Alexis Alzuru: Es negociar, no cohabitar con Maduro

¿Puede negociarse la expulsión de Maduro? ¿En cuáles condiciones sería posible el cambio de gobierno? ¿Quiénes serían los interlocutores en una eventual negociación? Las alternativas para salir de Maduro son limitadas; esta opinión la aceptaría cualquier observador que examine la situación del país con imparcialidad. De hecho, las vías son tan reducidas que algunos insisten en la intervención militar internacional. Sin embargo, la población rechaza esa idea porque nadie explica cómo y en cuántos años se saldría de ese escenario una vez que se inicie. Incluso, quienes proponen esa fórmula no pueden asegurar con un mínimo nivel de responsabilidad que los resultados serán los esperados. Ahora bien, el venezolano no se engaña; sabe que no habrá transición sin violencia. Lo que ocurre es que el sentido común le indica que la violencia se puede reducir. De allí que presione por una vía negociada. La gente espera que las elites y los dirigentes definan un procedimiento político que reduzca los heridos, los muertos y los destrozos que inevitablemente la transición provocará.

Aun cuando en el caso venezolano la solución negociada es poco probable también es cierto que el consenso es una senda que jamás se cierra. Queda la opción del acuerdo con sectores chavistas antimaduristas. Por supuesto, esta ventana también está por trancarse gracias al avance cubano y al tiempo perdido. Sin embargo, un general y un político corrupto siempre tendrán suficientes motivos para negociar, no así los países que quieren saquearnos. Sobre todo, como Cuba no negocia el poder no permitirá bajo ninguna circunstancia que Maduro lo intente. Es hora de reconocer que la única opción para la nación está en buscar algún acuerdo entre sus nacionales.

Por supuesto, negociar con el chavismo-antimadurista exige precisar los aspectos que ese proceso involucraría. Habría que comenzar por aceptar que sería un acuerdo con personas con características fáciles de imaginar. Lo probable es que sea un grupo de gente movilizada por la venganza y la avaricia; no por valores democráticos. Muchos estarán acusados de corrupción, contrabando, narcotráfico y lavado de dinero, mientras que otros estarían investigados, procesados y sancionados por tribunales y, en general, por la comunidad internacional. Ahora bien, lo relevante es identificar sus motivaciones y su disposición a negociar así como la capacidad de mando en la FANB; no hay que escandalizarse por su perfil moral o ideología. En cualquier caso, la moralidad de las alianzas estratégicas con los enemigos no depende del interlocutor sino de la sensatez que se auto-exigen quienes comparten valores y creencias; son las auto-restricciones  de los demócratas lo que moralmente legitima el pacto con los antimaduristas.





Negociar la transición no es renunciar a las propias creencias y principios; ni supone aceptar los dólares de Raúl Gorrin para traicionar al pueblo; tampoco es cohabitar con Maduro. Negociar la transición es ante todo un acuerdo ético-político entre ciudadanos; entre quienes para restituir la vida en democracia admiten que están obligados a pactar con sus enemigos; por lo cual, aceptan auto-limitar sus miserias, intereses, agendas personales y partidistas. Además, el acercamiento con los sectores antimaduristas sólo se lograría a través de la mediación de la diplomacia internacional, no por contactos de actores nacionales. Este hecho obligaría a quienes hablan de libertad y democracia a dejar las pequeñeces y actuar apegados a la responsabilidad y la cooperación.

La mediación internacional necesitaría certezas, confianza y unidad de criterios para realizar una acción trasbastidores. Después de todo, ellos se jugarían la piel en esta fase. Por cierto, ese ciclo de negociaciones sería el marco apropiado para consensuar el ingreso de las tropas internacionales al territorio nacional. Serían tropas garantes de la paz, no fuerzas invasoras para la guerra.

La expulsión de Maduro cierra un primer ciclo; y, por tanto, abre paso a la etapa de la transición del poder. Este escenario exige desarrollarse con tres condiciones: una junta de gobierno integrada por demócratas y antimaduristas; la publicidad de los actos de la junta y la permanencia de la coalición militar internacional hasta que haya un gobierno electo en democracia. Por supuesto, algunos cuestionarán esta fórmula. Sin embargo, en Venezuela el dilema actual es negociar con antimaduristas o pactar con el castro-madurismo. De hecho, a partir de enero insistir en cualquier otra vía será reconocer tácitamente la legitimidad el gobierno; será pactar en silencio con Nicolás Maduro, con su proyecto y su decisión de entregar la república a terceros países.

Alexis Alzuru

 

 

@aaalzuru.