Memorias de Cándido Petkoff y la saga de los Mujica, por Vladimiro Mujica

Memorias de Cándido Petkoff y la saga de los Mujica, por Vladimiro Mujica

 

La partida de Teodoro Petkoff me ha traído un torbellino de memorias. Dos de sus grandes amigos, Luis Castro Leiva y Manuel Caballero, lo fueron también míos, y, en un sentido muy profundo es como si terminara de cerrarse un círculo histórico, a pesar de los años que han pasado entre una muerte y las otras. O al menos se cierra un círculo personal de tres referencias que me fueron muy cercanas, cada una en su propia dinámica y espacios. En una dirección ligeramente distinta, la trayectoria de esta trilogía se entrecruza en múltiples dimensiones con la de otro venezolano profundamente ligado a nuestra historia contemporánea, y a la de nuestra familia: Pompeyo Márquez.





Pero para poner en perspectiva la saga de los Mujica, al menos en su relación con la política, hay que navegar en el tiempo al encuentro de Guillermo Mujica, nacido en 1908, el patriarca fundador de la rama contemporánea de la familia, y a sus encuentros juveniles con los hermanos Eduardo y Gustavo Machado, con Pedro Ortega Díaz, con Miguel Otero Silva, con Eduardo Gallegos y con Pompeyo Márquez. Guillermo estuvo entre los expulsados de Venezuela en los tiempos de Eleazar López Contreras y su encuentro con los líderes comunistas se tradujo en lo que él mismo llamaba el contagio con el “sarampión” del comunismo. El sarampión de Guillermo dejó profundas secuelas en el activismo político de su descendencia, especialmente en tres de los hijos varones, Pedro Juan, Felipe y Vladimiro, y en menor medida en Marina y Hugo o María Antonia. Los tres primeros fueron quienes en mayor o menor grado abrazaron la militancia política en distintos momentos de sus vidas, inicialmente como miembros de la Juventud Comunista y eventualmente como militantes del MAS, partido del cual Felipe llegó a ser su presidente y actual secretario general. Pero, más allá del asunto de la militancia política directa, nuestro padre trajo a la casa las ideas, los libros y las vivencias, de la izquierda y el pensamiento izquierdista. Bien a través de sus relatos personales, o los de sus amigos de toda la vida como Eduardo Gallegos, Pedro Ortega y Pompeyo Márquez.

Abundando en mi caso, probablemente mi contacto con las ideas comunistas se produjo por un lado a través de mi experiencia infantil, tenía yo cuatro años a la caída de Pérez Jiménez, y juvenil, tratando de entender porque la policía política, la Digepol en ese entonces, allanaba nuestra casa en La Pastora una o dos veces al año y se llevaba preso a mi padre o a alguno de los hermanos. O porqué mi hermano Pedro Juan apareció con quemaduras y señales de haber sido torturado casi hasta morir en los calabozos de la Policía Municipal en Cotiza. Pero tan importante como lo hechos fueron las ideas y los libros. Leí, probablemente sin entenderlos a fondo, El Capital de Marx y libros de Engels, cuando tenía 13 o 14 años.  Fui militante de la Juventud Comunista y eventualmente, con 15 años, responsable de la organización en el liceo Carlos Soublette. Abandonar el comunismo a comienzos de los 70s para afiliarme al naciente Poder Joven, heredero de las ideas del mayo francés del 68, fue un evento traumático para mí. El motivo central de la ruptura, algo que no entendí sino muchos años más tarde, fue llegar a la conclusión de que en mi organización comunista no se nos permitía pensar con libertad. Había dogmas incuestionables y eso terminó por ser inaceptable para un eterno pensador libre. Como yo me concebía a mí mismo.

Mi encuentro con Petkoff y el MAS se produce a mi regreso de Chile en 1973. Luego de haber sido testigo del auge y caída de la Unidad Popular y el gobierno de Allende. La idea del socialismo democrático, algo que pudiera combinar las ideas del pensamiento liberal, responsable de algunos de los avances más importantes de la civilización, con las ideas socialistas avanzadas europeas, sin autoritarismos ni dogmas, se me hizo inmensamente atractiva. Fue en ese entonces cuando aparece en mi horizonte de referencias intelectuales el nombre de Teodoro y su libro de ruptura histórica “Checoslovaquia, el socialismo como problema”. Mi militancia en el MAS se centraba en buena medida en el ámbito de la UCV, primero como estudiante y luego como profesor, y a Teodoro como individuo llegué fundamentalmente de la mano de José Domingo Mujica, Fernando González y Manuel Caballero, tres de mis entrañables amigos de la universidad.

Yo tenía muy presente la experiencia chilena, donde había sido testigo de cómo la división e intolerancia de la paradójicamente llamada Unidad Popular había sido una causa de la caída de Allende, al menos tan importante como la alianza interna derechista operando con apoyo norteamericano. Ello me llevaba a ver con gran desazón como el MAS, una idea brillante de movimiento de movimientos, que lo tenía todo por delante para surgir como el David victorioso que enfrentara al Goliat de la polarización adeco-copeyana, sucumbía a las divisiones y fracturas internas. Para mi terminó por ser un conflicto insalvable el que el sector teodorista del MAS estuviera enfrentado al grupo dirigido por mi hermano Felipe, los “perros”, y a otro grupo liderado por Caraquita Urbina, conocido como la “rosca”. Opté por alejarme de la militancia activa en el MAS, aunque mi corazón, mi postura y mi acción política estuvieron siempre cercanas al partido. Intenté, y creo que lo logré, mantener una excelente relación con mi hermano, con su grupo y sus amigos, y también con el teodorismo y su líder, con José Vicente Rangel y con Pompeyo Márquez.  Abrigaba el sueño, imposible, de que alguna vez el movimiento de movimientos encontrara nuevamente su camino convergente.  Cabe aquí preguntarse a la luz de los acontecimientos de los últimos 20 años de destrucción del país a manos del chavismo y sus herederos, ¿Qué habría ocurrido si el MAS no se hubiese fragmentado y dividido? Quizás como muchos especulamos en su momento, eso le habría cerrado en buena medida el camino a la pesadilla chavista que no habría podido disponer del vacío que existía en la izquierda.

Pero mi contacto más extenso e intenso con Teodoro se produjo en los tiempos en que era ministro de Cordiplan en el segundo gobierno de Caldera, y Luis Castro Leiva, Ignacio Avalos, José Domingo Mujica y yo, formamos un cuarteto que pretendía cambiar el perfil de la ciencia y la educación superior en Venezuela. La cercanía con Petkoff se hizo más intensa cuando apareció la abominación autoritaria del chavismo que introdujo nuevas y profundas divisiones en la izquierda. Nunca apoyé a Chávez y me identificaba muy cercanamente con la posición de Petkoff sobre la amenaza que el chavismo constituía para la democracia. Fue Teodoro quien me invitó a comenzar a escribir para El Mundo como articulista, primera vez en mi vida que me pagaban por escribir, y posteriormente nos mudamos todos ad honorem a Tal Cual. Luego vinieron mis tiempos como representante de la sociedad civil en la Coordinadora Democrática y mis frecuentes visitas a la dirección de Tal Cual a hablar con Petkoff y a aprender de un hombre que había tenido la honestidad y la fuerza para reinventarse como político y hombre de acción, una y otra vez.

Esta narración íntima y a la vez colectiva, está por concluir. Termina por simplemente expresar mi gratitud hacia un hombre que le enseñó a mi generación a pensar en que socialismo, libertad y democracia no eran conceptos incompatibles. A diferenciar entre el socialismo troglodita y autoritario y el socialismo iluminado a la escandinava que puede coexistir con el capitalismo responsable. Llamé a Felipe con ocasión de la partida de Petkoff y me reconfortó, en medio de la tristeza por su muerte, oírle decir que al final, y sé que fue así, encontraron ellos la coincidencia, donde la había, y el respeto, en una relación que fue evolucionando a través de muchas etapas complejas. Cosas de demócratas y de gente que ama y amó a Venezuela.

Vladimiro Mujica