La supremacía de la imbecilidad, por Gustavo Tovar-Arroyo @tovarr

La supremacía de la imbecilidad, por Gustavo Tovar-Arroyo @tovarr

Escribir corriendo

Esta entrega la escribiré literalmente corriendo. Imagínate que me esperas en un café, quedamos de conversar como lo hacemos semana a semana, con cierta pausa, siempre apasionada e intensamente, pero con pausa.

En esta ocasión no tengo tiempo, escribiré –como digo antes– corriendo. Será una prueba para ti y para mí, ni siquiera corregiré. Yo pediré un ristretto, cerrero, tierra líquida, negro, negrísimo, como el que pedía en el café Arábica de los Palos Grandes.





¿Tú qué pides?

El exquisito café del amor trágico

Estoy en Verona, sí, la bella Verona. Por eso la corredera. Esta tarde las autoridades municipales de la tierra que imaginó Shakespeare para darle vida al amor trágico de Romero y Julieta presentan el documental “Chavismo: la peste del siglo XXI”.

Entiendo que además me darán un reconocimiento: ¿qué me reconocerán? ¿Que arriesgué ser crítico en un país de delirantes o hincados, que le menté la madre al poder por criminal y cínico? No lo sé, ya qué importa, ahí estaré, no hay reconocimiento completo mientras no haya libertad en Venezuela. No lo hay. Somos náufragos de nuestro tiempo, tú y yo lo somos.

El ristretto está exquisito.

¿Editar el cansancio y borrar?

Sigo, perdóname el apuro. Antes te cuento que ayer me quedé dormido manejando, estoy agotado, llevo días viajando por todo el mundo. Me pude haber matado. Venía de visitar en Pietrasanta (Lucca) a mi amigo –mi hermano– el artista plástico Gustavo Aceves. ¿Lo conoces? Si no, búscalo, velo, es el Miguel Ángel mexicano. Su proyecto Lapidarium es el trabajo artístico más importante de nuestro tiempo.

Pero ¿por qué te hablo de esto? No sé, quizá es síntoma de cansancio o del apuro, si fuese un artículo común y corriente, lo editaría y borraría. Pero no lo es. Deja pido otro café y sigo.

¡Otro ristretto, por favor!

En este Olimpo literario…

No debí escribir, no debí hacerlo, no he dormido nada en casi tres días y no sé si escribo o sueño. O no sé si lo que escribo más bien es producto de una pesadilla vívida e hiperrealista. A ver, imagínate, estoy en Verona, la cuna del amor más desgarrador y puro de la historia de la civilización, voy a presentar una obra de mi autoría en este Olimpo literario y estoy pensando en Venezuela, carajo, siempre en Venezuela, y Venezuela, esa bella palabra, eres tú, soy yo, es este amor trágico que llevamos clavado en el pecho y que –¡coño de la madre!– no cesa, no descansa, que hiere a cada pulso, en cada aliento, que hiere y sublima, este amor que como el de Romeo y Julieta es a veces una auténtica pesadilla.

¿Por qué estaré escribiendo sobre esto? ¿Será que estoy dormido? ¿O será que la rabia por las estupideces que escucho me exaltan –me despiertan– e irritan hasta el sobresalto?

Pediré otro café y me voy.

Tan singular como patético

Espérame un segundo, sólo un segundo antes de terminar e irme, necesito alertarte de algo, algo que me tiene profundamente preocupado y que veo que prolifera en ese asco histórico que se ha convertido la peste chavista.

En un acto de oscurantismo tan singular como patético: a un mediocre e irresponsable sector de la oposición le ha dado por acusar a otro sector de la misma oposición de “racista, supremacistas blancos, sangre azul, secta extremista” por pedir decencia y coherencia en la arena política.

¿En serio?

La supremacía de la imbecilidad

La pesadilla parece perpetuarse. No cambiamos, no hemos aprendido nada de nuestra herida histórica. Ni Chávez, sí, ni Chávez ese sátrapa pérfido y canallesco jugó con categorías sociales tan banales e imbéciles para referirse a venezolanos como lo están haciendo algunos políticos y tantos otros opinadores públicos actualmente. Coño, de verdad, ¿qué nos pasa?, ¿qué nos pasó? ¿A qué se debe tanta degradante ignorancia? ¿Será que el chavismo creó una categoría de supremacista tan histérica como inédita entre nosotros: la supremacía de la imbecilidad?

No puedo negar mi asfixia, mi genuina asfixia cuando escucho semejantes barbaridades entre nosotros, no sólo por lo banal y frívolo de ellas, por lo impensado e ignorante, si no por lo absurdo y dañino.

Otro café, el último.

Ni supremacista ni extremista, sólo un venezolano decente

No revisaré lo escrito, sea lo que sea que venga en él, lo que resalto con alarma, irritación y mucha vergüenza intelectual, es que sigamos perpetuando la imbecilidad chavista, que la estemos llevando a tales extremos de insensatez y delirio, no debemos seguir “jugando” con categorías chavistas, tan despiadadas como írritas, para descalificarnos unos a otros de manera tan perniciosa y ridícula. Simplemente no podemos.

Que alguien levante la voz y pida decencia, que pida honestidad y coherencia, que pida valor y ética, que rescate la palabra “moral” en la jungla venezolana, no lo hace un extremista ni un racista, lo hace –ni más ni menos– un ciudadano común y corriente que aspira vivir en democracia y libertad. Sólo eso. Ni supremacista ni extremista, sólo y exclusivamente un venezolano decente. ¡Ya basta! Reivindiquemos la razón. Sí, reivindiquémosla, por favor. ¿Qué es el “deber ser” en política?

¿Quién paga la cuenta?