Momentum, por Dulce María Tosta

Momentum, por Dulce María Tosta

 

Esta es la hora de la gente; es el momento de cada uno de nosotros, de las grandes preguntas y de las grandes decisiones.





El tiempo de los partidos y de las organizaciones políticas, tal como los conocemos hasta la fecha, parece haber llegado a su fin, con una estadística poco alentadora y mil preguntas sin responder, resumibles en una sola: ¿Por qué no somos un País del «primer mundo»?

El caso venezolano es atípico. A partir del momento en que estalló el Zumaque I hace más de cien años (1914), una continua lluvia de riquezas nos convirtió en uno de los países con mayor ingreso per cápita del globo, con lo que se nos abrió la posibilidad de industrializarnos y convertirnos en un emporio agrícola y pecuario, en una potencia económica para el disfrute de sus ciudadanos y beneficio mundial.

A todos nos consta que en la actualidad competimos con el Haití de los Duvalier y el Zimbabue de Robert Mugabe,  por el poco honroso lugar del país con la población más miserable del mundo; que en nuestros hospitales niños y adultos mueren de mengua, que enfermedades desaparecidas hace décadas como el paludismo, la tuberculosis y el sarampión se enseñorean entre los más pobres y que la leche de vaca, indispensable para el buen desarrollo físico y mental de los niños, batió la barrera de los dos millones de bolívares el litro, en su versión líquida.

El caso venezolano es patético y también es de vieja data. No se inició con Chávez, como han tratado de hacer creer los partidos, tanto originarios como derivados y los personeros que usufructuaron los cuarenta años de la mal llamada era democrática.Ese inicio prefiero ubicarlo el 18 de octubre de 1945, cuando una muchachada cívico militar irrumpió en la escena política, sin presentir que tres años después vendría la asonada que metería a la cárcel y aventaría al destierro a sus antiguos socios en el antimedinismo.

Los adecos que llegaron al poder en 1959, no fueron los mismos que lo dejaron el 24 de noviembre de 1948, con la defenestración de Rómulo Gallegos; curtidos por los sinsabores del destierro y las amarguras de las cárceles, se dispusieron a preservar el poder a cualquier precio, incluyendo la corrupción de militares y civiles y la suscripción del llamado Pacto de Punto Fijo, con la cual se priorizó preservación del poder antes que la construcción de un régimen verdaderamente democrático, que tuviera entre sus prioridades la conversión de habitantes en ciudadanos, de votantes en electores.

Quienes ejercieron el poder durante cuarenta años a partir de 1959, parece que no se percataron de que el ciudadano debidamente formado en lo político es el verdadero sustento de la democracia; que a nadie se le ocurre imaginar un golpe de Estado en Suiza o Suecia, pues para los naturales de esos países es inconcebible que una persona o grupo de personas acceda al poder por medios distintos a los señalado en sus leyes y costumbres.

En mayor o menor grado, quienes nos mal gobernaron durante los últimos sesenta años, han considerado que un pueblo ignorante y sumiso era más fácil de manipular electoralmente y de gobernar entre excusas y mentiras, sin caer en cuenta que otros, allende los mares, también podrían aprovecharse de esas circunstancias para expropiarnos el futuro.

Lo vuelvo a decir: esta es la hora de la gente. A pesar de las manipulaciones de la MUD para adueñarse de las previsibles acciones de un pueblo desesperado y de las amenazas del régimen, el momento de la gran decisión se acerca: o admitimos morir de rodillas pensando que nada podemos hacer para salir de esta tragedia, o recordamos que una vez fuimos hasta Ayacucho para sellar la libertad de América y que Bolívar nos dijo, con sobrada razón: «Todos los pueblos del mundo que han lidiado por la libertad han exterminado al fin a sus tiranos».

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