Debate “Transición, emergencia y usurpación”, por José Luis Farías

Debate “Transición, emergencia y usurpación”, por José Luis Farías

José Luis Farías @FariasJoseLuis

El debate planteado por la Asamblea Nacional “sobre la transición política en Venezuela ante la emergencia nacional y la pretendida juramentación inconstitucional de Nicolás Maduro, el 10 de enero”, supone de entrada al menos dos consideraciones previas:

1. Un reconocimiento: a la voluntad unitaria del cuerpo legislativo opositor de entrarle con urgencia al tema de la crisis política que amenaza con acentuarse después del 10 de enero ante la emergencia nacional. No hay que perder ese rumbo.

2. Una precisión: las transiciones políticas no se decretan, se producen históricamente en el marco de determinadas circunstancias que las hacen posible. No porque hablemos de transición la misma existe o pueda llegar a existir. ¡Cuidado con los cantos de sirena!

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Acordar, decidir, actuar políticamente significa tener presente la tragedia que padecemos, y el rumbo desastroso que lleva. Vivimos en un país en crisis. La peor de toda su historia republicana. Signado por el caos. Donde nada funciona y la emergencia es palpable en todos los sectores de la vida nacional. En el cual todo se pondrá peor. Vamos en dirección a una tragedia de signos bíblicos.

Reconocer la crisis no es ninguna novedad. Pero pretender ir a la discusión ignorándola podría inducir a decisiones políticas erróneas. Por eso es clave el llamado al debate hecho por la Asamblea Nacional de una posible transición política teniendo como base la situación de emergencia nacional que sufrimos.

Cualquier planteamiento político tendrá que sopesar muy bien los principales signos de la crisis económica y social y sus posibles efectos sobre ella. Esto significa tener presente que estamos entrando en un año en el cual la crisis va adquirir signos desastrosos.

Ya lo estamos viendo el dólar paralelo en dos días pegó un salto de 700 a 1.200 bolívares y todo indica que el ritmo ascendente se va a acentuar con sus terribles implicaciones inflacionarias y su demoledor impacto sobre la población.

Las decisiones a tomar por el cuerpo legislativo generarán acciones cuyo tiempo de ejecución pueden, eventualmente, levantar esperanza en los ciudadanos, pero no van a implicar solución inmediata ni siquiera a corto plazo sobre los ingentes problemas que agobian a la población.

Hay que decirlo. Hay que hablarle claro a los venezolanos. Por ejemplo, la Asamblea Nacional autorizará la entrada de la ayuda humanitaria, pero la dictadura hará todo por impedirla. Tendremos todos que luchar para que esa ayuda llegue.

El tiempo es un factor fundamental a considerar, dado que él hambre de la gente no espera y la protesta continuará, y por supuesto debemos acompañarla, organizarla y propiciarla. De la misma manera, la diáspora no se detendrá, pero debemos tratar de producir optimismo pese a ella.

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Por otra parte, todo planteamiento político también deberá considerar su factibilidad, su posibilidad de realización con éxito y en breve tiempo. Hay que tener presente a qué y a quiénes nos enfrentamos.

Tenemos al frente un Pranato. No es un adversario, un oponente político cualquiera. Se trata de una verdadera pandilla cuyos métodos y procedimientos corresponden al hampa. Su naturaleza delictiva es el rasgo esencial que la define.

La ausencia, por ahora, del régimen en la Asamblea Nacional no indica su ausencia en la lucha política. Puesto que es la principal causa de la crisis así como también su principal beneficiario y por tanto actúa en consecuencia.

Las políticas públicas (si es que pueden ser denominadas como tales) de la dictadura van dirigidas básicamente al control social e incluso biológico (y no exagero al decirlo) de la población.

Su esencia totalitaria se afianza en su juego inescrupuloso del hambre y en general de las necesidades vitales de los ciudadanos. En su diabólica y criminal lógica totalitaria: a mayor hambre mayor sometimiento de la gente. Debemos luchar para revertir ese malévolo efecto sobre la gente.

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La tiranía prepara un enorme show para el próximo 10 de enero. Utilizarán todo tipo de recursos en el tinglado de usurpación que montarán. Desde la presión pura y dura hasta la inducción basada en estímulos propios de los bochornosos procedimientos de jugar con el hambre y las necesidades de la gente.

El propósito será concentrar unos cuantos miles de personas que la manipulación de las cámaras y la ejecución de la hegemonía comunicacional presentarán como si tratara de millones de seres todos felices y contentos.

El objetivo principal será construir una falsa legitimidad. Utilizando esa presentación de militantes presuntamente incondicionales. Movilizados compulsivamente con base a los métodos de la sumisión impuesta. Para crear la sensación de invencibilidad de la tiranía. Y provocar una enorme depresión en la población que acentúe el inmovilismo y desarrolle un sentimiento general de que no hay nada qué hacer. Debemos impedir el logro de ese perverso objetivo.

En la manipulación propagandística el comunismo y los regímenes totalitarios en general han desarrollado las más avanzadas técnicas de persuasión colectiva para deprimir y desalentar a las poblaciones sometidas. Pero no son perfectas. Un discurso sistemático, hábil, inteligente y audaz puede derrotarla.

Pretenderán ocultar sus debilidades. Esconderán sus conflictos internos. El magistrado Zerpa será un “aberrado sexual”. Lo de las dos magistradas será un “cuento chino de la oposición”. La fiscal será una “traidora” más. Ramírez un “corrupto”. Los militares descontentos serán porque fueron comprados por la CÍA. Siempre tendrán la explicación fácil a mano para justificar cualquier situación interna descalificando a su disidencia.

Van a negar por enésima vez su responsabilidad en la destrucción del país. Culparán a la oposición. Al imperio. A los apátridas. El discurso no tendrá variaciones esenciales. Seguirá siendo la misma letanía que justifica todo acto en nombre de un supuesto beneficio para el pueblo. Es un guión demasiado conocido. Pero no por ello, no menos útil para su afán de perpetuarse en el poder.

En esta lucha por sacar al país de la crisis devastadora en la cual lo han sumido siempre será necesario desenmascarar el juego de la tiranía. Corresponde a la clase política opositora desnudar uno a uno los pasos que ellos dan para seguir asaltando y destruyendo a la nación. Explicando a la gente todo lo que se esconde detrás de ese inconstitucional y nauseabundo acto de usurpación.

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Todo eso será posible de lograrlo si nos acordamos en que el problema central de la crisis es Maduro y su pandilla de los seis. Si unificamos el discurso en esa dirección. Si entendemos que la solución de la crisis pasa, necesariamente, por su salida del poder.

Podremos avanzar si no desperdiciamos más tiempo en el falso dilema de si Juan Gerardo Guaidó se asume o no como presidente de la república aplicando el artículo 233 de una Constitución que el próximo 10 de enero será totalmente liquidada.

Daremos un paso firme y certero hacia adelante si nos desembarazamos del absurdo debate sobre si el problema es que hay un “vacío de poder” o una “usurpación”. Pues sin duda, ha habido las dos cosas. Un “vacío” desde que a Maduro le fue declarado abandono del cargo, o aún desde su nacionalidad o el fraude de 2013, pasando por su investigación y enjuiciamiento, hasta por haberse robado unas elecciones con el monstruoso fraude del 20 de mayo.

Como también hay una usurpación que lleva al menos seis años que el país y el mundo entero rechazan, pero pretende seguir extendiendo a partir del 10 de enero.

Detener esa usurpación y llenar ese vacío, no es un proceso que pueda ser resuelto con un procedimiento jurídico de designar un presidente sustituto soñando con que a partir de entonces actuarán los “factores institucionales” de la FAN y los “demócratas” que quedan en el régimen.

Su solución solo será posible como resultado de un intenso trabajo de acordarnos, repito, en la estrategia política de comprender que es Maduro y su pandilla de los seis, el problema y partir de ella construir la Unidad para producir el cambio político.

En fin, estamos ante la necesidad de acumular la fuerza necesaria para lograrlo. La tarea no es fácil, pero con Unidad es posible.

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