“Bienvenido al infierno”, el paso de Villca Fernández por El Helicoide

Villca Fernández expreso político desde 2016. (Foto archivo)

 

Había pasado dos años en la clandestinidad, que es un matrimonio con la incertidumbre porque se vive bajo el permanente temor de ser detectado en cualquier momento; pero no porque te arrestan sino porque puedes aparecer muerto en un país que registra un alarmante número de ejecuciones extrajudiciales.

Por Antonio Delgado / El Nuevo Herald





Pero el opositor Villca Fernández tuvo días más duros después de que le arrestaran.

“Bienvenido al infierno”, le dijeron al llegar a El Helicoide, uno de los principales centros de reclusión del Servicio Bolivariano Nacional de Inteligencia (Sebin) en Caracas.

“Y no estaban exagerando”, comentó Fernández en una entrevista telefónica. “Si [El Helicoide] no es el infierno, entonces por lo menos está a las puertas”.

Fernández, quien fue excarcelado a mediados de junio y hoy se encuentra en Lima, Perú, dijo que los presos políticos del régimen de Nicolás Maduro son tratados como animales, obligados a vivir bajo un permanente estado de tensión, disputándose los espacios con reos comunes de alta peligrosidad y con ratas gigantes que deambulan libremente por las instalaciones.

Pero la mayor preocupación es la tortura. Fernández dijo que el trato cruel e inhumano es empleado con frecuencia por los custodios de El Helicoide, quienes operan bajo un permanente deseo de quebrar el espíritu de los prisioneros.

“En varias ocasiones vi como a los prisioneros se les aplicaba electricidad en los testículos, en los tobillos, y en la parte de atrás de las orejas. Lo vi varias veces y en otras ocasiones lo escuché cuando se lo aplicaban a otros porque gritaban”, dijo Fernández, quien emergió en la escena política durante las protestas del movimiento estudiantil.

Solo ver las torturas o escuchar los gritos y gemidos afecta psicológicamente a los prisioneros, dijo Fernández, “porque aún cuando no te lo apliquen a ti, te das cuenta de hasta dónde pueden llegar y de lo que son capaces de hacer”.

El uso sistemático de la tortura

El uso de la tortura ha estado aumentando con el correr de los años en Venezuela, y en particular desde que Maduro llegó al poder, explicó desde Miami Patricia Andrade, presidenta de Venezuela Awareness, ONG que vela por los derechos humanos en el país petrolero.

“El trato de los presos políticos ya era bastante deplorable durante la presidencia de [Hugo] Chávez, pero a partir del 2014 [año en que el país vio una ola de protestas contra Maduro] las condiciones y el trato de los detenidos se deterioró aceleradamente, y hoy las torturas y las condiciones inhumanas son la regla”, señaló Andrade.

El maltrato precisamente impulsó a los prisioneros de El Helicoide a protagonizar esta semana un motín, el segundo en dos meses, tomando control de las instalaciones durante tres días antes de que fuese aplacado por la fuerza por las autoridades.

En una carta enviada a la fiscalía y a los medios de comunicación, los reos dijeron que habían tomado control del penal para exigir la liberación de prisioneros que se encuentran ilegalmente en cautiverio dado que hace meses se les emitieron boletas de excarcelación, y también para protestar la sostenida violación de los derechos humanos en el centro.

Familiares y abogados de los “presos políticos” dijeron a periodistas que temen que las autoridades del penal tomen represalias contra los reclusos.

“Los mantienen en total aislamiento sin visitas de ningún tipo, no permiten el ingreso de alimentos y medicamentos. Las familias temen que se agudice la represión y las malas condiciones adentro y se ensañen contra quienes protestaron”, indicó la diputada opositora Adriana Pichardo en declaraciones transmitidas por la agencia EFE.

La fiesta mexicana

Fernández llevaba años organizando protestas en las calles. En un inicio lo hizo para exigir mejores condiciones para los estudiantes, pero la lucha comenzó a cambiar con el correr del tiempo al hacerse evidente al movimiento estudiantil que el sistema democrático estaba siendo desmantelado por un gobierno que pretendía instaurar a la fuerza un régimen castrista en el país.

La constante lucha en la calle lo había convertido en un elemento incómodo para el régimen, y de allí, piensa Fernández, fue que decidieron involucrarlo a él en una de las tantas conspiraciones para derrocar a Maduro que anuncian cada cierto tiempo antes de salir a encarcelar a opositores y a militares.

Así fue que el entonces ministro de Relaciones Interiores, Miguel Rodríguez Torres, (quien es hoy otro de los prisioneros de Maduro) mencionó su nombre en la conspiración bautizada como “La Fiesta Mexicana”, junto con un nutrido grupo de presuntos conspiradores que incluían a la dirigente María Corina Machado, al ex presidente de Colombia, Álvaro Uribe Velez, y al de México, Vicente Fox, y al diplomático estadounidense Otto Reich”.

Sabiendo que los tribunales del país son usados por el régimen como instrumentos de persecución política, Fernández decidió no dejarse arrestar y pasar a la clandestinidad.

Vivió escondido por cerca de dos años, a veces en la montaña cerca de su nativa ciudad de Mérida y a veces en casas de amigos que le daban abrigo. Pero sabía que su decisión había puesto su vida en riesgo, al igual que la de sus amigos que se atrevían a darle techo, quienes, de ser detectados, correrían la misma suerte que él.

A cuatro años de distancia se encontraba el asesinato del policía rebelde Oscar Pérez, quien fue masacrado en enero junto a sus hombres pese a haber anunciado en numerosas ocasiones que pretendía entregarse, en una operación que conmocionó a la opinión pública nacional al ser transmitida minuto a minuto a través de las redes sociales.

Pero Fernández sabía que eso justo le podía ocurrir a él, dado el número importante de personas buscadas por el aparato policial “abatidos en presuntos enfrentamientos” y un número cada vez mayor de informes de que las autoridades del régimen habían adoptado las “ejecuciones extrajudiciales” para desaparecer a indeseables.

A finales del 2015, Fernández vio lo que creyó ser una oportunidad para salir del laberinto en que se encontraba. Vino de mano de la victoria en las urnas de la oposición en las elecciones parlamentarias de diciembre de ese año, lo que generó expectativas de una rápida aprobación de una ley de Amnistía para los perseguidos del régimen.

Había grandes esperanzas en ese momento de que la nueva Asamblea Nacional pudiera propiciar un verdadero cambio en la nación. Muchos de esos sueños fueron disipados rápidamente por el régimen, que terminó desestimando la autoridad del poder legislativo haciendo uso de un Tribunal Supremo de Justicia que nombró ilegalmente.

Pero antes de que eso ocurriera, Fernández decidió presentarse a la fiscalía, esperanzado de que su paso por las cárceles del régimen fuese breve. No le arrestaron ese día, pero lo fueron a buscar varias semanas después en un operativo y pocos días después ingresaba a El Helicoide.

La reja

Desde el primer día, Fernández se dio cuenta de que su fortaleza sería puesta a prueba. Poco después de ingresar al penal, le esposaron un brazo a una reja. Pensó que sería un breve lapso hasta que las autoridades determinaran su ubicación final.

Pero pasó allí, esposado a la reja, 28 días de pie o de cuclillas, pero sin poder acostarse en el piso para dormir. Era liberado solo 15 minutos a diario para ir al baño, pero nada más.

A veces se recostaba en la reja. A veces se agachaba con el brazo levantado para intentar descasar, pero no había forma de estar cómodo.

Tampoco había manera de relajarse para dormir. La reja daba hacia un vertedero de aguas negras de donde provenían algunas de las ratas más grandes que Fernández había visto en su vida. El olor de cloaca era insoportable.

Con el paso de los días, su cansancio era cada vez mayor. “Era muy poco lo que se podía dormir por el temor a que una rata, que por el tamaño parecían más bien gatos, viniera y te mordiera. Uno dormía por minutos y después te despertabas sobresaltado”, relató.

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