Víctor Jiménez Ures: El cambio que queremos empieza en casa

Víctor Jiménez Ures: El cambio que queremos empieza en casa

Víctor Jiménez Ures

Aquella máxima filosófica de las diferentes realidades coexistiendo en un mismo espacio físico y temporal, nunca fue más palpable que en Venezuela, donde separados por unas cuantas calles, los venezolanos rebuscan comida en la basura… o cenan en costosísimos restaurantes simultáneamente, según sea el caso. En la actualidad, podríamos decir que existen varias dimensiones paralelas, o más bien, diferentes visiones de una misma catástrofe, donde unos son víctimas, y otros eligieron ser victimarios.

Sucedió durante la Shoá, pues no faltaron los judíos que se unieran al aparato represor dentro de los campos de concentración, o bien, se convirtieran en contrabandistas dentro de las fábricas de armamento alemán, mientras otros judíos morían de enfermedad e inanición a pocos metros. Acá en Venezuela, el daño que nos hizo el chavismo (y nos sigue haciendo) alcanzó un nivel tan elevado que, tristemente, nos dejó en una situación con ciertos paralelismos al holocausto (salvando las obvias distancias, claro está), sobre todo en lo concerniente al redescubrimiento de la cara más oscura de la naturaleza humana.

Para empezar, al caraqueño promedio le sorprende y llena de escándalo que, mientras un depauperado 90% de la población lucha por malvivir en la “patria” que nos heredó Chávez, los estacionamientos de los restaurantes de Las Mercedes, la Castellana y Los Palos Grandes siempre estén a tope, y con carros del año. Todo lo contrario a lo que nos ofrecieron en aquel ahora lejano 1998.





Por otro lado, las vallas publicitarias en las autopistas (transitadas por hummers, 4 runners, autobuses destartalados y perreras por igual) parecieran estar totalmente desconectadas de Venezuela, o por lo menos de la mayor parte de su población; en efecto, casi todas hacen cuñas sobre alquiler de vehículos y ventas de propiedades en Florida – US, blindaje de automóviles, mudanzas internacionales, restaurantes costosísimos, revestimiento de interiores (alta gama), puertas blindadas y resorts impagables (para el promedio) en la Gran Sabana (irónicamente, el Salto Ángel está vedado para la mayor parte de los venezolanos).

Mientras tanto, en la estación Plaza Venezuela, del Metro de Caracas, una inusual pancarta gigante promete precios económicos para salir del país en autobús… que curioso, el metro revolucionario y socialista autorizó esa campaña destinada a los desesperados que, día a día, sufren el agobio del subterráneo caraqueño… una de las pocas vallas publicitarias destinadas al pueblo llano… ¿de cuál enchufado será esa empresa? ¡Amarga ironía! Después de arruinar el país, tenemos que contratar los servicios de sus empresas para salir huyendo de la catástrofe que ocasionaron.

Si bien en Venezuela aún pervive (a duras penas) una clase pudiente histórica, la mayor parte de los miembros de la clase alta actual no tenían donde caerse muertos hace 15 o 20 años. Esta clase de recién vestidos, a punta de corrupción pura y dura, son justamente quienes le han dado los estrechos márgenes de viabilidad económica que aún tiene el sistema nefasto de Nicolás Maduro. En efecto, según la ley de oferta y demanda, un producto vale lo que otro esté dispuesto a pagar, y pues… en Venezuela siempre hay un enchufado dispuesto a pagar.

¿Quién puede comprar un par de zapatos en Bs. 230.000.000? se pregunta un profesional angustiado frente a la vitrina de un Centro Comercial cualquiera, y casi al instante, la respuesta le llega a manos de un muchachito imberbe de 20 años que, sin atisbo de remordimiento o culpa, compra tres pares. Así, los enchufados y sus familias terminan fijando los elevados costos de los bienes y servicios disponibles en el país, dejando atrás a quienes no forman parte del festín revolucionario. De allí que la cesta básica (que ya va por los Bs. 350.000.000) siga subiendo, y aún ahora haya gente que la pague.

Hay mafias en el Seniat, en el Saime, en el Saren, en las gobernaciones, en los ministerios, en las policías, en los aeropuertos, en las fronteras… a estas alturas todos tienen un amigo que consigue algo difícil de conseguir, y desde luego, ese “algo” se cobra en montos elevadísimos, y en dólares preferiblemente. La rapiña y la depredación están a la orden del día, y para los más pesimistas, pareciera que Hobbes finalmente tenía razón.

¿Qué podemos hacer los venezolanos de bien, dentro y fuera del país, para contrarrestar la epidemia de egoísmo, egolatría y mezquindad que afecta a nuestra sociedad? La respuesta es sencilla: Seamos distintos. No colaboremos con quienes, desde dentro de las instituciones del Estado, practican la corrupción con voracidad; no formemos parte del sistema, ni lo fomentemos; no rapiñemos los honorarios de los jóvenes profesionales; no seamos ladinos con quienes ejercen algún oficio, por más humilde que sea; no defraudemos la buena fe de quienes aún confían en la gente; no revendamos productos de primera necesidad ni medicinas; compartamos lo poco o mucho que tenemos; practiquemos la piedad y ejercitemos la empatía con los más desfavorecidos; no especulemos; seamos transparentes y justos.

Sí, puede que parezcan ejercicios espirituales de un asceta del desierto, más aún en este país, en que lo irregular es la regla, y lo correcto la excepción. Pero la verdad es que el problema de Venezuela, más allá de la política, es enteramente cultural, y en ese contexto, aquellos que realmente amemos esta tierra debemos convertirnos en agentes de cambio, predicando nuestro particular credo republicano sobre todo con el ejemplo.

Así pues, para despedirme, hago mías las palabra de San Josemaría Escrivá quien nos dijo: “Con el buen ejemplo se siembra buena semilla; y la caridad obliga a sembrar a todos”1. ¡Arriba esos ánimos!

¡Dios bendiga a Venezuela!

Víctor Jiménez Ures

@VJimenezUres