Manuel Malaver: El acoso

Manuel Malaver: El acoso

Manuel Malaver @MMalaverM
Manuel Malaver @MMalaverM

 

La Resolución sobre Venezuela aprobada por la Asamblea General de la OEA que terminó el martes pasado en Washington, marca la más aguda fase del rompimiento que viene suscitándose desde marzo del 2014 entre la dictadura de Nicolás Maduro y la más importante multilateral regional, siendo ya, prácticamente, imposible aceptar un arreglo o solución de compromiso para uno y otro contendientes.

Lo afirmó el canciller de Venezuela, Jorge Arreaza, en la reunión del lunes cuando se acordó llevar el punto de la “suspensión de Venezuela de la OEA” a la asamblea del martes, y lo corroboraron, tanto el dictador Maduro, como el embajador de Estados Unidos en el organismo, Carlos Trujillo, quienes, con palabras y espíritus diferentes dieron como un hecho que será cuestión de semanas o meses para que el país “revolucionario” no continúe siendo miembro de la organización.





De acertar el jefe del estado venezolano y el diplomático estadounidense, será “el final no feliz” de una relación siempre tensa, aunque no dilemática, entre la más importante democracia del continente, los Estados Unidos, y un grupo de países -los que se agruparon desde 1999 bajo las banderas del “Socialismo del Siglo XXI”- y que, lógicamente, durante 20 años, no se habían planteado un rompimiento porque el equilibrio entre los dos polos se había mantenido inalterado.

Aún más, hubo momentos en la tensión en que Estados Unidos se plegó a las políticas del llamado “Socialismo del Siglo XXI ”, como pudo ser la crisis generada en Honduras a raíz del derrocamiento del presidente “prochavista”, Manuel Zelaya, por un grupo de militares en junio del 2009 o cuando los socialistas apoyaron entusiastamente a Estados Unidos en su acercamiento con Cuba afinales del 2014.

Pero eran los tiempos en que los socialistas comandados por Hugo Chávez unían, al poder político de contar entre sus filas a gobiernos populistas de gigantes como Brasil y Argentina, el auge del ciclo alcista de los precios del crudo (2004-2008) que le permitió dilapidar cerca de un billón y medio de dólares en aventuras revolucionarias continentales y extracontinales, de las cuales, la más connotada fue crear una nueva CAN (la Unasur) y una nueva OEA (la Celac) que agitaban entre sus propuestas la de dar inicio a la restauración de la “Guerra Fría”.

También debemos anotar como elemento coadyuvante al auge del “Socialismo del Siglo XXI”, lo que llamaríamos “el Factor Demócrata”, o, lo que es lo mismo, el ascenso al poder en los Estados Unidos de un presidente del Partido Democráta, Barack Omaba, quien, declaradamente, se mostraba frío o incrédulo con la gente de Chávez y sus amenazas.

Hoy ya no están Obama, ni Chávez, sustituído el demócrata por un republicano, Donald Trump, y el teniente coronel, por un civil, Nicolás Maduro, que en todo ha extremado y condimentado las recetas de su antecesor.
De igual manera, ya ni Argentina ni Brasil forman parte de la entente socialista, pues, el electorado del primero y el sistema judicial del segundo, arreglaron cuentas con la corrupción y la incompetencia populistas, y dos presidentes democráticos, Mauricio Macri y Michel Temer, se han aliado a los Estados Unidos de Donald Trump en una suerte de ofensiva contra los enemigos recalcitrantes del capitalismo y la democracia en la región.
Con ellos, Sebastián Piñera de Chile, Martín Viscarra del Perú, Juan Manuel Santos de Colombia, Enrique Peña Nieto de México y sus homólogos de Canadá, Costa Rica, Guyana, Panamá, República Dominicana, Bahamas, Jamaica y Barbados han constituido una sólida mayoría de 19 votos que, apenas por cuatro adhesiones no logró los 24 que, según el reglamento de la organización, se necesitan para que el gobierno de Maduro no sea más miembro de la OEA.
Pero lo más importante, es que, de los 14 miembros restantes, solo tres votaron por Maduro (San Vicente, Bolivia y Dominica), en tanto que 10 se abstuvieron (Surinam, San Cristóbal, Trinidad y Tobago, Belice, Uruguay, Antigua y Barbuda, Grenada, Haití y Nicaragua) Quiere decir que, será cuestión de tiempo, de muy poco tiempo, para que, en cuanto se operen cambios en los gobiernos democráticos de los países que se abstuvieron (Uruguay, El Salvador, Haití, y la propia Nicaragua que vive una feroz crisis política con el pueblo volcado a la calle y pidiendo la salida de Ortega) los países antimaduristas de América puedan reunir los cuatro votos que se necesitan para que dictador y su pandilla no representen más a Venezuela.

Pero eso si Maduro logra llegar hasta allá, pues conocemos los esfuerzos ímprobos que realiza la oposición venezolana y sus aliados en la región para que el mandato del dictador sea interrumpido por decisión del propio pueblo de Venezuela o una coalición internacional que se comprometa con alguna presión para ponerle fin a un desgobierno que, desde la propia OEA, se está denunciando en un Informe reciente como “genocida”.

Lo más importante, entonces, a subrayar en el contexto, es la casi unanimidad que se ha tallado entre los países democráticos de la región para calificar el gobierno de Maduro como una dictadura que contraviene el ordenamiento jurídico continental y mecere la aplicación de sanciones que, de no inducir al dictador a rectificar, deben pasar a otro tipo de presiones.

Evidentemente que, no hay espectativas positivas en el sentido de que Maduro dé marcha atrás en lo que el mismo califica como un mandato recibido de su antecesor, el teniente coronel, Chávez, de instaurar el socialismo en Venezuela cualesquiera sean los obstáculos y oposiciones que se le atraviesen.

Y para demostrarlo, nada mejor que detenerse frente a la devastación que el modelo anunciado por Marx y Engels como un determinismo histórico y establecido por primera vez por Lenin y Stalin en la Rusia de los 20 y 30, y que ha convertido al país que hasta los 2000 fue uno de los más desarrollados de la región, en un reguero de ruinas y escombros, en un territorio en disolución, donde prácticamente falta de todo.

Porque ni alimentos, ni medicinas, ni servicios públicos se consiguen ya en Venezuela y más bien los índices económicos y sociales hablan de un país que retrocede rápidamente hacia el siglo XIX.

Una equivocación, en definitiva, ensayada y vuelta ensayar y que solo pueden sostener fanáticos, imaduros y ególatras que no dudan que ejecutar los peores crímenes con tal de no aceptar la advertencia que les hizo Hannah Arendt de que no eran los “héroes” sino los “bufones” de la historia.

En otras palabras que, se hará inevitable pensar en el uso de algún tipo de violencia si se quiere poner fin a la satrapía de Maduro, sea que venga de un alzamiento popular en Venezuela con o sin participación militar, o bien de la propia comunidad internacional que, desde la OEA o cualquier otra multilateral, disponga algún tipo de intervención basada en disposiciones legales que autorizan este tipo de acciones por crisis humanitarias no atendidas o gigantescas violaciones de los Derechos Humanos.

Pero, sea como fuere, es indefectible que la misma no podría llevarse a cabo sin una participación muy activa y efectiva de los países sudamericanos y de Estados Unidos que, han pasado a ser los principales agraviados por el exilio forzoso a que obliga la dictadura madurista a millones de venezolanos.

Es una de las principales herramientas a que recurren los gobiernos totalitarios para mantenerse en el poder ya que, a menos población menos gastos en alimentos, medicinas y servicios y mejores posibilidades de controlar la población.

Además, mano de obra venezolana en el extranjero, son divisas que le entran a la dictadura por el envío de remesas y la posibilidad de engullirse una tasa elevada por concepto del pago de impuesto o manipulación del cambio.

Es la exacción que le impone la dictadura cubana a quienes auxilian a sus familiares cautivos desde el exterior y en la que piensa Maduro cuando solo en lo que va del 2018 ha obligado a dos millones de venezolanos a huir del país.

Es una corriente que seguirá subiendo a menos que, los países afectados, se atrevan a aplicar el único remedio que puede contenerla: el derrocamiento de Maduro.