El lenguaje del régimen opresor sin palabras, por William Anseume

El lenguaje del régimen opresor sin palabras, por William Anseume

 

Los discursos gubernamentales son múltiples, como es costumbre desde la opresión que el poder impone en los casos de gobiernos totalitarios. Los dislates, especialmente económicos los más recientes, abundan casi a diario en un país que se hunde como en una ciénaga en la miseria profunda, caracterizada por los bajos sueldos y las desatenciones en todos los servicios públicos. El muñeco (palabra desacertada en este caso) de ventrílocuo, quien funge en la dirección general de la barcaza en aguas, lanza peroratas casi diarias en estos momentos complicados para todos en el país: los del régimen, quienes se le oponen, los ni-ni (respaldo silencioso de la tiranía; como señalan varios autores que han padecido, especialmente en Alemania como Bertold Brecht, suplicios colectivos similares), los de dentro y los de fuera.





Tal se señala en diversas áreas artísticas, como  el cine, la publicidad, el teatro: las palabras en ocasiones no comunican tanto como sus alrededores comunicativos: las pausas, los silencios profundos, las acciones, la entonación, los símbolos, los gestos. En ese sentido, el avance comunicacional de quienes detentan el poder ha sido muy locuaz, muy hábil. Basta ver algunos cuerpos policiales o militares, sus vestimentas negras terroríficas, con capuchas encubridoras de la cara y de la mente del sadismo criminal, basta ver sus vehículos rutilantes, también negros o verde militar, bien portados, recién sacados de alguna fábrica muy posiblemente extranjera, en las más perfectas condiciones, frente a una población que debe transportarse en las ahora llamadas perreras, como si perros llevaran verdaderamente, de pie, atarugada en vehículos sin un respiradero siquiera o al aire libre, expuestos al sol y la lluvia.

La mayoría del lenguaje no verbal del régimen podría concentrarse en pocas palabras que lo caracterizan viva, diaria, cotidianamente: terror, humillación, dominación y todos los términos que se nos ocurran como derivados de la opresión tenebrosa. Veamos. La vestimenta y el bigotico del “director” mampuesto de esta “orquesta” aluden simbólicamente a Stalin, podría equiparse con Hitler más indirectamente. Ese sello es suficiente para infundir no respeto, ya imposible, miedo. Los vehículos y vestimentas, señaladas, de los policías y agentes militares van en la misma dirección, así como sus modos de actuar diariamente, de moverse, de acercarse a la población: la medallita que como colgajo le colocan a algunos dicen, claramente, que están entrenados para matar y la muestran orgullosos en las redes sociales. Así podríamos sumar los desfiles en medio de la población, con drones o sin ellos, las acciones contra dirigentes políticos principalísimos, las palizas a líderes estudiantiles presentándolos con las cabezas rotas, los muertos y desaparecidos, la manera como presentaron los videos del hecho que acabó con la vida de Óscar Pérez una vez rendido y entregado, son muestras leves del terror no sólo verbal comunicado por el poder tiránico.

El otro camino es el de la humillación y la demostración de la dominación. El mensaje es determinante, al parecer decir, en palabras: “pórtate bien conmigo y te irá un poco mejor, aunque no bien”, o: “ignora mi malandanza, hazte el loco y aunque no vayamos juntos no me meto contigo”, retruécano de aquello que rememora la población más antigua acerca de otro de los dictadores que tuvimos, manera de esconder el escaso compromiso y la actuación cobarde, cuando Pérez Jiménez, en el dejar hacer, haciéndose el ignorante de lo que ocurría, repetido mil veces en todas partes, con su resonar odioso ahora cuando uno lo vive día a día: “si no te metías en política no se metían contigo, todo iba bien”.

El oprobio se percibe en las colas para los alimentos, en el caminar incansable de la población para trasladarse, en no poder disponer el individuo de su dinero, en el hambre saciada acaso en las bolsas, no del clap sino de la basura, en la actitud mendicante que le han impuesto desde del poder a la población, en ese decirle: “si no estás conmigo demostrándolo en tu incorporación a través del carnet de la patria, que separa y suprime, estás frito, ni comes”. En las maneras como nuestros conciudadanos son prácticamente obligados a salir del país, en busca de un respiro. Y esto lo ejecutan de la manera más visible, sin ocultamiento, porque su interés es enviar directo ese mensaje de ahogo definitivo hacia la población. Fijémonos más y más denodadamente en esos usos comunicativos que afianzan luego o de inmediato la comunicación con las palabras, como si de una película muda se tratara y será más elocuente la tragedia que nos imprimen como sellos en la frente o cualquiera otra parte del cuerpo, sus marcas.

No es sólo con la palabra como se está ejecutando el perverso dominio de la población. Se está borrando la ciudadanía para tratar de convertirnos en casi objetos inanimados, secuaces silentes que intervenimos con alguna resistencia, leve, mayor o ninguna contra la opresión más oprobiosa que le ha tocado vivir a este país en su historia. Sigamos de cerca ese lenguaje y sobre él actuemos para rebelarnos día a día, hasta lograr el final.

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