Brian Fincheltub: Noviembre y los aguinaldos maduristas


Las gaitas sonaban desde septiembre, pero con noviembre la navidad agarraba un verdadero impulso. Diciembre se comenzaba a sentir en las calles llenas de venezolanos comprando sus estrenos para el 24 y el 31, los regalos para la familia y los ingredientes para las hallacas. Cada quien lo hacía a su manera y dentro de sus posibilidades, pero ni los estrenos, ni los regalos, ni las hallacas faltaban en los hogares venezolanos. En ese país donde no importaba si comprabas en Miami, Europa, en un centro comercial o en el mercado del cementerio, la alegría era la misma. Así se celebraba un año de trabajo y vida más. Aunque la gente se quejaba de los precios, siempre había la posibilidad de escoger, de regatear y caminando se conseguía lo que se buscaba. El objetivo era que los aguinaldos rindieran.

Los pueblos se impregnaban de ese olor característico de la navidad: el olor a pintura fresca. Las fachadas de las casas poco a poco se vestían de sus mejores galas para recibir las fiestas de fin de año. La gente escogía los colores de la temporada. Muchos también aprovechaban para hacer remodelaciones en sus casas o para renovar su mobiliario. Eran los meses donde también se veían camiones descargando electrodomésticos. La televisión nueva, la nevera, la cocina. Los trabajadores aprovechaban y pedían sus cajas de ahorro o créditos a la banca. Lo cierto es que todo el mundo pintaba, desde el más pobre que lo hacía aunque sea con cal hasta el más pudiente.

Estas fechas también eran la oportunidad para el reencuentro. Los padres ansiosos llamaban a sus hijos que trabajaban y vivían en otra ciudad para confirmar su visita en navidad. Aunque podían pasar meses sin verse, ¿Un “feliz año” separados? Jamás. Cuando toda la familia se reunía, las casas quedaban pequeñas. Llegaban los hijos, las esposas, los nietos. Todo el mundo presente para celebrar no solo la navidad sino la unión de la familia.





Esa realidad fue la nuestra durante mucho tiempo, nunca dejaré de recordarla año tras año para que quienes no la vivieron o se acostumbraron a lo que vivimos actualmente, sepan que esto no es normal. No es normal que las gaitas hoy suenen a tristeza, que los aguinaldos apenas te alcancen para comprar dos kilos de pasta y medio kilo de queso. No es normal que en lugar de ver colores de las fachadas recién pintadas veamos un país en ruinas, de casas grises y calles abarrotadas de basura. No es normal que del encuentro familiar hayamos pasado al dolor profundo que significa que miles de familias divididas a duras penas puedan saludarse en fin de año por Skype.

Nada de lo que vivimos hoy es normal y aunque el pasado no haya sido perfecto, en el guardamos nuestro mejor recuerdo de la Venezuela que una vez vivimos y que aspiramos a recuperar con esfuerzo, valores y compromiso. Los aguinaldos maduristas son de hambre, pero no serán eternos, nuestro país volverá a vivir como merece y celebraremos de nuevo unidos, en democracia y en libertad.

Brian Fincheltub
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