Solidaridad: ¿Ayuda o retroceso? por William Anseume

Entre las múltiples cosas que no olvido están una imagen, una acción, unas palabras. Cuando el deslave ocurrido en el Estado Vargas, le solicité a mi padre que me aproximara a un lugar donde poder ayudar. Elegimos un lugar deportivo en el Paraíso, donde trajeron por varios días a muchos de quienes sufrieron la tragedia. Estuve allí varios días como voluntario. La Cruz Roja se había hecho cargo. Tenía el control. Preparábamos panes rellenos para los afectados, los organizamos, distribuíamos las dádivas de otros entre la angustia y el dolor. Ante mi evidente inutilidad, me puse a la orden de una gentil doctora.

Ella atendía, la doctora, a los innumerables pacientes; yo colaboraba. Así lo hicimos hasta cuando se hizo cargo la siempre odiosa Guardia Nacional. No entraré en los detalles de ese comportamiento inhumano que la caracteriza. De todos es conocido. La doctora y yo nos retiramos, agotados, para no volver. La imagen: una viejecita  carcomida de años y de lentitud al andar. La acción: llevaba, para entregarlas, dos botellas de agua fresca, hervida. Las palabras: “hijo, no tengo nada para dar. No tengo nada. Pero herví este poquito de agua para que ellos beban, seguro la necesitarán”. Así. Todavía hoy esa imagen, esa acción, esas palabras de esa viejecita seguramente ya fallecida, me conmueven hondo. Si algo queda marcado como valor en el venezolano es su solidaridad: ese hacer causa suya el sufrimiento y el dolor ajeno. Ese conocer y compartir la angustia de la vida.

No sé bien de dónde proviene el acérrimo don de nuestra solidaridad humana. Podría aventurar alguna secuela religiosa tal vez, por lo de la dádiva, que además sirve como elemento fundamental actual para la manipulación política y el rédito al momento de colectar votos trucados. Como sea, la solidaridad está allí, es nuestra. Mío es tu dolor y tu angustia. Esto de la solidaridad, esa tendedera de brazos afectuosos, ese intercambio de necesidades: una arepa al vecino, una harina al familiar, un plato de comida al hambriento que llega, esa mano tendida que cubre al sufrido nos ha salvado de una catástrofe mayor.





Vuelvo a la manipulación y al aprovechamiento de la solidaridad y de la dádiva en cuanto ésta busca protección política. Es una entrega, egoísta, también, sí. Es la puesta en práctica de aquel dicho: “hoy por ti mañana por mí” o de aquel de que “ambas manos lavan la cara”. Es una protección de uno mismo proyectada en el otro.

Esa solidaridad está registrada incluso como derecho humano, así quienes hacen uso del poder desde el gobierno no quieran terminar de reconocerlo, en cuanto a la indispensable ayuda humanitaria que internacionalmente quieren brindarle a Venezuela: “Toda persona, como miembro de la sociedad, tiene derecho a la seguridad social, y a obtener, mediante el esfuerzo nacional y la cooperación internacional, habida cuenta de la organización y los recursos de cada Estado, la satisfacción de los derechos económicos, sociales y culturales, indispensables a su dignidad y al libre desarrollo de su personalidad”. Allí está registrada, en el Artículo 22 de la Declaración Universal, la solidaridad que hoy no es la del vecino de enfrente de la casa o la del familiar que envía unos dolaritos. Es la solidaridad internacional que se hace presente y no debe ser rechazada en este instante por el descaminado proceso revolucionario del siglo XXI que ha sido un retroceso fulminante de nuestro Estado. Es un Derecho Humano vinculado a la dignidad y la personalidad. Derecho que debemos exigir que se haga patente de inmediato.

Ahora bien: ¿ha contribuido la solidaridad con el sostenimiento del estado actual de cosas, con el sostenimiento del gobierno, por evitarse así un reventón? Es probable que así sea, que seamos más agresivos con más hambre y más abandono. Pero: siempre votaré por la solidaridad, por el brazo y la mano generosa en el momento preciso, por el abrazo y el cariño en medio de la calamidad. La ayuda internacional deberá llegar luego del reconocimiento de lo fallido de este Estado, luego del quiebre definitivo, luego del colapso inminente.

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