José Daniel Montenegro: Democracia y liberalismo

José Daniel Montenegro: Democracia y liberalismo

Una de las denuncias más reiteradas y frecuentes del discurso de la izquierda más reaccionaria, desafortunadamente compartida, en una medida nada despreciable, por la llamada izquierda moderada o progresista es que “Los países no son pobres, sino que han sido empobrecidos como consecuencia del saqueo sufrido por parte de los actualmente países ricos”.
Esto supone, implícitamente, que en un primer momento muy lejano, probablemente desde el mismísimo Génesis bíblico, existía una riqueza global, invariable y repartida equitativamente entre todas las naciones; idea que dicho sea de paso, alberga en su núcleo, la muy disparatada y nociva tesis de que, como si de la Ley de Conservación de la Energía se tratase, “la riqueza no se crea ni se destruye, sólo cambia de manos”, además, que este “cambio de manos” solo es posible mediante el saqueo, el robo y el pillaje de unos sobre otros, los fuertes sobre los débiles. ¡Que poca fe en la humanidad!

Si esto fuese cierto ,entre los países más ricos de la actualidad debería estar Egipto, sin duda también los correspondientes a la antigua Mesopotamia como Irak y Siria, también el actual Irán, antiguo Imperio Persa y más recientemente, por ejemplo España y Portugal, que hace unos pocos siglos dominaron y, económicamente hablando, saquearon muchos territorios mediante el poder de la espada, además de esto, Alemania, Japón e Italia deberían encontrarse hoy en la más completa ruina , como consecuencia de haber resultado vencidas durante la Segunda Guerra Mundial, hace apenas 73 años. En cada caso, ninguno de estos ejemplos son compatibles con la tesis de los antagonismos: saqueadores y saqueados, explotadores y explotados, vencedores y vencidos.
A través de muchas discusiones, debates o intercambio de ideas con el eminente profesor y sociólogo venezolano José de Jesús “Chelin” Guevara, y el muy lúcido joven abogado José Daniel Torres, he tratado de comprender la relación existente entre la ausencia de libertad y verdadera democracia con pobreza y el subdesarrollo de algunas naciones y, en el caso que nos ocupa, Venezuela, algunas respuestas hemos ido a buscarlas en la mismísima estructura política, social y económica de la Venezuela colonial.





Desde la época colonial, el internevicionismo mesiánico y todo poderoso de los antiguos monarcas ha sobrevivido en mayor o menor medida, casi inalterado en el enfoque presidencialista venezolano, esto es, la visión profunda del Estado omnipotente, cuyas consecuencias ha dejado a Venezuela postrada y malherida mediante el comportamiento destructivo y asfixiante, de un Estado que no asume a los habitantes como ciudadanos, sino como vasallos, como claramente escribió Carlos Rangel “comparable a un gigante de cerebro minúsculo y sin control de sus actos, que sin embargo persiste en postularse como el único capaz de conducir hasta en sus más mínimos detalles, la vida de una sociedad a la cual se supone compuesta de eternos menores de edad, en eterna necesidad de tutela” ¡Pero que poca fe en el individuo y cuánta fe (inmerecida) en sí mismos!

La doctrina del liberalismo clásico, es claramente antagónica a lo que en Venezuela se asume como democracia. El liberalismo se fundamenta en un conjunto de ideas cuya característica principal es la libertad del individuo. En su forma original es una corriente económica, filosófica y política, se fundamenta en cuatro principios básicos: los gobiernos limitados, tanto en funciones, poderes y recursos; los mercados libres y abiertos a la competencia; el absoluto respeto a la propiedad legítima, fundamento de la rigurosa independencia de las instituciones privadas respecto al Estado; y la igualdad de todos los individuos ante la ley. Los Gobiernos limitados constituyen la única garantía para gozar de la libertad, y también de otros valores como el orden, la seguridad, la justicia, la paz y la prosperidad.

Pero hay otra situación funesta que junto al subdesarrollo político heredamos de España (muchas de las cuales actualmente la misma España ha dejado atrás): la adopción por la República del principio de que el Rey, en este caso, el Estado, debe ser casi por mandato divino, el propietario no solo de casi todas las extensiones de tierras, sino además, el propietario del espacio aéreo y el espectro radioeléctrico, y de todos los recursos que se encuentran en el subsuelo, incluidos aquellos que se encuentran debajo de las superficies territoriales que pertenecen a personas naturales, sin que, como sociedad civil, hayamos podido alguna vez articular alguna reacción efectiva ante semejante despilfarro de irracionalidad gubernamental.

La historia democrática de Venezuela, es la historia de los aciertos parciales, incluso notables en el campo de la política, pero mezclados con totales desaciertos en el campo de la economía. Alguna vez tuvimos elecciones cívicas y transparentes, ejemplo mundial de democracia de una sociedad que caminaba con firmeza envidiable hacía la civilización, una de las virtudes innegables de la época del bipartidismo comprendido entre los años 1958 y 1998.

Pero nuestra democracia se inclinó, casi exclusivamente, a un asunto netamente electoral y de opinión de las mayorías, por ello cuando algún presidente recibió críticas incómodas y difíciles de refutar desde algún sector de la sociedad civil (Herrera Campins, Lusinchi y Chávez más que ningún otro), ofrecían como respuesta “Si no te gusta mi forma de gobernar, arma tu propio partido y gana unas elecciones” ,dejando claro con ello, que en sus visiones de democracia, aunque muy dispares en otros aspectos, era perfectamente válido y razonable que con tan solo ganar unas elecciones, el funcionario electo debía gozar del “derecho” de hacer lo que se le viniera en gana, con la subyacente y muy grave afirmación de que, son los ciudadanos los que existen para justificar la comodidad y confort gubernamental y no al revés, los gobiernos justificando su razón de ser en el servicio ineludible a los ciudadanos.

Aunque mucho se suela repetir, es completamente falso que en Venezuela haya fracasado alguna vez el liberalismo o la economía de mercado previo a la llegada de Chávez. La verdad que en nuestro país, el liberalismo nunca se ha implementado, lo que ha existido es un sistema que ha colocado todo tipo de obstáculos al comercio entre gentes honestas a su vez que ha estimulado el pillaje, la arbitrariedad, el tráfico de influencias y el soborno de funcionarios estatales, con lo cual, los gobernantes (nuestros “reyes tropicales”) se han reservado el control discrecional de toda la actividad económica privada, obstruyendo toda transacción voluntaria y conducida de buena fe entre particulares y, cuando hemos visto el auge incontrolable de la corrupción y el estancamiento de la economía, el reflejo espontaneo de nuestros gobernantes, herederos de la “Compañía Guipuzcoana” ha sido culpar a los empresarios en general, aumentando los controles, las fiscalizaciones, congelando precios y hasta acusando al ciudadano común de “bachaquero”, especulador o excesivamente consumista, víctimas de un supuesto pánico generado por los medios de comunicación sobre una escasez “inexistente”, aunque cualquiera pueda verificar fácilmente que efectivamente los anaqueles se encuentran vacios y la producción paralizada.

Cada control, cada fiscalización, cada alcabala gubernamental es una negación de la democracia y una puerta abierta a la corrupción, donde funcionarios cada vez de menor rango, reciben poderes discrecionales para someter al ciudadano y presentar ante ellos una demanda de soborno si deseamos, llevar a feliz término los innumerables trámites burocráticos que las mismas administraciones gubernamentales imponen. El funcionario estatal, en posición de hacerlo, tendrá entonces interés positivo en la multiplicación de los requisitos, firmas, sellos, controles, alcabalas, autorizaciones. Se inicia aquí la compleja red de compra y venta de influencias y privilegios, cuyo máximo lucro podemos encontrar en las multimillonarias transacciones petroleras (por “derecho divino” ya lo hemos dicho en potestad del Estado), que han convertido a algunos políticos en acaudalados magnates sin siquiera haber trabajado nunca realmente.

Algunos voceros, tratando de aportar una solución, claman a diario por “caras jóvenes” o “nuevos rostros” en la política, lo que no es en sí mismo, algo equivocado, pero debemos admitir, sin complejos y sin hacer gala de deshonestidad intelectual, que nuestro problema poco se relaciona con “las caras” (nuevas o viejas), sino más bien con el modelo, más aún, cuando no pocas “caras nuevas” han emergido en la política ya contaminados, por la peste intervencionista, estatista, es decir, socialista, y la presunción arrogante de que ahora son ellos los que deben ser los nuevos “tutores” de nosotros los ciudadanos, los eternos “menores de edad”.
Suponen ellos además, que con buen gusto y hasta agradecimiento, debemos aceptar el “desinteresado sacrificio” de ofrecerse voluntariamente para dirigir nuestras vidas, mientras que, bajo este enfoque, serán ellos y no nosotros, los que mejorarán notablemente la calidad de vida. Un buen ejemplo de ello, es nuestro “Benedict Arnold” endógeno, aquel joven que surgió de los movimientos estudiantiles universitarios por allá en 2007, carismático, de hablar apresurado y sin duda, es lícito admitirlo, con talentos fuera del promedio, pero que luego de ser diputado suplemente de María Corina Machado ante la Asamblea Nacional, se pasó a las filas del chavismo. Él no rompió ni traicionó su esencia ideológica al hacerlo, sólo se fue hacía otro equipo, que pregona más o menos mismas ideas en las que se formó, pero en este caso, de forma abierta, coherente y radical.

Venezuela realmente requiere son ideas novedosas, más democracia y no democracia a medias, libertades civiles e individuales con la responsabilidad que ello implica, igualdad de todos ante la ley. Los venezolanos no necesitamos cambiar a un tirano por unos “amos más amables”, necesitamos gobiernos que nos sirvan, que promuevan la libertad y garanticen bajo un marco de legalidad transparente y respeto entre todos, que cada individuo pueda dedicarse a la búsqueda de su propia felicidad. Necesitamos poner en marcha la creatividad y talentos que nos son inherentes y que, por primera vez, se apliquen los principios del liberalismo clásico, entre ellos, una economía libre y abierta fuera del alcance del control de los políticos de turno sin importar su color partidista.

José Daniel Montenegro Vidal. Ingeniero mecánico de profesión. Coordinador para la democracia de la Fundación Educando País. Email: [email protected]