Luis Alberto Buttó: Punto Fijo, 60 años después 

Luis Alberto Buttó: Punto Fijo, 60 años después 

Por su significado y alcances intrínsecos, el pasado puede convertirse en una maldición implacable. Es decir, Perogrullo de por medio, acumula en sí mismo el potencial suficiente para derivar a ese tipo de imprecación capaz de condicionar en términos negativos el transcurrir del presente y/o la configuración del futuro. Sino éste que, a su vez, viene determinado por las dos actitudes que de manera consciente o inconsciente asumen hombres y pueblos ante al pasado. Una de ellas, añorarlo infantilmente para utilizarlo como contraste idílico destinado a servir como punto de partida para el cuestionamiento de lo que en el hoy se experimenta. La otra, desconocerlo olímpicamente, incurriendo en par de estulticias, cada una tan garrafal como la otra: el torpe desaprovechamiento de las enseñanzas que de dicho pasado podrían obtenerse al hacer de él la lectura correcta, o la puesta en práctica de supuestos aprendizajes que, en verdad, nada tienen que ver con la esencia de lo ocurrido en el ayer. En esto último, lo anecdótico se transforma en estructura y la crónica endeble suplanta a la interpretación imprescindible.

Es lo que ocurre con el documento llamado Pacto de Punto Fijo, a los 60 años de su materialización. Sin duda alguna, las decisiones políticas puestas en práctica por los principales partidos de inspiración democrática constituidos para la época a partir del compromiso adquirido con la rúbrica del acuerdo, lo convierten en uno de los hechos más trascendentales de la historia contemporánea venezolana. Con mucha razón, hay quienes lo consideran el más trascendental de todos. Empero, reconocer su intrínseca valía no puede servir como excusa para que viudas inconsolables de ese momento histórico inexorablemente superado continúen llorándolo como si fuera posible recoger el agua derramada. Quienes así lo hacen, al añorar el paseo que tuvieron por los pasillos del poder como vacuna para el desconsuelo que les produce ya no estar en los cenáculos decisivos, incurren en grave ahistoricismo. La nostalgia por el marido muerto no resucitará su carne y huesos. El simple voceo de las maravillas de aquello, frente a las desgracias de esto, no es herramienta idónea para activar los cambios que el país reclama en aras de superar la horripilante desgracia (perdón por la deliberada redundancia) en que lo ha sumido la autodenominada revolución bolivariana. Ése no es el camino correcto para la reconstrucción nacional.





Como tampoco lo es el tratamiento dado a este documento en términos similares al que se le da a ciertas obras literarias que una infinidad de ávidos en demostrar la cultura general que no poseen, se afanan en citar sin nunca haber puesto sus dedos sobre el texto en cuestión. En algún lugar de cuyo nombre no quiero acordarme, ladran los perros y ello implica que cabalgamos, con tal o cual cosa hemos topado Sancho, repiten como loros tantos y tantos, sin nunca haber ido más allá de la estéril memorización del título de la inmortal obra del manco de Lepanto. Así las cosas, a partir de lo supuestamente estipulado en el documento intitulado Pacto de Punto Fijo, muchos pretenden construir sentencias inapelables sobre lo que debería hacerse para refundar la república que hace dos décadas se perdió en Venezuela, sin jamás haberse tomado el tiempo necesario para leerlo con mínimo detenimiento. Por eso la imperdonable simpleza política-conceptual de invocar el tal «espíritu de Punto Fijo», o el tal «espíritu del 23 de enero», como hoja de ruta repetible para transitar el camino de recuperación y/o reconstrucción de la democracia. A quienes así piensan, es pertinente hacerles una pequeñita aclaratoria: lo vivido a mitad del siglo pasado nada tiene que ver con lo que se vive en el siglo XXI. Lo que fue no será. Por si no lo saben, el concepto totalitarismo se atravesó en el camino.

Se me despiertan todas las sospechas del mundo cuando recuerdo que en la escuela nunca nos pusieron a leer el Pacto de Punto Fijo.

@luisbutto3