Luis Alberto Buttó: De redes y confusión

 

Fue ciertamente memorable, por el hecho de poner el dedo en la llaga en un tema por demás espinoso, y además por provenir de quien lo hizo desde la gigantesca estatura moral e intelectual que a pulso y con esfuerzo se granjeó por décadas, la advertencia lanzada al ruedo por Umberto Eco en relación con las llamadas redes sociales: …«le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos rápidamente eran silenciados, pero ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los imbéciles (…) el drama de Internet es que ha promovido al tonto del pueblo como el portador de la verdad»…

Si la contundencia y veracidad de la sentencia traída a colación ya de por sí es dramática a escala planetaria, el asunto se agrava de manera exponencial en un país donde la maquinaria de propaganda y desinformación oficial funciona con la meticulosidad y precisión de un reloj suizo, como solía decirse tiempo atrás, mientras la gente que en él sobrevive es asediada por cualesquiera problemas que quepan en la imaginación del infortunio. En este sentido, la propia recomendación de Eco de trascender los riesgos evidentes asociados a estas herramientas de comunicación y aprender a utilizarlas de manera crítica se impone como tarea impostergable. Otear más allá de los caracteres expuestos es un buen primer paso en esa dirección y para ello es perentorio reflexionar en torno a lo que se esconde detrás de tantas y tantas «opiniones» emitidas.





Váyase más allá de la sana aprensión causada por toparse con alías indescifrables que nada revelan sobre quien escribe o por el hecho de mirar fotos de perfil, o falta de ellas, así colocadas para no mostrar la cara detrás del comentario. En estos casos, simplemente se puede estar frente a la prudencia con la que se suele llamar a la cobardía de quien no quiere verse expuesto, o a lo mejor ocurre que quienes se ocultan lo hacen porque consideran tan poco agraciado su rostro y prefieren no someterlo al escrutinio público. Zarandajas del día a día que es recomendable ignorar. Tampoco es prudente estancarse al darle importancia a quienes escogen a una persona, grupo, organización, etc., como centro de sus insidiosos y recurrentes devaneos. Tras esos ilógicos procederes suelen esconderse rencores personales de los más diversos tipos (políticos, económicos, personales, etc.) adquiridos con anterioridad. En estas situaciones, poco importa la verdad de lo expuesto. El asunto es la irracionalidad de causar daño a como dé lugar desde la bilis alterada. «No soy yo o los que yo quiero, pero tampoco lo serás tú ni los que tú quieres», parece ser el lema de batalla. Lo triste son las replicas de quienes, consciente o inconscientemente, le hacen eco a tan feas maniobras.

Pero, como no alcanza el espacio, es perentorio dedicar las líneas que quedan a la peligrosa labor de los conversos. Nada más falaz que los gritos destemplados de quienes hasta ayer nadaban conformes en las aguas de la maldad y hoy pretenden mostrarse absueltos del pecado original. Hasta no hace mucho, con su conducta cómplice, justificaron sin rubor la ignominia, el atropello, la vesania, y se desgañitaron avalando la conducta insolente del poder en su afán de aplastar la disidencia. Los registros hablan de cómo aplaudieron las tropelías cometidas y/o de cómo argumentaron a favor de éstas a partir de burdas o exquisitas disquisiciones politológicas, económicas, filosóficas, históricas y sociológicas. Por supuesto, nada de novedoso hay en dichas vueltas de carnero. Los tránsfugas son una constante. Lo malo, y de allí el tema de las redes, es que con su bien pensada actuación embelesan a miles de confundidos. ¿Su objetivo? Sembrar fracturas allí donde debe prevalecer la unidad y esparcir falsas ilusiones que retardan la justa valoración del único camino posible para alcanzar los cambios que se anhelan: el que se construye con paciencia, organización y disciplina.

Para decirlo en el lenguaje de los chamos, hay gente que no merece ni un RT.

@luisbutto3