Hezbollah en la Triple Frontera: Los predicadores que llegan a Venezuela en los vuelos de “Aeroterror”

Hezbollah en la Triple Frontera: Los predicadores que llegan a Venezuela en los vuelos de “Aeroterror”

 

Un colador. Agujeros por todos lados. Así es la frontera entre Paraguay y Brasil. Lo ratifican todos los que la conocen y cruzan a diario. También, es muy visible en este Puente de la Amistad. Los 522 metros se recorren a pie en apenas unos minutos y nadie pide un solo papel, ni del lado paraguayo ni el brasileño. Unos kilómetros más arriba, en la “frontera seca”, donde ya no está ahí el Paraná, aseguran que los camiones con cigarrillos de contrabando circulan como en una pista de scalextric. Aquí son televisores, celulares o computadoras. Armas, que se venden a la vista de todos en Ciudad del Este. Narcotráfico creciente. Y, por supuesto, personas. Cualquiera que conozca los movimientos de la frontera puede pasar de un país al otro sin mayores problemas. Y si no es por el puente, un simple bote cruza antes de que pueda ser detectado. Por el río, incluso, se puede ingresar fácilmente a Argentina –pasar por la aduana tiene un control de pasaportes un poco más estricto-. Las fronteras aquí son apenas una cuestión administrativa.

Por GUSTAVO SIERRA / Especial para INFOBAE AMÉRICA

Comandos de una organización como el Hezbollah libanés o agentes tan bien entrenados como los iraníes pueden penetrar y salir de la Triple Frontera como un gato paseándose por el vecindario. Sobre todo, si tienen otro país de la región como puente. Y para eso está la Venezuela de Hugo Chávez y Nicolás Maduro. El régimen chavista y el de los ayatollahs encontraron una causa en común, la lucha contra “el demonio estadounidense”. Forjaron una amistad casi inseparable desde que el caudillo venezolano conoció a Mahmoud Ahmadineyad, entonces alcalde de Teherán y luego de 2005 presidente iraní. Chávez viajó una docena de veces para visitar el país centro-asiático. El iraní estuvo seis veces en Caracas.

Irán y Venezuela tenían una relación fluida desde los años sesenta. Ambas naciones participaban de la OPEP, la Organización de Países Exportadores de Petróleo. Ya en el nuevo siglo, Chávez hizo una desafiante gira por Libia, Irán e Irak -de Bagdad, hay una famosa foto de Saddam Hussein manejando su Mercedes Benz con el comandante venezolano en el asiento del acompañante-.

La teocracia iraní, ahogada por las sanciones internacionales que castigaban su desarrollo nuclear, tenía un aliado en “el patio trasero” americano. Muy pronto, las empresas iraníes comenzaron a hacer grandes negocios en la casa de su “pana” caribeño. Sobre todo, con el desdoblamiento cambiario. Por ejemplo, ganaban una licitación para construir viviendas. Llegaban con 80 millones de dólares y los cambiaban en el mercado negro por 400 millones de bolívares. Luego, se presentaban ante el Banco Central venezolano donde lo volvían a cambiar a la cotización oficial y recibían 180 millones de dólares. Gracias al convenio de “relación especial” lo repatriaban de inmediato para que la “revolución” pudiera abastecerse en el mercado negro y burlar las sanciones. Para el traslado del dinero en efectivo, así como drogas y armas, tenían un vuelo semanal entre Caracas y Teherán con escala en Damasco compartido entre las aerolíneas estatales Conviasa e Iran Air. Operaba bajo el código VO-3006. Los venezolanos lo conocían popularmente como el “aeroterror”. De acuerdo a los informes oficiales del Ministerio de Industria venezolano, entre 2007 y 2009 se invirtieron 45,3 millones de dólares en mantener este vuelo y se obtuvieron apenas 15 millones de dólares por pasajes y carga. A la vista, un negocio muy deficitario. Pero tenía otros beneficios: era un medio fantástico para que agentes iraníes, sirios y libaneses viajaran hacia América sin ser detectados. Muchos de estos hombres pasaban por tierra a Brasil y recorrían miles de kilómetros hasta la Triple Frontera para desaparecer entre la comunidad libanesa. Y lo siguen haciendo a pesar de que ese vuelo ya se canceló.

El experto en terrorismo y ex profesor asociado de la Universidad de Oxford, Emmanuele Ottolengui, explica esta situación de esta manera: “Irán no es un país, es una causa, es una revolución, entonces como todas las revoluciones busca difundir su palabra en muchos otros lugares, no solamente en su país. Y muy temprano en la historia de la República Islámica sus líderes identificaron a Latinoamérica como un lugar muy propicio para difundir su mensaje. Aquí encontraron el apoyo de la red de sus protegidos del Hezbollah. Porque el mensaje de la revolución iraní es una mezcla de divino y del revolucionario subversivo”. El periodista argentino proiraní Galeb Moussa lo justifica así: “El triunfo de la Revolución Islámica supone un despertar de los musulmanes, por lo tanto Irán empieza a moverse y a trabajar en ese sentido sobre todo en la parte cultural, desembarca en Argentina, reabre su embajada. Y construye puentes con toda Latinoamérica. Con los países ‘bolivarianos’ (Venezuela, Nicaragua, Bolivia y Ecuador), obviamente, encontró mayor afinidad”.

El hombre que organizó el esquema de vuelos, entrega de pasaportes, intercambio de armas, envío de cocaína y transporte ilícito de divisas es Ghazi Nasseraddine, un libanés con doble nacionalidad y encargado de negocios de la embajada venezolana en Damasco. Su socio y protector en este “emprendimiento” era Tareck el Aissami, ex ministro, ex gobernador, ex vicepresidente y hombre fuerte del régimen de Nicolás Maduro. De acuerdo al relato de Emili J. Blasco en su libro Bumerán Chávez. Los fraudes que llevaron al colapso de Venezuela, las actividades de Ghazi lograron ser detectadas a través de los movimientos de su hermano Oday Nassereddine. La DEA, la agencia estadounidense antidrogas, lo seguía desde hacía tiempo por sus compras de cocaína a narcos colombianos. Una imprudente llamada por un teléfono satelital, permitió a los agentes estadounidenses detectar que residía en la ciudad venezolana de Barquisimeto, a solo veintiséis kilómetros del campo de entrenamiento que Hezbollah tenía en Yaritagua, estado de Yaracuy. El lugar era una finca expropiada al diputado de la oposición Eduardo Gómez Sigala. Oday era quien supervisaba allí todas las actividades después de recibir instrucciones de su hermano Ghazi.

Hugo Chávez y Mahmoud Ahmadinejad forjaron una alianza económica y política entre Venezuela e Irán que continúa hasta hoy (Reuters)

 

A principios de 2013, los hermanos hicieron juntos un viaje a Cancún, en México. No fueron a tomar sol a la playa. Se encontraron allí con miembros del cartel de Los Zetas para negociar un apoyo logístico mutuo. Los narcos iban a ayudar a agentes iraníes y del Hezbollah a traspasar la frontera estadounidense y los venezolanos les facilitarían el envío de cocaína a Medio Oriente. También tendrían acceso a las rutas por donde sacar la droga desde Colombia. Un tercer hermano, Abdalá, proveía otro elemento clave: el territorio libre de la venezolana Isla Margarita. Allí lavaba dinero que repartía por todas las otras islas caribeñas y paraísos fiscales. Con parte de las ganancias financió el ascenso de Hugo Chávez al poder y fue elegido diputado en la Asamblea Constituyente. Inmediatamente, Abdalá recomendó a su hermano Ghazi en la cancillería venezolana. “Saber árabe y farsi (la lengua iraní), entre otros idiomas, ayudaba a abrir puertas a las que ahora el chavismo deseaba llamar”, cuenta la periodista Emili Blasco.

Ghazi ya era un agente del Hezbollah. Había sido reclutado por la organización en el sur del Líbano cuando era apenas un adolescente. Pronto, tomó control de las embajadas venezolanas en Beirut, Damasco y Teherán. Los diplomáticos protestaban ante la injerencia pero no fueron escuchados. Recibían una lista de personas a quienes debían darle una visa o extenderles un pasaporte y no había objeción posible.

La isla Margarita, a apenas 23 kilómetros del resto del territorio venezolano y con unos 700.000 habitantes, se convirtió en una especie de zona liberada para los hermanos Nassereddine. Principal destino turístico nacional y territorio libre de impuestos, un paraíso para el lavado de dinero y el narcotráfico. Allí había originalmente una colonia de “turcos”, palestinos y libaneses tanto cristianos como musulmanes sunitas; casi todos pequeños comerciantes. Pero a partir del chavismo, llegaron decenas de miles de musulmanes shiítas del Líbano y Siria. Y el envío de divisas a Medio Oriente se multiplicó por cientos de millones de dólares. De acuerdo a documentos presentados por la Fiscalía de Nueva York, Ghazi Nassereddine se encargó de armar una red de envío de cocaína que luego era comercializada por células del Hezbollah en Europa. El Departamento del Tesoro lo incluyó en 2008 en su lista de “facilitadores” del terrorismo internacional y en 2015 el FBI lo tenía entre “los más buscados”.

Ghazi Nasseraddine, con doble nacionalidad libanesa-venezolana, fue un funcionario clave en la embajada en Teherán para concertar los negocios entre el chavismo y los ayatollahs.

 

La relación de los Nassereddine con el cartel de Los Zetas salió a la luz cuando en octubre de 2011 el Procurador General de Justicia (equivalente al cargo de ministro) de Estados Unidos, Eric Holder y el entonces director del FBI, Robert Mueller, informaron que se había desbaratado un sofisticado plan para asesinar al embajador de Arabia Saudita en Washington. La operación estaba a cargo de un grupo de Guardias Revolucionarios (IRGC) iraníes y los sicarios eran narcos de Los Zetas que operaban en la frontera mexicana.

Mientras tanto, Caracas y Teherán continuaban su cooperación. Firmaron varios convenios por los que los guardias iraníes entrenaron a guardaespaldas de Chávez y Maduro, así como a oficiales del ejército venezolano. El comercio entre ambos países pasó de ser casi inexistente a 20.000 millones de dólares al año. Todos estos esfuerzos necesitaban un instrumento de propaganda. Desde Teherán se lanzó el canal de televisión en español HispanTV con una central de emisión en España. Y, obviamente, en el centro de la escena el uranio que tanto necesita Irán para su programa nuclear. Técnicos iraníes están trabajando en la mina de Roraima, cerca de la frontera venezolana con Guyana, y varios otros centros de extracción en Bolivia y Ecuador. En el altiplano boliviano, también participan en la explotación de un campo de litio.

Claro que no son sólo intereses económicos. En las afueras de Santa Cruz de la Sierra, en Bolivia, se inauguró en mayo de 2011 un cuartel de entrenamiento de oficiales de las fuerzas armadas del bloque bolivariano donde hay, al menos, cien instructores del cuerpo de elite Quds de la Guardia Revolucionaria iraní. En la ceremonia estuvo presente el entonces canciller Ahmad Vahidi. Y está el adoctrinamiento político y religioso. En los últimos años se abrieron 36 centros culturales asociados con el régimen de los ayatollah en América Latina. La mayoría están conectados directamente con las embajadas. El comandante Javad Mansouri, ex jefe de las IRGC, dijo en un discurso reciente que cada embajada iraní en el mundo “debe ser un centro de inteligencia y una base para exportar la revolución”. Eso es exactamente lo que hizo Mohsen Rabbani, el sheik iraní que cumple desde 1983 un rol clave en la penetración del extremismo iraní y de Hezbollah en América Latina. Llegó por primera vez a Buenos Aires en 1983. Venía, según él mismo dijo en una rara entrevista en 2015, como enviado especial del ayatollah Khomeini. Cuatro años más tarde se convirtió en el imán a cargo de la mezquita Al Tauhid del barrio porteño de Flores. Desde allí comenzó a tejer una red de agentes en todo el continente. De acuerdo al informe del asesinado fiscal Alberto Nisman “representa la línea más dura dentro del régimen iraní y urge a sus alumnos a exportar la revolución y ser todos Hezbollah”. Se lo considera el cerebro detrás de los atentados a la embajada israelí en Buenos Aires de 1992, con 29 muertos y 292 heridos, y contra la mutual AMIA, dos años más tarde, que dejó 85 muertos y más de 200 heridos. Desde entonces, Rabanni dirige las operaciones latinoamericanas desde la ciudad santa de Qom. Allí funcionan varios seminarios chiítas y la universidad internacional Al Mustafa, donde el clérigo es profesor y director del Instituto Cultural Americano Islámico. Más de 40.000 estudiantes están enrolados en Al Mustafa, que es considerada la más radical de las casas de estudio iraníes. Fue establecida en 2007 por el Líder Supremo Alí Khamenei con un presupuesto de 74 millones de dólares. El rector es el poderoso ayatollah Alí Reza A´arafi. Entre los 30.000 graduados hasta el momento, al menos un 10% son latinoamericanos tutelados por Rabbani. Se los atrae con becas muy generosas. Cubren los gastos de estudios, casa, comida de los estudiantes y de sus familiares directos. Luego, tienen la obligación de regresar a sus países y “predicar” el khomeinismo. También varios de los latinoamericanos se unieron a las milicias que luchan junto a Hezbollah en la guerra Siria. Rabbani también atiende un seminario más corto dedicado a jóvenes latinoamericanos recientemente convertidos al islamismo.

De acuerdo al testimonio del especialista en inteligencia Douglas Farah, los alumnos permanecen en Qom entre 30 y 120 días donde se los instruye en “contrainteligencia y teología”. Un ejemplo del tipo de gente que reclutan es el líder indígena peruano Edward Quiroga Vargas. Después de graduarse en Al Mustafá, regresó a Perú para crear el centro cultural Inkarri Islam en el que mezcla conceptos aymara con los chiítas. Ya tiene cinco sucursales en todo el país. También creó el Partido de Dios, a semejanza del Hezbollah libanés. Y se encarga de reclutar más estudiantes para Rabbani.

Los comercios de Ciudad del Este son una vía para el blanqueo del dinero del narcotráfico, parte del cual es derivado luego a la financiación de Hezbollah.

 

Varios chicos que pasaron por las escuelas y los grupos scout de la comunidad libanesa de Foz de Iguazú y Ciudad del Este fueron o son alumnos de la universidad Al Mustafá. “Es preocupante. Vuelven muy convencidos. Hay que seguir muy de cerca sus pasos”, dice una fuente de inteligencia brasileña. Pero el gobierno de Brasilia persiste en su posición de que el Hezbollah no tiene nada que ver con el terrorismo y que es apenas un partido político libanés. “Hay países que no perciben como un problema directo al Hezbollah. Dicen que es un problema de Israel o de Estados Unidos y no de América Latina. No tienen en cuenta que Hezbollah es el responsable de la trágica historia reciente de Argentina, por ejemplo. Y que es un problema cultural con impacto directo en toda la región”, comenta Juan Félix Marteau, especialista en lavado de dinero de las organizaciones criminales internacionales.

Por su parte, el periodista Ali Farhat pide que se despegue a la comunidad libanesa de la Triple Frontera de cualquier conexión con el terrorismo. “Irán es un país rico y puede ayudar al Hezbollah sin necesidad de que el partido tenga que esperar una ayuda de Paraguay o de Brasil. Y lo mismo es con la cuestión ideológica. Estamos muy lejos y nosotros somos de origen libanés pero desde hace ya muchos años brasileños, paraguayos o argentinos. No vamos a ser tan idiotas de querer hacer daño a nuestros países”, dice con absoluta convicción.

Pero hay una conexión muy directa. Al menos 200 millones de dólares salen cada año desde la Triple Frontera hacia las arcas del Hezbollah. Y esa es la cifra más conservadora manejada por los investigadores de varios países. Como contrapartida, llegan hasta las orillas del Paraná agentes entrenados por el ala dura khomeinista iraní para expandir “la palabra” del chiísmo radicalizado. Traspasan la frontera de los tres países sin mayores dificultades y tienen siempre a Venezuela como refugio y plataforma para ir y venir desde Medio Oriente. Se camuflan entre sus compatriotas y cambian el manual de supervivencia del desierto al de la selva.

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