José Domingo Blanco: Teodoro y Cabrujas

José Domingo Blanco: Teodoro y Cabrujas

A Teodoro lo vi por última vez saliendo de una función de cine en el Trasnocho Cultural. Hace tres o cuatro años. Me detuve a saludarlo y su apretón de mano se distanciaba mucho de esa figura que no ocultaba el paso de los años. El estrechón fue enérgico como siempre. Como cuando era candidato a la presidencia en el año 1988. O como cuando era ministro de Caldera. O como cuando era mi entrevistado en radio o televisión. Allí, saliendo de una película en Trasnocho, tenía de nuevo frente a mí, a Teodoro Petkoff, el controversial. El que encaró y carajeó al régimen de Chávez tantas veces, sobreponiéndose a su pasado guerrillero y comunista. Ese pasado que le ganó detractores incapaces de encontrar en él su vocación democrática.

Hablamos de la situación del país, que hace tres años atrás era muy mala; pero, no tan hiperinflacionaria y miserable como ahora. No ofreció salidas mágicas, ni soluciones inmediatas. Solo otro apretón de manos para despedirnos. Cuando me enteré de su muerte, no recordé al Teodoro guerrillero, ni al Director del vespertino El Mundo o el diario Tal Cual. No, recordé el discurso que pronunciara José Ignacio Cabrujas, en el acto de proclamación de su candidatura, el 28 de septiembre de 1987, un discurso que guardo junto con otros documentos, testimonios y artículos que, hoy en día son unas joyas. Y que, revisadas a la luz del presente, tienen un enorme valor histórico. Permítanme compartir con ustedes, algunos extractos:





“Con el tiempo, el acto que hoy nos reúne, ha llegado a poseer características de ritual templario, de saludo samurai repleto de aspavientos, tan signado por el reglamento, como una fuga de Juan Sebastian Bach, repleta de resignaciones. Centenares, tal vez miles de fieles, nos reunimos en la necesidad de proclamar a un candidato, de vocearlo ante un país que difícilmente nos oye, de exhibir sus virtudes y consagrar sus constancias. Las frases se amontonan como la cuarta edición de un catálogo de alientos. ?Este es el momento?…?la hora ha llegado?…?el futuro es nuestro? y demás quincallas destinadas a envalentonar a un grupo de perplejos. Por este salón o salones como este, hemos transitado el ya menguado camino de la democracia posible. Aparecemos, envolviendo una angustia de treinta y cuarenta años, rica en posibilidades y experiencias, en el manto de una rutina consagratoria, que poco o nada tiene que ver con este lunes en cualquier monte y culebra del Estado Monagas.

Pediré el permiso de todos los que ahora me oyen, para invocar esta vez al viejo demonio ciego que tantas trampas nos ha colocado. La palabra victoria es el conjuro que lo hace mover el rabo y aparecer hediondo a rosa y gardenia. De ella se desprende un interminable rosario de mentiras o reglas del juego (en el fondo las reglas del juego son las peores mentiras de este sistema) que terminan por ahogar el reclamo de verdad, que estas doce y doce, nos están exigiendo. No estamos en esa corte. No somos iguales. No podemos ser iguales. Todavía nuestra garganta es estrecha para tragar tanta basura.

(…) No somos los salvadores. No pretendemos erigirnos ni recomendarnos como la salvación de la patria. Estamos hartos de que alguien pretenda salvarnos. Nos recorre la aspereza del trance, de lo que tiene poco ayer y demasiado mañana. Pero si en algún momento de la historia reciente, he reconocido a los míos como una opción legítima, real, posible, es en este momento de mengua. Bastará leer la prensa de este lunes, gorda de remitidos y acusaciones, para entender que el momento de elegir a un candidato, se ha convertido en una materia cercana al derecho penal, al bochorno judicial, en el expediente de los partidos gemelos, que han gobernado treinta años de nuestra historia. De tanto hacer lo mismo se han hecho idénticos, tan gestualmente mellizos y reflejos, que hasta los listados electorales con los cuales pretenden elegir al candidato están siendo denunciados en ambas organizaciones como verdaderos prontuarios de delincuentes (…)

Hace un par de semanas, caminé medio renco, junto a Teodoro, mi amigo Teodoro, por la calle principal de los buhoneros de El Cementerio. Era ese acto de petición de votos que tanto exasperaba a Coriolano, según la tragedia de Shakespeare. Lo escuché decir de puerta en puerta, ante curiosos asomados en precarias ventanas, el …bueno, aquí estamos otra vez. Esa mañana vi rostros de confianza y desconfianza, de amabilidad y rechazo, de escepticismo y credulidad. Lo vi empeñado en discutir con la señora del puesto de periódicos, que él no era lo mismo, que ella debía tener confianza. Lo imaginé casi en el absurdo de tener que hablar con cada venezolano, uno por uno, y explicar y decir, de qué material podemos hacer una nueva historia. No tengo que decir, que creí en él. No hace falta. Nada me obliga a confesar en este momento, mi alegría, mi felicidad, por esas cuadras de realidad, que compartí entre los buhoneros de El Cementerio. La cosa es difícil, tal vez porque la palabra en esta historia nuestra, ha comenzado a secarse y un político en la oposición, no es más que una criatura de palabras, como los personajes de teatro, que no tienen otra posibilidad sino hablar hasta el desenlace. Pero aquí estoy y aquí estaré, porque no hay mejor aventura en mi vida, mi mejor orgullo.

Y así me atrevo a presentarlo, sin palabras de triunfo. Y así, me atrevo a ofrecerle lo poco que he aprendido de escribirle a la gente. Y así le digo que cuente conmigo, para caminar por donde sea, porque después de todo, no hay mejor paseo en mi vida, ni paisaje más reconfortante. Lo presento, como lo que es, como lo he conocido, en incontables encuentros, ¡un hombre honesto! Usted dice, para dónde vamos, amigo.”

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