Lo último que se pierde es la esperanza, ¿estamos en la fase final? por @ArmandoMartini

Armando Martini Pietri @ArmandoMartini

 

La esperanza es un estado de ánimo optimista basado en la expectativa de resultados favorables; tener esperanza es esperar confiado y abrigar un deseo con anticipación, alcanzable lo que se desea. En doctrina cristiana, virtud teologal por la que se espera que Dios dé los bienes que ha prometido. ?

Mucho se ha dicho, el propio Chávez y sus compañeros de conspiración lo contaron numerosas veces, el tiempo que les costó organizar el golpe militar que, fracasando, dio origen al desastre que hoy vivimos y soportamos. En aquellos tiempos del colapso político y una Venezuela desconcertada, los llamados por una escritora “ángeles rebeldes”, nos narraron sus experiencias personales, detalles, obstáculos, y el empeño que combinados culminaron en una mala pero sangrienta operación militar y en cada día más ensangrentado ejercicio político y de Gobierno.





Fueron años de reuniones, discusiones, ajustes, incluso delaciones, y sólo muchos años después las circunstancias propicias de una república roída, desprestigiada por sus directivos políticos y allegados, convirtió a aquellos querubines derrotados militarmente en gobernantes triunfantes por unas elecciones que fueron, posiblemente, las últimas en verdaderas condiciones democráticas.

La esperanza, a eso queremos referirnos, no es lo último que se pierde, los pueblos llegan a los que podríamos considerar “el final” sólo para pasar a nuevas etapas de la historia, donde lo último no existe. Los romanos de antes y después de Cristo tardaron años en convertirse en república y siglos en nacer, crecer, establecerse, conquistar el mundo a su alrededor y morir bajo los cascos de los caballos de otros pueblos, que empezaron nuevos períodos. Que fuera mejores o peores es cosa de la historia, lo que cuenta es que no hubo “últimos, ni final” para la humanidad sino transformaciones.

Solemos ver a la Edad Media como época de oscurantismo, cuando en cierta forma, aunque los hábitos de higiene y elementos de vida retrocediesen, al mismo tiempo creció la ciencia tanto la oficialmente aceptada como la que fue encarcelada y quemada en las hogueras de supersticiones no producidas por la historia sino por temores y egoísmos de poderosos más desconcertados que miedosos.

La historia es una relación de sucesos, paso a paso que es como se llega a Roma, y la humanidad jamás se ha detenido. Venezuela no se detuvo en 1988, simplemente se abrieron puertas a unos cambios que, si bien se veían venir y más de uno lanzó advertencias de alarma y preocupación que casi nadie quiso escuchar, se produjeron.

No es el caso relacionar culpables, víctimas y aprovechadores, sino de entender que tanto si las cosas van bien como si van mal, la esperanza jamás se pierde porque los pueblos, con rarísimas excepciones, nunca llegan a capítulos finales.

El chavismo seducido y egoístamente dirigido por un castrismo que ha sabido hacer del fracaso y resultados adversos una ideología de vida, obviamente ha fracasado también porque en vez de llevar al pueblo que se le confió a una vida mejor, lo ha conducido a una existencia peor incluso institucionalizando la miseria.

Pero Venezuela no se ha acabado. Está pasando hambre, es cierto, pero el pundonor sigue presente, nuestros ciudadanos pasan más trabajo que nunca pero no bajan las cabezas, se enferman y no tienen medicinas, necesitan hacer compras y no tienen efectivo, quieren bañarse, pero no reciben agua, aprenden a soportar la oscuridad del día, ponga usted todos los problemas que nos afectan, y comprobará que los venezolanos siguen poniendo proa al norte.

No es fácil, por supuesto, no es sencillo, pero es en las grandes tragedias cuando los seres humanos demuestran el hierro del que están hechos, o el bambú que les permite torcerse en medio del vendaval sin perder la firmeza que los devolverá a su mirada al frente sin dudar ni quebrarse.

La esperanza no es lo último que se pierde porque no hay finales concluyentes para los pueblos. La durísima guerra de independencia, las beligerancias posteriores a caballo de ambiciones y promesas falsas, el combate federal, tiranías y tiranos, no han derrotado el gentilicio venezolano. No sólo seguimos siendo una nación, sino que cada día somos más nación.

La ilusión y expectativa es sólo una emoción con horizonte remoto, difuso, y lo que cuenta es la convicción, el coraje de salir cada día a la calle que es para los venezolanos una constante batalla, la certeza de que somos un pueblo, un país, ciudadanos con oportunidades ahora enterradas que todos deberemos desenterrar.

El que sí está derrotado, y tiene capítulo final, es el que crea que ya ganó, que domina a un pueblo que jamás le ha tenido miedo al trabajo ni a los retos, una nación cuya gran verdad es saber ser del tamaño del compromiso que se le pone por delante. Que con el tiempo se ha convertido en ciudadano íntegro, decente, honesto, de principios éticos, valores morales y buenas acostumbres.

Tengan la esperanza como bandera, si quieren y lo desean, como oración, como tema de conversación. Pero mantengan con fuerza en el corazón y las manos, en la mente y la sonrisa, la auténtica verdad del venezolano. Ser venezolano.
@ArmandoMartini