ejemplar.

Tengo constancia de los muchos artículos en que, iluso y aún creyente en la humanidad de las izquierdas gobernantes en Chile por un insólito giro de las circunstancias históricas, reclamaba ayuda y pedía solidaridad. Fui incluso a Santiago y a Valparaíso en varias ocasiones por encargo de la Coordinadora Democrática a recabar ese auxilio hablando personalmente con las autoridades de gobierno. Con las altas autoridades de la Democracia Cristiana, como Adolfo Zaldívar y Jorge Pizarro, presidente del Senado, y del Partido Socialista, como el ministro Sergio Bitar y la senadora Isabel Allende. Y expresé mi honda preocupación por la soledad del pueblo venezolano y la indiferencia de quienes tanto le debían, a otras personalidades políticas chilenas, como Ricardo Lagos y José Miguel Insulza. Gritos en el desierto. Primó en ellos como en muchos políticos chilenos, a pesar de la inmensa deuda que tenían con Venezuela, la obediencia al castrismo cubano del que nunca se han emancipado ni por lo visto se emanciparán; el fanatismo ideológico y el oportunismo de circunstancias nacionales, el acomodo electorero y la necesidad de no espantar a socios y aliados castristas, tan dominantes en el seno del Partido Comunista y del Partido Socialista chilenos, no se diga del MIR y ahora del Frente Amplio. “No es conveniente pelearse con Chávez”, les oí decir a socialistas que estaban perfectamente conscientes de que era un fascista extremadamente peligroso, como nos confesara Sergio Bitar que le acaba de prevenir el entonces saliente presidente del Brasil, Fernando Henrique Cardoso.

Lo he hecho como ex militante y dirigente de un partido de la izquierda radical chilena, el MIR, llevado por la cruda verdad de los hechos a la profunda reevaluación de lo acontecido en esos “años verde olivo”, mientras el dolor del exilio me llevaba a valorar la democracia perdida y a convertirme en un ardoroso defensor de la libertad, bajo cualquier horizonte y en cualquier circunstancia. Lo que me llevó no sólo a respaldar al sistema democrático imperante en Venezuela sino a rechazar y combatir el asalto al poder de las fuerzas militares, golpistas y castro comunistas venezolanos. Como sucediera con otros chilenos, me convertí en un liberal.

Me refiero a los años de la Unidad Popular como “los años verde olivo”, parafraseando el título de una extraordinaria serie de artículos de prensa de otro izquierdista naufragado bajo las tormentosas circunstancias de la Unidad Popular y la dictadura de Augusto Pinochet: Roberto Ampuero. Militante entonces del Partido Comunista, exiliado en Cuba primero y en la República Democrática Alemana después, hombre de extraordinaria cultura política y literaria, novelista exitoso y de renombre, que llegado a las playas del liberalismo, en su más amplia expresión, como yo, ha acompañado a Sebastián Piñera durante su anterior gobierno desde el Ministerio de Cultura y en esta segunda presidencia, en un notable y muy auspicioso giro, encargado de las relaciones internacionales del gobierno chileno.

No me ha sorprendido la franqueza, el coraje y la lucidez con que Roberto Ampuero enfrentara en la sede de la OEA las groseras intemperancias de Jorge Arreaza, el aparatschick encargado de los asuntos internacionales de la tiranía de Nicolás Maduro, emparentado por vínculos nupciales con una hija del fallecido Hugo Chávez y parte del equipo de gobierno como ficha y cuota de poder de la citada familia. Y no me ha sorprendido pues desde el mismo momento en que se ventiló su nombre para el cargo, Sebastián Piñera había señalado su disposición a asumir en este su segundo gobierno, como seña de identidad de su política exterior, la irrestricta defensa de los derechos humanos en la región y en el mundo. Y nadie mejor para asumir esa tarea que un hombre que había sufrido la persecución, el destierro y el exilio, dueño de una excepcional sensibilidad y poseedor de una cultura fuera de lo común en el mundo de la diplomacia.

Pero aún sabiéndolo: el papel en defensa de la ultrajada democracia venezolana asumido por Roberto Ampuero este lunes en Washington me ha conmovido en lo más profundo. Me ha reivindicado con los sentimientos más hondos recibidos de una enseñanza pública que destaca como uno de los valores irrenunciables de Chile, ser “un asilo contra la opresión”. Aún al precio, si fuera necesario, de ser una tumba de los libres. Gracias Ministro. Gracias a Chile. Gracias a su Gobierno. Nuestro agradecimiento será eterno.

@sangarccs