Títeres de Fidel, por José Domingo Blanco

Mi papá era un ávido lector y coleccionista de las Selecciones: las famosas revistas de Reader?s Digest que en sus páginas presentaban una gran variedad de temas. Algo así como el internet de la época; pero, de tinta y papel. Las adquiría religiosamente. Lo hizo desde que salió a la venta la primera. Las leía completicas sentado en su estudio y luego guardaba el ejemplar en su biblioteca, en el estante destinado a esa publicación, donde todavía hoy reposan intactas, y se acumulan años de la colección. Posiblemente, de él heredé el hábito de ojear las páginas de Selecciones. Incluso en estos tiempos de web, portales de noticia online y redes sociales, subo a su estudio, reviso su biblioteca y escojo cualquiera de las revistas para contrastar las realidades de ayer con las de hoy.

Así fue como me topé con una cuya portada atrapó mi atención. “El Último Comunista”, resaltaba en letras amarillas el título. Mi instinto –o quizá la ilusión de que fuera un ejemplar reciente, que vaticinaba con gran acierto el futuro cercano de Venezuela-  me hizo buscar rápidamente la fecha de la publicación: agosto de 1991. Por supuesto, como era de esperarse, el trabajo se centraba en Fidel y Cuba. En los años en los que Chávez, imagino, se sentaba debajo del Samán de Güere, con otros militarcitos como él, a planificar su Movimiento Bolivariano Revolucionario 200, ese grupo clandestino que en el 92 se alzó en armas y pretendió -fallidamente- derrocar a CAP.

El redactor del trabajo ahondaba en la vida de Fidel antes de que su nombre y apellido generaran rechazo o adoración. El retrato del Fidel obsesionado por el poder, su verdadero amor, que le obligó a ocultar su pasado para poder lograr sus objetivos. El de las múltiples personalidades en sus años de juventud. El contestatario, el arrogante, el belicoso, el trasgresor, el rencoroso, el mentiroso, el astuto, el embaucador, el timador…el que supo calar en la esperanza de un pueblo para, luego de cautivarlo, fusilarlo con sus propias manos de ser necesario. El que, para la fecha de publicación del reportaje, celebraba tan sólo treinta años de su revolución. Tres décadas, a las que hoy –en pleno siglo XXI- se le suman tres décadas más de autoritarismo, miseria e ideologización.





Independientemente de cuál de los Castro se encargó de gobernar, o de si Miguel Díaz-Canel –su actual presidente, salido de las bases del Partido Comunista- le dará algún viraje al país; el asunto es que el comunismo en Cuba no murió con Fidel. Ni tampoco murió cuando, a finales de los ochenta y principios de los noventa, Castro y su ideología se quedaban solos. El modelo comunista cubano no desapareció a pesar de ser cada vez más aborrecido por esas masas que, al principio de la revolución, lo aceptaban.

A finales de los ochenta, principios de los noventa, Cuba radicalizó su comunismo a pesar de que Fidel ya no contaba con países aliados: Fidel, sin el apoyo de Panamá, la de Noriega, esa que los americanos invadieron, impidiendo, entre otras cosas, que Castro siguiera recibiendo, vía contrabando, tecnología, medicinas y otros bienes de consumo. El Fidel que se quedaba sin las armas que le enviaba la extinta Checoslovaquia, la que se transformó en República Checa y Eslovequia. El Fidel que ya no podría enviar a sus esbirros a Alemania Oriental a recibir adiestramiento militar. Fidel, uno que quiero imaginar iracundo y abatido al mismo tiempo, frente a un Gorbachov que, con su glasnot y la perestroika, iniciaba una serie de reformas que marcarían el fin de la Unión Soviética.

Y a pesar de todo, del aislamiento y los bloqueos, el comunismo de Cuba no pereció. Es más, me atrevo a asegurar que recibió un nuevo impulso vital. Uno que le llegó, quizá, cuando en el año 92 soplaron vientos favorables a su causa. El año cuando las noticias provenían de su botín más apetecido: Venezuela. Un año en el que, muy probablemente, comenzó a preguntar quién era ese, el que se llamaba Chávez, el militar alzadito y con bríos, que se rindió y dijo “por ahora”; pero que, sin duda, pretendió emular su gesta.

No, Fidel no fue el último comunista. Ni Cuba la única nación que por culpa del modelo estalinista se hundió en la miseria. Fidel pudo clavarle sus afilados colmillos, impregnados con el mortal veneno comunistoide, al fantoche que, después de la mordida, le entregó el control y las riquezas de Venezuela. No, Fidel Castro no fue el último comunista de esta era. Tuvo un segundo aire que le proporcionó los recursos que necesitaba para seguir haciendo de su modelo opresor una escuela. Por la que desfilaron los artífices -pichones de dictadores, los títeres de Fidel- que hoy devastan nuestra tierra.

 

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