Luis Barragán: Mires, abstención y anomia

Luis Barragán: Mires, abstención y anomia

Luis Barragán @LuisBarraganJ

Más allá del gesto cortés, agradecemos a Fernando Mires su interés por la suerte de los venezolanos, intentando una interpretación lo más adecuada posible de la dramática situación que confrontamos. No obstante, a juzgar por su más reciente artículo de opinión, nuevamente discrepamos de la perspectiva de un científico social que realiza un esfuerzo importante de interpretación, pero insuficiente, quizá por una insalvable distancia geográfica que le impide apreciar las distintas variables de una experiencia definitivamente inédita, quizá por el empleo de fuentes sesgadas que obligan a una depuración y un análisis más precisos.

El planteamiento esencial gira sobre la abstención en los torneos que sedicentemente ha ideado y  controlado hasta la saciedad la dictadura (desterrada y silenciada Smartmatic que tan consecuente le fue), aunque –  es necesario convenir – no toda consulta electoral lo es, por su mera convocatoria y obscena realización: el plebiscito de Pérez Jiménez al finalizar 1957, no animó en forma alguna a la oposición que encontró la oportunidad de unificarse para celebrar – mes y tanto después – su caída, dándole sentido y eficacia a la resistencia.  Bajo la égida de un consumado régimen anómico, como el que impera, por una parte, contrasta el testimonio de sensatez ciudadana y de lucidez política al no acudir a tales torneos, circunstancia que no puede rigurosamente entenderse como abstencionista, pendiente de un desarrollo estratégico; y, por la otra, régimen al fin y al cabo, hay quienes de buena o mala fe los concurren, destacando aquéllos que lo creen una muestra de habilidad política, reiteradamente fallida, o, con tarjeta propia o interpuesta, también un particular modelo de negocios.

Plural y compleja, quebrada una determinada experiencia o tradición política y republicana (dos décadas no pasan en vano), la (s) oposición (s)  está (n) aquejada (s) por una franca desinstitucionalización de sus entidades y actuaciones, fingiendo unidad donde no la hay, tras los bastidores del Frente Amplio – MUD que irrespeta y manipula a la misma Asamblea Nacional, como si monopolizara toda la representación popular; irrumpiendo e imponiendo fórmulas para el diálogo incondicional que, a pesar de todas las advertencias públicamente hechas, fracasó en República Dominicana después de abandonar los retos que explicaban el proceso de revocación del mandato presidencial; cotizando a una dirigencia reacia a pagar el costo político de sus errores que, además,   impide u obstaculiza el desarrollo de las investigaciones parlamentarias en torno al caso Andrade – Gorrín, levantando no pocas suspicacias. Al menos, como partido y como plataforma, Vente Venezuela y Soy Venezuela, realizan puntual y semanalmente sus reuniones y debates, dando idea de la necesaria colegiación de las decisiones que buena parte de las organizaciones restantes, por lo que sabemos, están lejos de realizar; o, si de la Asamblea Nacional se trata, ausente e inconsulta la Fracción Parlamentaria del 16 de Julio, ellas deciden el Orden del Día de las sesiones plenarias, molestándose o irritándose por el sólo planteamiento de una modificación de la agenda, para citar un sencillo  ejemplo.





Entonces, el descarrilamiento que Mires alega parece demasiado relativo, importando actualizar a Durkheim y a Merton para un mejor examen del fenómeno anómico que bien puede equiparar  el desenvolvimiento de los funcionarios y usuarios del Metro de Caracas, antes referente de seguridad, orden y eficiencia, y de los partidos que hasta conceptualmente han dejado de serlo: los hay con una extraordinaria claridad ética y política, añadidas las minorías inconformes que tratan de actuar en las organizaciones dominantes representadas en el parlamento, capaces de confluir en una experiencia de recuperación del sentido de la política misma para derrotar, esta vez, no a una dictadura de ocasión, sino al Estado Criminal que ha construido. Por supuesto, existen voces díscolas, pero ellas no se encuentran entre quienes – a contracorriente – advirtieron desde 2014 que éramos y somos mayoría, nos encontrábamos y nos encontramos en una dictadura, o ya bajo el umbral de una crisis humanitaria que se convirtió desgraciadamente en una catástrofe irrefutable, frente a los que alegaron – convencidos –  una situación minoritaria tan sólo susceptible de mejorar paulatinamente (apegados a encuestas maniatadas), democrática como la que más, en medio de una coyuntura económica y social pasajera.

Acotemos, existe la fuerza internacional que debe sumarse a la ciudadana e institucional, y un mandato popular, como el del 16 de julio de 2017, vigente y orientador que no destruyó siquiera a deserción de los partidos que aniquilaron a la MUD, corriendo tras las elecciones regionales y otras sucesivas – insólitamente – a escasos meses, para luego simular una expulsión y prontamente reconocer y ostentar las gobernaciones alcanzadas en abierta contradicción con sus electores: la antipolítica es una realidad, pero también una excusa para el deliberado esfuerzo de integración a un sistema cada vez más agotado e inviable. Valga señalar, finalmente, siendo objeto de una investigación personal dificultada por nuestra insoslayable tarea parlamentaria, una importante hipótesis:  con las excepciones de rigor, padecemos un colapso generalizado del sector, élite o clase política, fruto de veinte y más años de molienda – se supuso todo un anacronismo – castro-comunista, tal como ocurrió en Venezuela en 1812 y en 1936, abriendo las puertas a una reconstrucción o transición que permitió actualizar, como ahora ocurre, a los elencos llamados a influirla, participarla y conducirla.