José Daniel Montenegro Vidal: A un año de la masacre del Junquito, Venezuela recuerda a sus próceres

José Daniel Montenegro Vidal: A un año de la masacre del Junquito, Venezuela recuerda a sus próceres

 

 

 





“Afirmamos que estas verdades son evidentes en sí mismas: que todos los hombres han sido creados iguales y todos han sido dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables, entre ellos, el derecho la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad y, para garantizar estos derechos, han establecido los hombres gobiernos que derivan sus justos poderes del consentimiento de sus gobernados y, cuando alguna forma de gobierno, del tipo que fuere, destruye estos fines, el pueblo tiene derecho a cambiarlo, a abolirlo.”

 Thomas Jefferson 

 

Por más de dos siglos, las palabras de Thomas Jefferson\, reflejadas en la Declaración de la Independencia de Los Estados Unidos de América, han inspirado a un sinnúmero de grandes individuos alrededor del mundo, incluidos, Sebastián Francisco de Miranda\, José Antonio Páez\, Simón Bolívar\, Juan Germán Roscio\, Antonio José de Sucre\ y  los demás Próceres de la (primera) Independencia de Venezuela.

Apelando  a toda la humanidad, el pasaje inicial de la Declaración, abre con la que quizá sea la línea más importante de todo el documento: “Afirmamos que estas verdades son evidentes en sí mismas…”. Fundadas en la razón, “las verdades evidentes en sí mismas” invocan una larga tradición de la ley natural que sostiene que existe una “ley superior” del bien y del mal, de donde se deriva la ley humana, y partir de la cual ésta puede ser criticada en cualquier momento. En consecuencia, afirmamos que nuestro sistema político no debe fundamentarse en la voluntad caprichosa de sus dirigentes, sino sobre un razonamiento moral accesible a todos, porque si la razón es el cimiento de la visión humana, la libertad debe ser, sin duda alguna, un objetivo y un derecho supremo.

Todos somos creados iguales, según la definición de nuestros derechos naturales, por lo que nadie tiene derechos superiores ante sus semejantes. Más aún, nacemos con estos derechos, no los obtenemos de gobierno o legislador alguno, porque en realidad, los poderes de cualquier gobierno provienen del consentimiento de sus ciudadanos. Nuestros derechos a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad, implican nuestro derecho a vivir nuestras vidas como nosotros deseemos y por nuestros propios medios, con la única condición, la única limitante, de que respetemos el derecho de nuestros semejantes para hacer lo mismo. Estos son los fundamentos de las sociedades libres, pero desafortunadamente, no es el caso de nosotros los venezolanos desde hace un tiempo para acá.

En lo que a Venezuela respecta, nuestra historia  no es ajena a los caudillos y con ellos, la ignominia, la crueldad, la iniquidad y la barbarie. Vidas que se apagan y fuego que se enciende, cuando en silencio una Nación, a la que no se le permite ser libre, llora a sus héroes, martirizados con lágrimas amarillo, azul y sangre. Siete vidas, siete estrellas flageladas por la octava, invasora e intrusa en nuestra bandera. Al cumplirse este 15 de Enero un año de aquel oscuro día en el que fueron arrojados al “altar de los sacrificios revolucionarios”, José Alejandro Díaz Pimentel\, Óscar Pérez\, Daniel Soto, Abraham Ramos, Jairo Ramos, Abraham Agostini y Lisbeth Ramírez continúan evocando un sentimiento profundo y creciente para toda la Nación venezolana.

Sobre  las nubes de nuestro propio Olimpo Libertario cabalgan estos hijos ilustres de Venezuela, privados ellos de sus vidas y, sus familias de su presencia. Anhelaron un bien supremo a través del sacrificio, que como grupo social, los venezolanos aún no hemos demostrado merecer, para traer paz al desgraciado, justicia al oprimido, para defender al débil contra el poderoso y salvarle, para devolver la dignidad al  que padece la opresión de los  enemigos implacables de la libertad y, por tanto, del género humano; aquellos destructores de civilización; arquitectos y regentes del tártaro revolucionario, recinto de la roja oscuridad.

Exaltados sean nuestros Queridos Hermanos que reconocieron en sus semejantes el derecho supremo de la libertad que anhelaron para sí mismos.  Prometeos portadores del fuego sagrado, amantes de los seres humanos que intentan vivir a pesar de la agonía; con su sacrificio, nos gritaron esa lección que las naciones jamás deberían olvidar, porque hacerlo se paga con sangre y mucho sufrimiento de inocentes: que no hay derecho más sublime que la libertad y no hay peor tiranía que aquella que en nombre de la igualdad, lesiona la vida, la libertad y el derecho de cada individuo a perseguir su felicidad.

La cólera puede ser desmedida y cruel, el ser humano puede irritarse injustamente, pero sólo se indigna cuando la verdad y la razón le asisten, es por ello, que de la indignación de nuestros Queridos Hermanos nunca surgió la barbarie sino la búsqueda de justicia. Como genuinos hombres libres y de buenas costumbres, no humillaron a los operarios de la tiranía cuando pudieron hacerlo, siendo conscientes de que, al igual que el honor, la humillación pertenece a quién la ejerce y no a quien la recibe. No mancillaron la integridad de quienes no han demostrado tener honor ni sensibilidad humana. No dirigieron discursos de odio, como tampoco envenenaron nuestro aire con despiadada venganza. No violaron, no secuestraron, no torturaron, no esclavizaron, no asesinaron a ser humano alguno, sino que contra todo esto se rebelaron y todo esto lo padecieron.

Sabían ellos perfectamente que aquel que esclaviza a otro se encadena a sí mismo, se ata a la ignorancia y al sufrimiento que origina, mientras que el virtuoso vibra espontáneamente  y en armonía con la monada, la fuente de la cual emana todo lo creado.

Actuaron apegados al principio de que la justicia es también el reconocimiento de que no se pueden falsificar la esencia de los hombres, como no se puede falsificar la naturaleza misma de la existencia, que al abrigo de la razón viven los hombres de buena voluntad, los que elevan templos a la virtud y construyen calabozos para los vicios, amantes de su patria y que, maravillados por la luz que se irradia desde el Oriente, son obedientes a Dios y contrarios a las leyes cuando son injustas.

El espíritu de los libertadores de todo el continente americano comienza a resonar una vez más en la patria venezolana que hoy yace herida, lanzada hacía un cuarto oscuro donde le han robado su inocencia, su sonrisa. Demacrada y frágil luce nuestra Nación y hambrientos se declaran sus hijos: hambrientos sobre todos de justicia, porque con la ausencia de justicia, los justos y sólo los justos pueden padecer mientras que sólo los canallas pueden beneficiarse y, en el desarrollo de ésta tragedia de bancarrota ética, se ha castigado a los hombres por sus virtudes y se ha premiado a los impíos por su degeneración moral. ¿No está sucediendo mucho de esto?

¿Cómo llamar “terroristas” a estos grandes hombres que no permanecieron indiferentes al ver a nuestra patria convertida el templo de ladrones y cementerio de inocentes? ¿Cuánta calamidad debe padecer el hombre justo cuando gobierna la barbarie? Esa vulgar forma de existencia primitiva llamada “tiranos” que sólo puede ser adulada y sostenida por  almas más ruines  aún, ¿no convierten acaso  en mártires a quienes por su mano mueren a causa de la libertad?                Son los individuos virtuosos quienes obedecen siempre a las Leyes de la consciencia, de esa consciencia universal que es la verdad, el vicioso incesantemente las infringe.

¡Hombres libres y de buenas costumbres, traed luces  a  toda la Nación! ¡Cofradía de la virtud y la razón!, escuchad la voz de nuestros Queridos Hermanos que desde el Oriente Eterno viene hacia nosotros.  Nos susurran que el buen juicio aprueba la libertad como derecho natural de todos los individuos sobre la faz de la Tierra y que no son pocos los corazones, que no siempre los oídos, que atienden a ese llamado que nos llega como pequeñas partículas de sentimientos inmunes a la censura.  La libertad no pretende igualar a los hombres, es en todo caso, la ausencia de ella, la esclavitud, la que iguala a los hombres con las bestias.

Vida, libertad y búsqueda de la felicidad. ¡Libertarios por siempre!

“El dictador dejará de existir, el arrogante no permanecerá, y todos los que están listos para hacer el mal serán destruidos. Son los que acusan falsamente a los demás de hacer el mal, los que ponen trampas al juez en el tribunal y los que, mediante engaños, se niegan a hacer justicia al inocente.  Isaías  29:20-21

José Daniel Montenegro Vidal\ Coordinador para la democracia de la Fundación Educando País. Email: [email protected]