Jorge Olavarría H: Juzgando el error de juicio

Jorge J. Olavaría de Halleux [email protected]

“Todas las personas buscan el bienestar. Esto no tiene excepciones. … Es el motivo detrás de cada acción en toda persona, incluso en los que se ahorcan.” –Blaise Pascal

Comenzó un nuevo semestre bajo la terrible amenaza que todo seguirá igual, es decir, gradualmente agravándose sin mayores consecuencias para los autócratas impunes y con consecuencias cada día más críticas para la sociedad sometida. Pero yo me niego a relatar lo que estamos viviendo. Con eso ya nos distraen todos, todo el tiempo, de lo fundamental. Los árboles que no nos dejan ver la selva.

Todo diagnóstico o análisis es un juicio y si es errado puede llevar al procedimiento equivocado cuyas consecuencias pudieran ser críticas y aunque no lo sean, evidentemente no serán soluciones. Es evidente la responsabilidad de algún ingeniero cuyo juicio errado no solamente deja el deterioro sin corregir sino que al aumentarle la carga a la estructura pudiera ser la proverbial vara que le parte la espalda al camello. Igual, si un médico determina erradamente la causa de alguna enfermedad, procederá equivocadamente y no solamente le dejará el camino despejado a la patología sino que el tratamiento pudiera contribuir al menoscabo crítico, iatrogénico, del organismo. Ciertamente no habrá curación y si la hay será porque la auto-reparación del organismo puede ser pasmosa, a menudo milagrosa (y sin ella toda intervención quirúrgica es homicidio y hasta una infección en una uña promete un peligro mortal). Así, el peligro del “juicio errado” aplica en todas las labores humanas con la excepción, posiblemente, de la homeopatía.





Pero es fácil o al menos más fácil hallar responsables en procesos que requieren rigurosidad científica. Un error de juicio puede adjetivo o grupal y de igual manera acarrea consecuencias que omite a los responsables. Toda votación (genuina) es un veredicto social y la democracia, de hecho, se basa en el respeto y acatamiento de los veredictos sociales aunque acareen infaustas sentencias políticas, económicas y hasta históricas. La historia, en efecto, sin errores de juicios (tanto grupales como individuales) no sería la historia. Cuando los troyanos hallaron el campamento griego desolado, quisieron creer que el enemigo había huido. Odiseo había calculado que sus enemigos cometerían ese error de juicio. En medio del deslumbrado júbilo por el fin de la guerra que se había prolongado diez años, los troyanos cometieron otro error de juicio y desatendieron las advertencias de Casandra y del sabio Laocoonte, “Timeo Danaos et dona ferentes”, y prefirieron escuchar el argumento que el colosal caballo de madera era una prueba contundente de la capitulación griega, un trofeo de guerra, una ofrenda. En vez de prenderle fuego, se las ingeniaron para transportar e introducir en la ciudad fortificada la fatal evidencia de su triunfo sobre los tenaces aqueos. El resto es leyenda.
¿Y qué de los errores de juicio cuyas consecuencias no son visibles sino a largo plazo?
La frase “después de nosotros, el diluvio” a menudo se le atribuye a Louis XV cuando fue la brillante Madame de Pompadour quien juzgó perfectamente su época, y conociendo de primera mano los excesos del vanaglorioso rey predice las consecuencias.
Este joven siglo ha conocido su porcentaje de diluvios, de terribles cosechas de los errores sembrados que como Iraq y Siria han sido tan cruelmente arrasadas por el lastre de los regímenes que se impusieron desde el siglo pasado que aunque han significado una punición general, habría que hacer un esfuerzo para encontrar las culpas o responsabilidades en sociedades sometidas que no tienen ni voz ni voto. Corea del Norte y Cuba son otros ejemplos de sociedades enteramente sometidas, esclavos sin opción, a diferencia de la sociedad venezolana que en muchos niveles si somos cómplices (por ignorancia o estupidez), para empezar, al haber optado democráticamente por otro demagogo que se rodeó de la peor calaña posible para estructurar un entramado político-militar en el que se pudieran perfeccionar astucias corrompidas muy nuestras, y elevarse a la cima del despotismo del siglo XXI cubiertos de impunidad. Pero históricamente, nuestra joven nación no tiene muchos laureles en lo que respecta la inhabilidad de beneficiarse de la experiencia, o de la patética compulsión humana de querer ver lo que queremos ver en vez de reconocer la repetición de errores de juicio del pasado, o reconocer la revolucionaria piel de cordero revistiendo al veterano lobo engañador, hambriento de poder.

El legado histórico, sociopolítico de la humanidad se concentra más en los juicios (errores y aciertos) de sus autocracias que en los juicios de sus sociedades. Lo que hace imprudente y hasta pueril la centenaria obsesión del occidente en “democratizar” al mundo como si el imperfecto manto que ofrece la democracia no hubiese sido utilizado eficientemente por absolutismos. Un Káiser nacido de sangre azul, militarista y supremacista, no resultó ser menos letal que un Führer democráticamente electo, militarista y supremacista. Aun así, vemos que con bastante éxito ha avanzado la idea de la democracia globalizada como concepto de responsabilidad compartida que absuelve en cierta medida la personalidad del regente y su entorno o por lo menos, comparte el peso con la sociedad (la polis). Cuando escuchamos o leemos que “Israel cometió una atrocidad” aceptamos que es ajustado acusar a “Israel” porque la sociedad fiscaliza las actuaciones de su gobierno electo que tendrá que justificar o responderle a todos los niveles de Estado, la oposición, la prensa y hasta la comunidad internacional por algo que sucedió con un pelotón del ejercito bajo su soberanía, que si el mismo tipo de exabrupto lo cometiera, digamos, un pelotón Sirio bajo las órdenes de un ejército que obedece al gobierno de Bashar al-Assad quien heredó el poder a la vuelta del siglo con la muerte de su padre, el sagaz y atroz golpista Hafez al-Assad. Sin duda, mientras más genuina sea la democracia, mayor es la carga y responsabilidad de la sociedad, porque se asume que la libertad de juzgar y optar por nuestros apoderados es solo parte del contrato y que debemos agenciar a los usufructuarios del poder, y el instrumento idóneo para eso se consigue también haciendo el esfuerzo de juzgar y optar por una contraparte política apta, y no solo por razones de contrariedad ideológica sino por razones prácticas. Pero la sociedad venezolana no solo ha, hemos—sido víctimas sino cómplices de nuestra propia hecatombe y posiblemente entre los peores errores de juicios sociales ha sido darles un aval perpetuo a una oposición política que fue tempranamente castrada, comprada y aterrada. Si alguna vez trataron de frenar el avance del totalitarismo (por las razones que sean), no lo lograron y ya no son capaces sino de ofrecer lloriqueos. Con ellos no habrá ni salidas, ni ideas para resolver el único problema planteado que es- ¿cómo salir de este régimen? Aunque suene a maniqueísmo bélico, salir del régimen, barrerlos, como se hizo en la Alemania nazi y la Italia fascista, es ya el único argumento que debería estar en el menú político y social. Y tan es así que un porcentaje alto de la ciudadanía está dispuesto a confiarle ese compromiso a extranjeros, pagando el precio postventa a los mercenarios que puedan librarnos de este imperecedero horror. Ya no son posibles las negociaciones, compromisos, o pactos para la convivencia. Y ya (hace rato) ni siquiera es un propósito ideológico o dogmático. Es un asunto de supervivencia. O los sacamos o seguimos a las multitudes que decidieron huir temiendo por su subsistencia, o como quienes se quedaron pero sacaron a sus hijos porque dejarlos aquí era forzarlos a aceptar un futuro con las opciones de una larva.

Y con el demonio muerto pero el infierno y los diablos que nos legó aun dinámicos, veinte años más tarde, pareciera que cabe preguntarse si lo que requerimos es el primer “exorcismo magno”, una expulsión diabólica a nivel nacional. Cierto, los demonios tienden a poseer individuos pero la metáfora se ajusta en el sentido que en el exorcismo clásico no se debe comenzar la expulsión sin tener evidencias inequívocas de la identidad y naturaleza del demonio, (o demonios). De lo contrario, si juzgas mal e inicias extemporáneamente o utilizas la litúrgica o los amuletos equivocados, la simbología icónica errada, lo que haces es potenciar al demonio y en el mejor de los casos, retardar el proceso de expugnación. Como no creo en nada de esto que, sea dicho, fue práctica habitual en todas las sociedades por milenios y no solamente en el cristianismo (catolicismo y los luteranos) sino que se extiende y es más antiguo en el judaísmo, islam, hinduismo, budismo y taoísmo, e incluso hay rituales de “limpieza espiritual” en las civilizaciones Maya, Tolteca, Azteca, Inca y en muchas creencias animistas indoamericanas.
Así que lo del exorcismo magno o viral me parece interesante como es interesante todo lo que proviene de la mente mágica lleno de sabiduría subliminal pero provista de poco saber concreto. Y no solo lo religioso está plagado de factores subconscientes, ocultos y llenos de simbología subliminal paradójicamente capaz, (a menudo), de mejorarnos al hacernos llegar a conclusiones erradas pero paliativas, al menos atenuantes del horror de la realidad.

Sobre los errores de juico, enlazo un concepto sociológico que me viene del brillante escritor Malcolm Gladwell, quien no publicó su último libro sino que se lo cedió a Apple Podcasts (es gratis) y lo narró él mismo; Revisionist History, donde hay un capitulo, el último de la primera de tres temporadas, titulado “The Satire Paradox” en la que principia remarcando el fenómeno comunicacional en que se han convertido los “comediantes” particularmente desde los años ochenta y que han acrecentado sus posiciones mediáticas y se han vuelto agentes, operadores, ingenieros sociales y auténticas potencias intelectuales de enorme influencia para la opinión pública. Podemos listar a Stephen Colbert, John Stewart, John Oliver y Tina Fey (entre otros) en los EEUU, y en Venezuela, para nombrar algunos, Emilio Lovera, Luis Chatain, Erica de la Vega, Laureano Márquez, George Harris, Lele Pons, Lavero Gómez, Ale Otero, (entro otros) …

La sagaz observación sociológica de Gladwell respecto a la fenomenología que representan estos comediantes no solamente es atinada sino que es liberadora, y si la traemos hasta Venezuela, ciertamente sabemos bien que estos y otros comediantes le produjeron mucha urticaria en el trasero al déspota difunto, y ni se diga a sus rastreros herederos. Pero a diferencia de los incómodos comediantes americanos, los venezolanos proceden de una sociedad no solo amenazada sino secuestrada y no hace falta mencionar que muchos nuestros humoristas más dinámicos se han unido a la estampida humana y están auto-exiliados, y digamos que en defensa propia porque eran/son “persona non grata” y probablemente encabezan las listas de “más buscados” por los torturadores del SEBIN. Pero la narrativa de Gladwell se voltea (como siempre) y con un giro los comediantes dejan de ser tan heroicos porque, para explicar su observación, los humoristas en cuestión, tanto los americanos (como los venezolanos), son ahora comparados con comediantes de otro calibre, venidos de Israel, y como es casi imposible describir el nivel de coraje comunicacional e intelectual de otro país: (coloco este link)
https://www.youtube.com/watch?v=M9Sdkps0Quo&t=15s
Basta con decir que estos productores/escritores israelíes son una rareza y no están buscando risas ni carcajadas con reflexiones, vaticinios, groserías, burlas o chistes (ni acuciosos ni soeces) sino que conciben la comedia como una plataforma para un nivel superior de invectiva política y social, incuso de autocritica (tan judía). Nos recuerdan, con o sin humor, los pensamientos de Maimonides, la importancia de la crítica y la autocritica pero como un disciplina para detectar, juzgar y corregir errores, de lo contrario, cuando ese objetivo se evade, sin siquiera darnos cuenta, la crítica se vuelve un justificativo nihilista, auto-derrotista y nos proporciona excusas para no hacer nada, para dejar de lidiar, de estar erguidos y bajamos los brazos, nos postramos ante la enormidad de la autoridad (que sea). El concepto muy antiguo del bufón que si hacía muy bien su trabajo, terminaba preso, desterrado o decapitado y si lo estaba haciendo mal, se terminaba convirtiendo en un divertimento y hasta un agente exculpatorio de las andadas del déspota y su régimen tiránico. Es el comediante para quien el humor es un medio, no un objetivo. Si este programa israelí fuese norteamericano, sus comediantes, escritores y productores hubiesen sido visitados repetidas veces por el FBI… se hubiesen reído de la sagrada intención originaria de libertarse de la dominación colonial y ni mención se hace de la liberación de una persona que es propiedad de otra persona… o de la ironía que hoy más que nunca los nombres de origen españoles mal pronunciados están siendo escudriñados por la new-Gestapo on the rocks en pueblos, ciudades, municipios y estados de nombres españoles mal pronunciados. En Venezuela, ni se diga, los hubieran metido en La Tumba de cabeza. Nada más el título de su programa “Un País Maravilloso” te previene, si vives en Israel, del nivel de provocación que utiliza la comedia para concientizar, criticar, denunciar hipocresías, y en breve, repartir leñazos. Y también hacer reír. Estos comediantes israelíes han hecho un diagnóstico certero, honesto y valiente de su cultura, sociedad, de sus políticos y gobernantes y de las complicaciones y amenazas que tienen que soportar como sociedad a diario. Y si la risa, dice Gladwell, es el gran distractor, la risa se disipa poderosamente rápido con ellos.
Los comediantes venezolanos fueron un “último recurso” y nos hicieron reír en camino hacia y ya dentro del encierro en el que estamos. Nos reímos con nuestras idiosincrasias, hipocresías y estupideces, ciertamente, pero la auténtica lección fue que nos enseñaron el arte de la autocensura. Ya hoy no hay ningún medio de comunicación que se merezca alguna mención siquiera. Y a la par de los comediantes estaban las lumbreras, digamos, de Globovision que no solo vulgarizaron los avances de la dictadura sino que reprodujeron en la comunicación social del “Método Chaz” en el que trabajadores, estrellas y propietarios del Canal “privado”, de la misma forma, se quedaron sin chivo ni mecate. RCTV por lo menos murió de pie sin esbirros compradores ni compensación legal.

Al final, más que agasajar o criticar a nuestros comunicadores que, sea por pánico o por avalanchas de malos juicios, y a pesar de sí mismos, se hicieron cómplices (cuando más) o tontos útiles (cuando menos), están los errores de juicio de quienes más tienen que ver y perder –y más necesitamos—en las lides políticas, es decir nuestra oposición que hoy, más que nunca, se merece el tilde de “escuálida”. Dadles a todos los hombres tus oídos pero a pocos tu voz, dice Polonio en Hamlet, y de la oposición a la que le dimos nuestras voces nunca les escuchamos una verdadera verticalidad que se pueda aclamar. Escuchamos diagnósticos de lo que ya sabíamos o chistes de cómo soportarlo o si acaso, entendimos porqué la esperanza mal puede llegar a merecerse estar en la caja de Pandora. Ninguno de los instrumentos que otrora tuvieron para exorcizar a estos demonios fueron utilizados con tino y los terribles sacrificios humanos fueron en vano. No hubo en la oposición juicio certero o valiente con la excepción de María Corina quien ha sido el blanco predilecto, del bando “opositor”, precisamente halconeándolo desde los caprichosos ramos de quienes han preferido confundir la necesidad con la oportunidad. No se puede salir de esto y mucho menos sanar el país para regresarlo a la cordura si nuestros comunicadores, productores, políticos y académicos nos siguen dando el mensaje contundente a los ciudadanos, a la sociedad, que no están dispuestos a tomar demasiados riesgos, o tener objetivos virtuosos con posiciones éticas inmovibles. La historia no tiene que juzgar sus malos juicios porque ya eso lo está haciendo la lenta muerte del país, el indescriptible dolor, la desesperanza endémica que se evidencia en la incontenible estampida de humanidad que ven el futuro como un asunto geográfico, y están dispuestos a mendigar derechos ciudadanos que perdimos aquí, que negociaron quienes tenían, teníamos, el deber de salvaguardarlos.

Termino diciendo que presiento que estamos en los preludios del peor error de juicio que puede cometer sociedad alguna y eso es dejar que la ira nos lleve a confundir a la justicia con la venganza. Recordemos que tanto la oposición como los chavistas están desesperados por evitar los juicios que los confronten consigo mismos. Es una disputa medieval solo que en ese entonces, el suplicio era juzgar si el cielo estaba a favor de un bando o del otro. Digamos, para alinear la idea, que ningún bando realmente le teme a la verdad pero si les aterra que sus ideologías, es decir, sus narrativas sociales, políticas y económicas (y otras) se les volteen y se burlen de ellos mismos. Pero para la virtud personal, la indecisión es la peor de las decisiones. Estamos metidos en un pantanal y en vez de unirnos preferimos hundirnos lentamente, uno a uno, hay que decidirse a actuar. La teología pretérita concebía que todo pecador (o criminal) desea consciente o inconscientemente ser juzgado. Sócrates, mucho antes, lo entendía y nunca propuso confesionarios para las almas perdidas (que no están perdidas sino escondidas en la penumbra). No hacen falta confesionarios. El filósofo heleno sabía que el juez más inclementemente espantoso, que sabe todo de ti sin importar los camuflajes y subterfugios que utilices, que sabe cuándo, cómo y porqué mientes y te deja hacerlo cuantas veces quieras porque también sabe que aunque razones, retuerzas, justifiques, inventes, te distraigas y no admitas ni un gramo de tu culpa, lo quieras o no, vas a re-actuar tu condena, una y otra vez, cual tortura de Sísifo, cuantas veces sea necesario, para que finalmente (Dios así lo quiera) te perdone la única persona, el único Juez que te puede indultar. Toda la ira vengativa de la perdición está en ti. Lo demás es relleno.


Jorge Olavarría de Halleux

[email protected]  @voxclama