Juan Guerrero: La casa de todos

Las noticias que mi amigo Ángel me envía sobre Puerto Ordaz parecen un parte de guerra o al menos, notas tristes de una región que era la meca de la urbanidad en Venezuela.

Pero yo sigo aferrado a esa casa de la esquina. Me la sigo imaginando tal como era desde que la vi por vez primera, allá por los años ‘80s.





Por los lados de Los Olivos, apenas a unos cuantos metros del emblemático comedero de Mom, haciendo esquina, existe una casa que sobresale del resto en esa conocida urbanización de Puerto Ordaz, no tanto por su ubicación sino por algo que hoy se ve como una rareza: la pulcritud y el orden.

En mis años de vivir en Guayana jamás observé una vivienda en su exterior tan limpia, aseada, ordenada y sobriamente mantenida. Ella misma adquiría vida propia y más allá de la cerca, la acera pública de su entorno permanecía limpia y aseada. Tanto de día como de noche, la casa de la esquina podía ser vista. No había mayores sombras ni nada que obstruyera su vista. Ella siempre estaba ahí, como una clásica y monumental imagen de hogar.

Pocas veces vi personas en su frente o jardín. La casa siempre estaba pintada de blanco con franjas verde agua. Otras veces, con un amarillo discreto. Su grama y arbustos siempre podados. Fue, es y seguirá siendo para mí un símbolo de orden y limpieza. De hogar.

Pero más allá de esa pulcritud, la imagen de la casa ordenada y cuidada, transmite una serie de códigos de respeto sobre la vida en comunidad y el mismo sentido de ser ciudadanos de una república.

La casa ordenada, limpia, mantenida y cuidada siempre será sinónimo de hogar protegido donde se cultivan las buenas y sanas relaciones sociales. Donde existe interés por el respeto de lo ajeno. Donde el lenguaje sobrio, calmo y discreto, contiene la argumentación lógica del vivir y convivir en una sociedad democrática y libre.

Porque en el orden, en aquello que viene normado anida la abundancia, sea de lo espiritual o intelectual, que llevan a la construcción de ganancia material. Nunca, jamás en el descuido, en el desorden ni en el deterioro podrá existir abundancia para el bienestar ni el cultivo de relaciones personales sanas.

El delito nace, crece y se mantiene en el desorden. En el maltrato y la suciedad aparece lo irracional de las relaciones arbitrarias y los sistemas políticos totalitarios. Eso es así y se ve que en lo delincuencial, en las asociaciones entre personas corrompidas que buscan corromper a otros, que necesitan ampararse en la oscuridad, sea esta mental como material, en los espacios oscuros, plazas y parques sucios, rincones y calles desoladas donde abundan los desechos y olores fétidos, siempre aparecen invadidos por delincuentes y malvivientes.

Las sociedades y gobiernos que no sancionan las faltas de sus ciudadanos, por pequeñas que están sean, como saltarse la luz roja del semáforo o lanzar una colilla de cigarrillo en la acera pública, están condenadas a experimentar una escalada mayor de ciudadanos transgresores de normas y leyes.

Las casas sucias, malolientes, impregnadas de basura y con puertas y ventanas rotas atraen la atención, sea de alimañas como de invasores de dos patas. Porque en ellos los códigos universales de respeto a lo ajeno están ausentes. Aparecen fracturados y deteriorados por la ausencia de racionalidad y autoridad.

De la misma manera, una sociedad y un país donde sus calles están sucias y llenas de huecos. Donde la fetidez por tanta basura, moscas y gusanos abundan día y noche. Donde la oscuridad reina en avenidas, parques y plazas. Esa será una sociedad y un país sin autoridad ni orden porque ha sido asaltado por delincuentes que imponen de manera unilateral y arbitraria su poder, dirigidos por las armas y nunca por la autoridad de la ley que emana de la razón lógica de sus ciudadanos.

La presencia de la autoridad en la calle, como imagen sobria, lenguaje decente y maneras de relaciones sociales que inviten a la obediencia de la ley, por razonamiento, para acatar normas, siempre serán aceptados por los ciudadanos como imagen de códigos universales.

La casa de Los Olivos seguirá existiendo porque es la Matria limpia, ordenada y pulcra que palpita en nuestros corazones.

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