Orlando Avendaño: La ingenuidad del New York Times sobre Maduro y la intervención

Orlando Avendaño: La ingenuidad del New York Times sobre Maduro y la intervención

Cuando hace unos días el New York Times publicó una extraña nota en la que revelaba unos supuestos encuentros entre diplomáticos americanos y militares venezolanos rebeldes, que buscaban derrocar al régimen de Nicolás Maduro, me mantuve —como muchos— vigilante.

La nota no despertaba sino escepticismo. Era rara. La información era rara. Que un militar venezolano, alto oficial, sancionado por Estados Unidos, se estaba reuniendo con el Gobierno de Donald Trump para orquestar un golpe de Estado contra el régimen criminal de Maduro, y que el Gobierno americano se negó a ayudarlo, pero se siguieron reuniendo, y que hay cientos de militares disconformes. En síntesis fue eso.





Luego, el diario ABC aumentó la desconfianza. Los delirios confirmados. Fue que un «topo» en el Departamento de Estado filtró la información al New York Times con “el objetivo de torpedear la línea dura mantenida por Trump hacia el régimen chavista y forzar al presidente estadounidense a volver a la línea de diálogo mantenida durante la era Obama”. Según señalaron algunas fuentes al diario español, el «topo» pudo haber sido Mike Fitzpatrick, número dos de la oficina para el Hemisferio Occidental del Departamento de Estado y allegado al impresentable diplomático Thomas Shannon, antiguo subsecretario de Estado para Asuntos Políticos y artífice del nocivo proceso de diálogo que encabezó José Luis Rodríguez Zapatero en Venezuela.

Ahora, este 11 de septiembre, en un intento de continuar con esa ofensiva contra la ruta férrea que asumió el Gobierno republicano, el New York Times publicó una editorial titulada Presidente Trump: no interfiera en Venezuela.

En la nota, atestada de absurdos y desatinos, el diario estadounidense dice que “Estados Unidos no debe involucrarse en golpes de Estado, punto”. “Durante buena parte del siglo pasado, Estados Unidos acumuló una historia sórdida en América Latina al hacer uso de la fuerza y la astucia para instalar o apoyar a regímenes militares y delincuentes brutales con poco interés en la democracia”, se lee en la editorial, que cede a un arcaico complejo latinoamericano y se convierte en lo que el profesor David Hackett llamaría como historian’s fallacies.

Hablan de la política del Big Stick, de su antecesora la Doctrina Monroe, y de todos sus vástagos —sobre todo de los anticomunistas, que supieron mantener a casi todo el hemisferio a salvo de la plaga roja—. Sin embargo, no mencionan que, como bien lo hace el pensador Carlos Rangel en su gran obra Del buen salvaje al buen revolucionario, se trataba de “una cuestión de seguridad nacional”. Por defender principios genuinos de supervivencia, Estados Unidos dio tanta importancia al Caribe y a la región.

Pero la idea no es explayarse sobre los ejemplos mencionados por el histórico diario ni desmontar los razonables argumentos contra la imposición del garrote estadounidense en América —que en varias ocasiones quedaron como enormes torpezas—.

Cabría preguntarse, en cambio, qué hubiera sido de Panamá —hoy un país próspero— si Estados Unidos no hubiera derrocado al dictador narcotraficante Manuel Noriega. O si no hubiera jugado un papel determinante en la derrota de las Potencias Centrales entre 1917 y 1918. O qué hubiera sido de Europa si Estados Unidos no hubiera invadido la Alemania nazi. O si no colaboraran con las potencias Occidentales en las ofensivas en Medio Oriente contra el grupo terrorista ISIS, hoy disminuido, pero cuya barbarie ha esparcido el terror por el continente. O qué hubiera sido de Cuba si en vez del fracaso, las intervenciones contra el régimen criminal de Fidel Castro hubieran triunfado.

Cada caso es único. Algunos bien justificados y otros, desaciertos. Pero cada uno obedeció a la voluntad de Estados Unidos de resguardar sus intereses, de seguridad nacional y económicos. Y hoy Venezuela es una amenaza seca a ambos.

En su editorial, el New York Times recuerda algunos desaciertos de política exterior de Estados Unidos, pero luego cede a la contradicción de mencionar las causas por las que, de hecho, la nación norteamericana sí debería interferir en Venezuela.

“Esta es una situación preocupante porque está claro que Maduro y su visión socialista han sido desastrosos para Venezuela y la región. Maduro debe dejar el poder. El país alguna vez fue uno de los más prósperos de América Latina y tiene las mayores reservas comprobadas de petróleo en el mundo. Pero después de dos décadas de régimen socialista y de una corrupción monumental, la economía está colapsada y la inflación anual podría superar el millón por ciento”, se lee en el diario.

“Por lo mismo, aunque la democracia se ha extendido en la mayoría de los Gobiernos latinoamericanos en los últimos veinticinco años, hay pocas personas y líderes en la región que protestarían si Maduro fuera destituido”, continúa el New York Times.

Pese a lo anterior el diario recomienda la diplomacia, el diálogo, la negociación y el endurecimiento de las sanciones.

Aunque el New York Times pudiera tener intenciones loables —con los venezolanos; no con el Gobierno de Trump, claro—, su editorial del 11 de septiembre expone una ingenuidad dramática, no apropiada de un medio lo suficientemente prestigioso e informado.

Luego de 20 años de fuerte socialismo, se vuelve incontestable la idea de que el régimen de Nicolás Maduro jamás abandonará el poder sino con la imposición de una fuerza mayor y decisiva —que no tiene por qué ser bélica ni venir necesariamente de Estados Unidos—. Se trata de un régimen criminal, vinculado a la mafia y el narcotráfico internacional. También, al terrorismo y respaldado por apasionados enemigos de la democracia y las libertades, como Cuba, Rusia, China e Irán.

El New York Times ejerce una influencia decisiva en la opinión pública estadounidense. Embestir la línea dura de la administración Trump ante el genocidio en Venezuela, que ha sido más que pertinente y que perfila a su Gobierno como un aliado capital; sugerir que el rescate de la libertad debe pasar indiscutiblemente por otras rondas de diálogo, negociación o burocratismo diplomático —todos procesos ya fracasados, gastados y rechazados por la sociedad venezolana—; o ceder a ese patético maniqueísmo en el que todas las intervenciones son inaceptables; no contribuye con la causa por la libertad de Venezuela. En cambio, se convierten en expresiones de complicidad con la devastación de un país.

 

Orlando Avendaño