¿Tiranicidio? por @Claudiopedia

¿Tiranicidio? por @Claudiopedia

Claudio J. Sandoval @claudiopedia

Confieso que tan solo pensar en el asesinato de Maduro me causa molestia porque un final tan fugaz para alguien que ha causado tanto daño luce inmerecido. Preferiría que el siniestro dictador colombo-venezolano pase los días que le resten de vida en el más estricto de los presidios, como compensación simbólica frente a los crímenes de lesa humanidad y la devastación económica que ha perpetrado en Venezuela.

Pasando de lo personal a lo político, debo aclarar que por ser Nicolás Maduro un tirano, el último magnicidio en grado de frustración ocurrido en el país, fue en contra del presidente legítimo Carlos Andrés Pérez, en 1992. Vale la pena recordar que como alternativa al 4F, Chávez había maquinado un plan para asesinar al presidente Pérez en un desfile militar de Fuerte Tiuna por aquellos días, detalles que revela en el libro “Habla el Comandante”.

De manera que el chavismo insurge públicamente en la esfera política venezolana con el mismo esquema que hoy condena. Sin embargo, en el fondo no condenan el esquema como tal sino que fuera ejecutado en su contra. La conmemoración del 4F como día patriótico para el chavismo confirma que todavía creen en el asesinato político como mecanismo de acceso al poder.





En el plano operativo, la evidencia empírica indica que el tiranicidio y el magnicidio resultan inefectivos pues desatan espirales de violencia e inestabilidad política, cuyas consecuencias más extremas la humanidad descubrió en la primera guerra mundial.

Aunque pueda sonar impopular en algunos círculos –no me importa- estoy en desacuerdo con el método de lucha de algunos militares, policías y lobos solitarios, que mediante misiones imposibles conmocionan a la sociedad, al tiempo que producen un tipo de violencia que el régimen termina capitalizando.

Comprendo y promociono el sentimiento patriótico, el coraje y el deseo de muchos civiles y militares de dar la cara como reserva moral frente a la ignominia. Pero las reacciones que nacen de la indignación pueden resultar fatales cuando no son canalizadas como corresponde. Actos heroicos y quijotescos sin estrategia política potable, conducen inevitablemente a la propia muerte o a la tortura de terceros en las mazmorras del régimen.

Si bien los drones pusieron al descubierto la vulnerabilidad de la Fuerza Armada, principal sostén del narco-Estado, el caso también evidencia el desconocimiento o menosprecio por parte de sus autores y patrocinadores de los precedentes históricos, los cuales documentan el amplio margen de fracaso de este tipo de operaciones.

La muerte de Maduro no implicaría necesariamente cambio de régimen, pues hay otros delincuentes en la mafia que podían -y pueden- asumir las riendas de esa organización criminal. El escenario de matarlo con la expectativa de que luego, en medio de la conmoción, alguien de la oposición –los mismos autores u otra facción- capitalizaría el momento, es más ingenuo que temerario.

No recuerdo casos de países en donde grupos de liberación nacional hayan logrado acceder al poder mediante violencia focalizada. La noción de hacer justicia por mano propia es absolutamente improductiva en el campo político. Creer genuinamente que unos pocos hombres armados tienen la capacidad militar y, sobretodo política para hacer sostenible una ruptura, es equivalente a creer en pajaritos preñados. Lo he dicho antes y repito nuevamente: En pelea de burros no se meten los pollinos…

Y esto nos lleva al tema de fondo, del cual advertimos a Padrino López el año pasado: La colombianización de la crisis venezolana. El posicionamiento de facciones radicales en la oposición –chavismo tiene sus colectivos- dedicadas a llevar a cabo asesinatos políticos, actos terroristas o al paramilitarismo, como producto de la obstaculización de las rutas democráticas por parte del régimen.

Algunos analistas estiman que el suceso podría ser usado por el régimen para desmantelar por completo a la oposición convencional -cuya hoja de ruta siempre ha sido diálogo y elecciones. Por el contrario, descarto tal escenario porque estamos frente a un narco-Estado electoral, el cual requiere la cooperación de facciones opositoras que convaliden elecciones simuladas y cohabiten en espacios estadales y municipales.

Bajo esa perspectiva, existe alta probabilidad de que el régimen, más bien, procure victimizar a miembros de la oposición convencional para otorgarle mayor beligerancia y exposición nacional e internacional, con el objetivo de reavivar un liderazgo electoral opositor que viene en descenso sostenido frente a otras posturas disidentes que proponen salidas menos convencionales.