Diego Arria: Exigir una intervención es un deber ciudadano de los venezolanos

Exembajador y exconsejero de Kofi Annan, Diego Arria / Foto Archivo

 

El 29 de septiembre el expresidente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, exembajador y exconsejero de Kofi Annan, Diego Arria, publicó un video en sus redes sociales. En él, dice: “En 1895 el presidente Grover Cleveland de Estados Unidos se dirigió al Congreso de su país, diciendo que no se podía permitir que Inglaterra, la potencia de la época, abusara de los derechos de Venezuela en la delimitación del territorio con Guayana. Gracias a esa intervención, que casi cuesta una guerra entre esas dos potencias, Venezuela evitó que le robaran el territorio”.

Por Orlando Avendaño / Panam Post





Asimismo, recuerda: “En 1902 otro presidente norteamericano, Theodore Roosevelt, forzó a Alemania, Italia e Inglaterra a retirar el bloqueo que tenían sobre el puerto La Guaira y Puerto Cabello para el cobro de deuda”.

“Este es el momento, también, para una gran oportunidad. Para que el presidente norteamericano, en las actuales circunstancias, imite el comportamiento de defensa de nuestros intereses, como lo han hecho en dos oportunidades en el pasado para suerte nuestra”, asevera Arria.

 

“Un poco de historia”

“Las dos intervenciones de Estados unidos en Venezuela fueron muy importantes y positivas para nosotros. Un poco de historia”, escribió el exembajador en su cuenta de Twitter.

Y, ciertamente, es importante recordarlo. Porque en momentos en los que se discute la posibilidad de una intervención militar en Venezuela, con el objetivo de deponer al régimen de Nicolás Maduro, muchos han tratado de apartar cualquier argumento a favor de una incursión bélica, recordando las «desastrosas» experiencias de Estados Unidos en la región.

Por ello es esencial rescatar que, pese a cualquier revés del pasado, la experiencia de Venezuela con la injerencia estadounidense ha estado enmarcada dentro de los intereses de ambas naciones. Porque eso sí, y hay que señalarlo siempre —con la intención de no exhibir demasiada candidez—: Estados Unidos jamás interviene as a gesture of goodwill. No. No hay beatos. Pero, a veces, los intereses de esa gran nación también son los nuestros.

Según se lee en el libro The Venezuelan Boundary Controversy, en 1895, el presidente Cleveland dijo en el Congreso: “Debemos resistir, por todos los medios en nuestro poder, como una agresión contra nuestros intereses y derechos, la apropiación de Gran Bretaña de cualquier territorio o el ejercicio de su jurisdicción gubernamental sobre cualquier territorio que, luego de investigación, hemos determinado que pertenece a Venezuela”.

Por la disputa territorial del Esequibo, Venezuela persuadió a Estados Unidos. En ese momento se argumentó que el comportamiento británico violentaba directamente los principios de la Doctrina Monroe. Las presiones del Gobierno americano forzaron a la administración del primer ministro Lord Salisbury a, finalmente, aceptar la demanda de arbitraje estadounidense sobre todo el territorio.

Luego, entre fines de 1902 y principios de 1903 las marinas del Imperio Británico, el Imperio Alemán e Italia se posaron frente a las costas venezolanas. Exigían el pago inmediato de las deudas que habían contraído los Gobiernos de Venezuela. La disputa terminó cuando la opinión política y el presidente de entonces, Cipriano Castro, sedujeron al Gobierno estadounidense a blandir, nuevamente, la Doctrina Monroe —pero ahora bajo la dinámica del Colorario Roosevelt, del gran Theodore Roosevelt—.

Al respecto, el brillante pensador venezolano, Carlos Rangel, escribe en su obra Del buen salvaje al buen revolucionario: “Está claro. La Doctrina Monroe estaba destinada a prevenir contra cualquier intento de alguna potencia europea de establecer nuevas bases en el Hemisferio, aprovechando la debilidad de las repúblicas hispanoamericanas (…) los Estados Unidos se comprometerían a no permitir más en el Caribe el desarrollo de una situación análoga a la que se produjo en Venezuela en 1902, cuando barcos de guerra alemanes, británicos e italianos acudieron a las costas de ese país con el pretexto de presionar el cobro de deudas”.

Las intervenciones de Estados Unidos, como señala Rangel en su libro, se trataron de “una cuestión de seguridad nacional”. Y aunque algunos, cediendo a un arcaico complejo latinoamericano y haciendo referencia a distorsiones de la historia, niegan que siempre han obedecido a la defensa de principios genuinos de supervivencia.

Y hoy Diego Arria dice que, como Venezuela amenaza los intereses de los países de la región, el presidente Donald Trump “debería ejercitar los mismos instrumentos y capacidades que fueron favorables en el pasado”. Esto “para preservar no solo parte de nuestro territorio, sino de nuestra soberanía. Esto sería un procedimiento más que bienvenido por los venezolanos”.

“Ambas intervenciones fueron extremadamente beneficiosas para Venezuela. Así que, cuando la gente habla sobre la injerencia americana, nosotros tenemos que decir que, en nuestro país, solo ha beneficiado a nuestra gente y a nuestra nación”, dice el expresidente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.

“Más que el fin de la guerra, queremos darle fin al inicio de todas las guerras” — F. D. Roosevelt

Sobre las intervenciones malas y buenas: cabría preguntarse qué hubiera sido de Panamá —hoy un país próspero— si Estados Unidos no hubiera derrocado al dictador narcotraficante Manuel Noriega; o si no hubiera jugado un papel determinante en la derrota de las Potencias Centrales entre 1917 y 1918; o qué hubiera sido de Europa si Estados Unidos no hubiera invadido la Alemania nazi; o si no colaboraran con las potencias Occidentales en las ofensivas en Medio Oriente contra el grupo terrorista ISIS, hoy disminuido, pero cuya barbarie ha esparcido el terror por el continente; o qué hubiera sido de Cuba si en vez del fracaso, las intervenciones contra el régimen criminal de Fidel Castro hubieran triunfado.

“Ante la incursión de China y Rusia, la Doctrina Monroe parece recobrar su validez”

A propósito de su importante mensaje sobre las experiencias venezolanas con Estados Unidos, el PanAm Post conversó con Diego Arria, quien, seguro, podría ser el hombre internacional más relevante de Venezuela. Quien, con criterio, puede hablar al respecto.

“Me cansé de ver en el Consejo de Seguridad que, mientras cientos de miles de personas murieron en Bosnia, en el Congo y Ruanda, se instalaban las partes a «conciliar sus diferencias de manera pacífica»”, dijo.

“Los venezolanos no merecemos correr esta misma suerte, pero vamos en el mismo camino”, agregó.

El diplomático aseguró que, por el terrible drama humanitario, los venezolanos estarían dispuestos a aceptar “cualquier clase de ayuda”. El objetivo supremo es lograr el rescate de la libertad, ese gran valor que ha sido secuestrado. Y, por lo tanto, es inhumano, ahora, rechazar la posibilidad de una incursión militar en Venezuela.

“Cuando una persona sufre, hay que liberarla de cualquier manera. En el caso de los norteamericanos, tienen una historia gris o negra en muchos lugares del mundo; pero en Venezuela es absolutamente transparente”.

Ahora, siguiendo esta línea, Arria hace una propuesta. Sensata y bastante pertinente.

Estados Unidos ya ha intervenido en Venezuela. Existe una Doctrina Monroe y en esos momentos fueron venezolanos los que persuadieron a los Gobiernos americanos

“No podemos librarnos solos. La Francia invadida recurrió a defenderse desde Londres con el general De Gaulle y con la resistencia activa en su territorio, mientras que sus políticos se acomodaron con los nazis desde Vichy. Hoy la Doctrina Monroe parece recobrar su validez ante la incursión de China y Rusia en nuestro continente”.

Entonces, frente a ese escenario, es momento de la persuasión. De insistir. De que la administración republicana rescate experiencias previas, pero exitosas. Y hay un recurso que permite evadir cualquier sermón, represión o advertencia, de que una “invasión” violentaría cualquier principio constitucional de Venezuela.

“Muchos países nos piden que busquemos salidas institucionales. Bueno, el artículo 333 de nuestra Constitución nos da esa salida”, dijo Arria. Este apartado de la Carta Magna establece que “todo ciudadano, investido o no de autoridad, tendrá el deber de colaborar con el restablecimiento de su efectiva vigencia”. Es un deber y el artículo 333 no establece límites.

Es decir: cualquier forma, ¡cualquier alternativa!, aún desagradable o incómoda, es legítima si pudiera derivar en el restablecimiento institucional y democrático de Venezuela. Y esto lo saben actores determinantes de la comunidad internacional. Como el secretario general de la Organización de Estados Americanos, Luis Almagro, quien dijo al PanAm Post en una entrevista reciente que él entiende que los venezolanos respaldarían cualquier acción que saque a Maduro.

“¡Como sea! No hay peor cosa para Venezuela que tener a Maduro (…) Ya hoy la gente es consciente, en la dimensión del sufrimiento personal y familiar y social que arrastra encima, que ya es tiempo para una intervención humanitaria”, dijo Almagro al PanAm Post.

Teniendo en cuenta que el artículo 333 de la Constitución obliga a los venezolanos a colaborar con el restablecimiento de las instituciones; y que ya las alternativas domésticas se agotaron (porque las elecciones terminan consolidando el régimen, los diálogos no trascienden, las manifestaciones son suprimidas por la tiranía y los militares sufren el control intenso de los servicios de inteligencia), quedan menos opciones. Algunas, no convencionales.

“El pueblo venezolano es el que más ha invertido —¡sangre, hambre y miseria, prisión y tortura!— para recuperar su democracia y no la ha podido recuperar todavía. Hoy todos somos responsables de eso. Somos responsables de apoyar a ese pueblo venezolano que ya ha pagado su precio por la libertad, para que verdaderamente la tenga”, dijo también Almagro al PanAm Post, en una clara referencia a que ya el rescate de su libertad no está en las manos de los venezolanos.

Arria coincide, en parte, con el secretario. Dice que, si bien los venezolanos aún podrían acudir a las manifestaciones o el poder económico del exilio podría imponerse, hoy esas opciones, sorprendentemente, parecen más improbables que una intervención.

La administración republicana es tajante. Hay movimientos fronterizos. Cabecillas del chavismo han sido señalados como narcotraficante. Países denunciaron al régimen de Nicolás Maduro en la corte Penal Internacional. Y coge fuerza una iniciativa de senadores estadounidenses para designar al régimen como patrocinador del terrorismo.

“La opción militar parece la más probable. Hay una colección de hechos gravísimos que parecen impulsar esta alternativa”.

Entonces, si el artículo 333 de la Constitución establece como un deber de los venezolanos derrocar al régimen, y se toma en cuenta que por elecciones no se pudo, que los diálogos son inertes, que las protestas son masacradas y que los militares inundan los calabozos, “exigir una invasión se vuelve una obligación ciudadana”.

“La Constitución no te pone límites. Te dice: ‘Esa es tu obligación’. ¿Cómo tú la ejecutas? Ese es otro problema. Pero nadie te ha dicho que no puedes tumbar al Gobierno, que no puedes promover un golpe militar. Esto incluye promover, para mí, y lo digo y lo sustento: conspirar abiertamente para promover un derrocamiento del régimen”, dijo Diego Arria.

“El 333 no te limita”, dice el diplomático, quien insiste que los países del mundo deben entender que la Constitución venezolana vuelve eso una exigencia legítima: “Que otras naciones no tengan algo similar en sus Constituciones no invalida nuestro derecho”.

Arria asevera: “Los países deben respetar la modalidad que escojamos que, sin duda, dada la realidad de un país secuestrado a la fuerza por las armas y los cubanos —y hasta con apoyo logístico militar de Rusia—, nos obliga a solicitar la intervención externa”.

“Solo Estados Unidos está en la capacidad de liderar nuestro rescate”, dice Diego Arria.

«No hay ninguna calamidad que pueda invitar a una gran nación que sea igual a la que sigue una sumisión supina al mal y a la injusticia, y la consiguiente pérdida del respeto y honor nacional, debajo de la cual están protegidos y defendidos» — Cleveland