Este arroz con mango, por William Anseume

Este arroz con mango, por William Anseume

Entiendo que hay recetas para casi todo lo comestible, así luzca intragable, como parece el caso. Sin embargo, aludo a una expresión de uso común, popular, en nuestro país para significar un revoltillo de elementos más o menos incompatibles, más o menos incomprensibles, incluso para las mentes más amplias. Así mismo andamos por estos predios: revueltos e incompatibles prácticamente en todo. A propósito además. La novela pudiera titularse, si se hiciera ficción con receta: ¿Cómo destruir en pocos años un país esplendoroso?

Tomemos en cuenta que no es sólo un problema, digamos político acaso, el que aqueja a nuestra “sociedad”, donde cada vez menos socios quedan y dónde nadie sabe a cuál lado fue a parar el supuesto “contrato social”. Antes se perfilaban más o menos clarificados dos países: uno rojo y el de quienes nos oponíamos. Alguna claridad había en esa separación de ciudadanos y del Estado. Ahora no hay casi ninguna claridad en nada. Todo se desdibuja por completo, adrede, desde quienes usan el poder de la manera más abyecta que haya conocido nuestra historia y lo imponen ya casi sin cortapisa posible, factible.





Todo, presumimos, se desencadenó de una manera más definitiva, luego de que el régimen recibiera su, para él, terrorífica derrota, aquel diciembre de 2015 en las elecciones parlamentarias. De allí surgió la puesta en marcha de esta tenebrosa escisión del Estado, de la manera más absurda en la aplicación de una fórmula divisoria muy antigua, con una carga maquiavélica de más de quinientos años a cuestas: dos asambleas, dos tribunales supremos. Antes habían ensayado con algún éxito un accionar parecido en algunas gobernaciones: Miranda era la más emblemática entonces. Con lo cual nos encontramos en una disolución programada del Estado, con el ensayo firme del caos que permite chapucear en las sobras de una ciénaga inexpugnable. De allí que la Constitución no valga ya ni siquiera un soberano, ya que al soberano lo ha desconocido de tal forma que hasta un Diputado electo está tras las rejas, torturado, incomunicado sin que eso mueva al régimen a sentir algún escozor, algún prurito. Aquí ganó no quien resultó electo, sino quien arrebató y saqueó el estado por contar con el poder, el control de las armas y las fuerzas que deben sostenerlas y cuidarlas.

Por lo pronto, en este desastre de la conformación desarticulada de un Estado con ruptura generalizada de toda su integridad posible, tenemos la ruina total del país en todos los aspectos, elemento nada despreciable que afecta diariamente a su ciudadanía, una ruina inducida para hacerlo, a su vez, más dependiente de los malandros que detentan por arrebato el poder. Así no queda ya nada en pie. Ni lo textos, el simbolismo, las palabras empeñadas, la legalidad; ni tampoco en lo material: alimentos, agua, luz, transporte, vialidad, circulante, atención médica, medicinas, gas, gasolina… Una muy completa situación invivible, donde el régimen dictatorial aspira sobreponerse como salvador de la hecatombe, a través de un carné con el cual piensan mantener cogidos a los venezolanos con lazos o sin ellos.

O creamos juntos desde la oposición las condiciones fácticas para la modificación de toda esta angustiosa situación que tiene a nuestros conciudadanos dando lástima propia y ajena por el mundo y dentro de nuestra geografía alicaída, o de esta batidora humana, cruenta, que se enarbola desde el poder tiránico no saldremos bien parados. Basta de escurrideras de bulto y de postergaciones. Hay que echar el resto. O recogerán otros los restos.

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