Huir como sea de Venezuela: Un viaje de 8000 km a pie hasta Argentina

Huir como sea de Venezuela: Un viaje de 8000 km a pie hasta Argentina

Venezolanos en el puente Rumichaca para pasar de Colombia a Ecuador / AFP PHOTO / RODRIGO BUENDIA

 

De gorra con la visera invertida, un joven rapea rimas de protesta contra Nicolás Maduro, el presidente de Venezuela, mientras otro de arito y trenzas le pone música con su voz. La escena podría ser la de cualquier esquina del planeta -el hip hop es la banda de sonido de la juventud global- pero ésta es en una ruta montañosa de las afueras de Cúcuta, la ciudad colombiana fronteriza con Venezuela, y el grupito que la ejecuta canta para no entristecerse por lo que dejaron, ni asustarse por lo que les espera, publica La Nación.

Por Nicolás Cassese 





Son cinco venezolanos, todos salvo uno son familia, y tienen entre 24 y 21 años. Lo que dejaron es todo -sus casas, sus profesiones, el poco dinero que tenían- y lo que les espera es inconmensurable. A pie, sin dinero, ni documentos, con unas pocas pertenencias que cargan en mochilas o valijas de cabina, buscan recorrer los casi 8000 kilómetros que los separan de Buenos Aires para trabajar y forjarse el futuro que en su país ya resulta imposible. LA NACION los entrevistó el 13 de julio, en su primer día de caminata por las rutas de Colombia. Hoy ya están en la ciudad de Cali.

 

 

 

Johnoliver León (24), José León (24), Marcos Reyes (21), José Rojas (23) y Keyler León (22) -más Johnayker Rojas, de un año, que viaja en un cochecito empujado por José y Keyler, sus padres- son el último círculo de la espiral de miseria que azota Venezuela y el fenómeno que desde hace un par de semanas asusta a las autoridades colombianas.

Expulsados por la crisis económica y el hambre, miles de venezolanos cruzan a Colombia y se lanzan a las rutas caminando y haciendo dedo. No tienen plata ni para comida, ni para hospedaje, mucho menos para pasajes. Sus destinos son inciertos. Algunos dicen ir a Bogotá, otros a Quito, otros a Lima, otros a donde sea que consigan trabajo. Si antes se iban los que podían pagarse un avión, o por lo menos un ómnibus, ahora ya huyen hasta los más pobres, que se van apenas con lo puesto. En la Argentina, los venezolanos rompieron los records de inmigrantes: el año pasado fueron la tercera nacionalidad con más radicaciones otorgadas.

“Buenos Aires”, lanza Johnoliver, líder informal del grupito de jóvenes raperos, cuando le preguntamos para dónde se dirigen. Vendrán por etapas, dice, caminando, haciendo dedo, trabajando en el camino. Pero el destino es la Argentina. Allí, explica, tienen un primo que ya está instalado y les aseguró que hay posibilidades de empleo y son bien recibidos, las únicas dos condiciones que necesitan para prosperar.

El resto asiente y comienza a lanzar las pocas referencias que tienen del país: Messi, Maradona, “che, boludo”. “Me imagino un país hermoso”, se ilusiona Marcos. Aunque tristes y cansados como el resto de los venezolanos expulsados que caminan por las rutas de Colombia, ellos conservan la alegría y se toman casi como una aventura los desafíos que les esperan.

 

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Éxodo

Según los números de la Agencia de la ONU para los Refugiados, ACNUR, 1,5 millones de venezolanos se fueron del país desde 2014. Es probable que el número sea aún mayor. Colombia realizó un censo a principios de este año y registró 870.093 venezolanos, pero a estos hay que sumarles los que no se presentaron y los que siguen saliendo. En su último informe de desplazados en el mundo, la ACNUR destacó la gravedad de la situación en Venezuela, cuya cifra de solicitudes de asilo es la cuarta más alta del mundo, detrás de los pedidos de afganos, sirios e iraquíes, países atravesados por conflictos bélicos, algo que no hay en Venezuela. Con reservas de petróleo y un pasado reciente de prosperidad, la crisis allí no es producto de la guerra. Responde, en cambio, a desmanejos políticos y económicos.

Por un tema de cercanía, Colombia, Brasil, Ecuador y Perú son los mayores receptores de la emigración venezolana. Pero también llegan muchos a la Argentina. El año pasado los venezolanos solo fueron superados por los paraguayos y los bolivianos en el ranking de nacionalidades con más radicaciones otorgadas en la Argentina. La particularidad es que eran inmigrantes con alto nivel educativo y con recursos para costearse el largo viaje: 4116 de esos permisos de residencia fueron a ingenieros.

Como Rafael Diaz (53) un ingeniero con una especialidad en bioelectrónica y diagnóstico por imágenes que estudió en Tokio y ahora se establecerá en Rosario, donde lo contrataron. “En Venezuela ya no se puede vivir. Al gobierno no le interesan los profesionales, por eso emigramos y nos va muy bien afuera”, dice minutos después de sellar el pasaporte de ingreso a Colombia, desde donde se tomará un avión.

Con remera deportiva y cuerpo entrenado, Rafael es tercer dan de karate, ciclista y parapentista. No tiene miedo de su nuevo destino, pero sí bronca por el que deja. “La situación en Venezuela me da más disgusto que dolor, no entiendo porque dejaron que alguien destruyera nuestro país. En Tokio no pasaría”, se ríe.

Su plan, dice, es trabajar y enseñar su especialidad en Rosario para después volverse con ingresos a Venezuela.

-Mientras tanto, espero que el individuo que nos robó el país se haya retirado. Entonces yo regreso para ayudar a reconstruirlo.

-¿Eso es un plan o una esperanza? -le preguntamos.

-Es un plan, pero I hope (espero) también -dice apelando al inglés que aprendió en sus años de exilio como estudiante.

A esa oleada de venezolanos con recursos y educación se suman ahora los nuevos migrantes, más pobres. Como el grupo de jóvenes que planean llegar caminando y haciendo dedo a la Argentina. “Es que ahorita en Venezuela el que come arroz con huevo es rey”, se ríe Johnoliver mientras sus compañeros siguen rapeando.

“Me siento muy entristecido /

por lo que está pasando /.

Veo cómo en mi país hermano /

tienen que matar la raza humana /.

En Venezuela se está terminando el respeto a la vida”, cantan mientras se alejan de sus familias con mochilas vacías de pertenencias, pero cargadas de esperanza.

 

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