Ciudadanos desprotegidos: prisión, tortura y vejación a un Diputado, por William Anseume

Sin importarme: redundo. La redundancia tiene años con nosotros, en este lastimero ayayay, permanente, de vejucas. No es nueva la prisión. Lo sabemos. Ni la tortura, ni la vejación. Son muchos los variados casos. El tema no es la retahíla de nombres, ni de las acciones cruentas contra ellos. El problema es la manera y la necesidad desde el gobierno de rebasar los límites y enviárnoslo como mensaje supremo, no miden contención alguna desde el poder despótico y cruel. Con distintas finalidades. El abuso ilimitado con ese poder despótico, armado, fundamentado en los militares, acaba con la ciudadanía, con el concepto de ciudadano. Dice Antonio José de Sucre, quien fuera un militar digno de su honor y de su rango: “… para formar Bolivia preferí el imperio de las leyes a ser el tirano o el verdugo que llevara siempre una espada pendiente sobre la cabeza de los ciudadanos”. Justo lo contrario de lo que nos ocurre. Tenemos el terror pendiente sobre la ciudadanía. Y de eso sí se trata.

Juan Requesens fue electo diputado de la Asamblea Nacional. Uno de los poderes del Estado, desconocido sin embargo por los demás poderes en ejercicio, al no aceptar la formidable derrota propinada por la ciudadanía y los partidos políticos en las elecciones para ese estamento de representación nacional. No es el único preso, torturado, humillado, vejado… Pero es de los más emblemáticos de este período ignominioso de nuestra historia política. Por ser Diputado de la República, por haber sido dirigente estudiantil de los más destacados y por ser dirigente de un partido político reconocido en el país. No es cualquier ciudadano, aunque ciudadano sea. Merece el respeto y la valoración de su altísimo cargo civil. Esto hay que demandarlo con toda la energía que permita la civilidad. Pues no se trata del alevoso ataque a un ciudadano y a un ciudadano destacado. El asunto va más allá. El mensaje de su humillante detención va dirigido al mundo, como si el poder dijera: “aquí hacemos lo que nos venga en gana con quien no dé la regalada gana”. Es lo que dicen. Han expropiado al país; no sólo lo han destruido, nos lo han quitado. Así, no les importa que la gente muera de mengua o de hambre, que se vaya arrastrando miserias a otros países o que al trabajar no se gane para comer. Porque no les importa la gente sino como sostén de sus tropelías.





La violencia legal y física y psicológica cometida contra Requesens va contra toda la ciudadanía. Tienen el poder y no están dispuestos a entregarlo. Lo usan hasta quebrar o matar. Atrás queda, debe quedar sin miramientos, la machacona búsqueda del diálogo propiciada incluso por su partido, en detrimento de otras organizaciones y de otros presos, de otras acciones, en otros momentos perdidos. La ciudadanía ha sido desplazada por la instauración de unos no-ciudadanos: aquellos que deben al margen registrarse con un carnet crapuloso para sobrevivir, aquellos que no tienen voz, porque carecen de medios de difusión, porque la amenaza latente y consuetudinaria es: si opinas vas preso, si manifiestas vas preso, si diriges alguna acción de disidencia, aunque sea no tener el carné pues no tienes derecho a la existencia. Menuda segregación cotidiana, para la comida, la salud, la educación o la gasolina. Se suprimieron ya todos los derechos ciudadanos, no existe más la constitución, no existe más la Asamblea Nacional. El despotismo de los déspotas instaurados y protegidos es el único sendero, ignominioso por demás, que va quedando en pie, que nos van dejando.

Con la ciudadanía postergada, con todas las libertades y legalidades postergadas, se cierran todas las posibilidades de una solución política adecuada dentro de los márgenes democráticos, porque la democracia ha quedado hace mucho, pero ahora más evidentemente, postergada. Sólo hay una obligación múltiple de quienes aspiramos a la reconstrucción más inmediata de los desperdicios de esta hecatombe: luchar a diario por unificar la mayor cantidad de criterios que permitan doblegar las conciencias de quienes siguen apoyando la crueldad dictatorial y su sistema de permanencia a toda costa, así sean militares o civiles y gestar el más digno desenlace a esta historia indecible.

Tienen que irse del poder no sólo por los resultados de un encuesta, por la recolección de la opinión, sino porque sus delitos, ciertamente, son condenables por la humanidad y van dirigidos a toda la población, a la humanidad misma. Eligieron el exterminio físico y moral de un Diputado, de otro partido; ya se sabe que no creen en la dinámica político-partidista ni dentro de su propia organización “ciudadana”. En esta peligrosa madeja de circunstancias adversas nos queda batallar más juntos que nunca de conformidad con esta desgracia social y política que todos hemos, de alguna manera, permitido. Ellos afincan su crueldad; nosotros debemos afianzar nuestra concepción democrática y de libertades y preconizar a diario en todos lados, como una catequesis antirrevolucionaria, nuestros deseos de paz, de libertad, de respeto por los conciudadanos que conformamos este espacio llamado Venezuela, gritándolo cada segundo, por todos los resquicios que permanezcan abiertos a las conciencias nuestras y del mundo, hasta lograr el fin último.

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