Jorge Olavarría H.: Lo que está escrito

Jorge Olavarría H.: Lo que está escrito

Jorge J. Olavaría de Halleux [email protected]

“Y si queréis destronar a un déspota, mirad primero si su trono está bien destruido dentro de vosotros mismos.” –Gibran Khalil Gibran.

Es aturdidor, lo admito. Un Gobernante empeñado por querer hacer las cosas bajo el manto de la aprobación popular, es, por onomatopeya, un líder democrático. Ese es el axioma céntrico de la democracia: el respeto por la voluntad y los deseos de las mayorías. Pero como hay mutismos sociales que son incómodos, reitero que en este trance no se trata de eso. Lo que tenemos es un Presidente inexistente que por ahora se ha negado asumir y cumplir con su obligación y que nos anuncia que lo haría bajo el manto de la aprobación popular masiva. Allí, por onomatopeya, tenemos, en el mejor de los casos, un líder prudente o principiante (o ambas cosas), y en el peor caso, una pieza cínica manipulando el arte de la negación, la dilación, y solo Dios sabe qué nivel de pactos suculentos, o que está bajo la coacción de chantajes perversos (o todas estas cosas). Pero estas son conjeturas paranoicas basadas en la procedencia y en comportamientos anteriores. Si nos enfocamos demasiado en el pasado, aflora la ansiedad y desconfianza.  Entonces, ¿qué es lo que tenemos?

Es Aturdidor, lo admito.





 

Estamos extenuados, y a veces los ciudadanos evitan (evitamos) profundizar ciertos temas (por perturbación, desespero, por incomodidad o vergüenza, o por lo que sea), pero lo cierto es que con urgencia debemos darnos cuenta que si quienes hoy tienen el protagonismo que merecidamente había quedado en el inadvertencia, y no cambian de dirección (pronto), sobrevendrá este sufrido momento y terminarán llegando a donde se dirigen. Hoy ponemos las pocas esperanzas que quedan en nuestros Diputados de la “Oposición”, quienes, hasta ahora, fieles a sus habilidades e intereses, se han mantenido ocupados en pueriles diatribas internas y persistentes en su diestra inacción. Como sociedad, la tiranía y sus cómplices nos han mantenido humillados bajo el yugo por tanto tiempo que ya ni sabemos qué les hemos permitido. Como sea, hay que ayudarlos a soltarnos. Para empezar un nuevo capítulo debemos estar dispuestos a pasar la página. Entonces, como es ineludible acudir al llamado de calle de quienes nos lo han impuesto como condición para asumir sus deberes, yo planteo cambiar el marco mental. No pienso salir a proveerles los laureles para que desenvainen sus espadas, sino salir para que entiendan que es la sociedad, somos nosotros, los que modelamos los controles de calidad que los rigen a ellos, los políticos. Si este 23 de Enero, el Presidente de la Asamblea no asume su interinato, bajo el argumento dilatorio que sea, ALGUIEN le debe plantear un ultimátum. El enemigo de la sociedad y la decencia en estos momentos no es la tiranía ni sus jeques de la corrupción impune sino quienes (por las razones que sean) son o se hacen sus cómplices. La tragedia no es económica o humanitaria o política o dogmática. Es su perdurabilidad. Y no es que… sino es si (por las razones que sean) esta maldita jauría que ha corrompido todo órgano vital, nuevamente logre burlar el tiempo y permanezca un día más.

 

Quizá esta sea la última oportunidad a una salida que, por falta del vocablo intachable llamaría “política”, es decir, una salida en la que el liderazgo político de la mano de la sociedad civil (y viceversa) sea capaz de producir suficiente presión quirúrgica para remover el tumor maligno encapsulado sin tener que recurrir a la bestialidad de la amputación militar.

Si como sociedad no somos exitosos en lo que tanto nos exige la historia, el mundo (y hasta la naturaleza), se harán más sonoros los llamados a incursiones militares. Y si la salida militar termina siendo la única posibilidad de rescatar al país de las garras de esta tiranía atornillada, ¿a quién le terminaríamos pagando por nuestra liberación? Los guerreros están antropológicamente condicionados a vivir del saqueo o el botín. (Y no importa si estamos hablando de regimientos libertadores o de clanes mongoles, hordas vikingas o bandas mexicas, esa es su naturaleza).

 

Pero poniendo a un lado la ansiedad que producen los tejidos del pasado y las incertidumbres que son producto de querer predecir el próximo capítulo, quedémonos razonando el presente: la legitimidad (en este caso) de las acciones o soberanía de la Asamblea Nacional no depende de la gente, ni de lo que piense la gente. Ya fueron electos (2016), digamos, y no necesariamente por sus méritos sino como presuntos antagonistas de quienes no tienen ningún asidero moral, resultado positivo o causal para seguir aferrados al poder. Entonces, para asumir competencias que le otorga el Art.233 CBV… el Presidente interino no necesita del respaldo popular. Argumentar que se juramentará si lo obtiene habla muy mal de sus niveles de compromiso y de su coraje cívico. Además, no ha sido promovido como Presidente provisional por haber ganando una elección popular (ni está postulándose a una, se supone). Está asumiendo un precepto de la Constitución que contiene un cargo (que se le otorga provisionalmente). Es decir, se le está confiriendo un deber, una responsabilidad administrativa, no un cargo electivo. Y ese cargo lo define perfectamente el Art.233 indicando que se debe llamar a elecciones y aunque ciertamente esto no se puede hacer en un mes, (ni queriendo), el artículo al menos revela la urgencia del compromiso.

Entonces, ¿Por qué se anuncia que su juramentación dependerá de la gran multitud? Querer tener el dominio sobre los demás es inseguridad, (y el desequilibrio y la desconfianza es lo que los hace presa fácil de la vaguedad moral). No se requieren más potestades que las de asumir la ejecución de nuevas elecciones presidenciales (que ya es un reto colosal).

 

Sabemos que el primer paso que debió dar no es ni siquiera juramentarse formalmente  sino reconocer que asumía la responsabilidad ante el “vacío de poder” que sabiamente fue anunciado a tiempo, antes del acto de usurpación de Maduro, de lo contrario, la juramentación precisada y el llamado a elecciones le hubiese correspondido al Vicepresidente (según la Constitución).

 

Qué bueno que quiera incluir a la sociedad y le pida apoyo a los militares y esperemos que esta dilación no nos esté revelando una narrativa blandengue por designios ocultos. Nos piden confianza y sacrificios quienes por tanto tiempo han derrochado y se han beneficiado de ambos.

Conocerse a sí mismo es sabiduría, conocer a los demás es inteligencia.

Qué bueno que quiera demostrar (y demostrarse) su popularidad, eso es otra cosa, pero no es admisible que el locutor lo concluya que este transe es “responsabilidad del pueblo”.

El Presidente interino no tiene que formar un nuevo gabinete, ni remover embajadores, solo debe enfocarse en lo que compete la organización y estructura de las elecciones, que es una empresa monumental dado el estado institucional del país.  

 

Un amigo me escribe: “Los acontecimientos van más rápido que los análisis. Yo no voy a opinar porque desconozco mucho detalle. Mi intuición me indica que vamos bien. Hay mucho ruido y cuando eso pasa, apago el radio.”

Y yo le contesto: “Wow. Eso es tuyo o estás citando a Carmona?”

Deja vu. Veo que me está pasando lo mismo cuando, a la llegada de Chávez, intoxicado con su popularidad, amenazando a las instituciones,  chantajeando y maniobrando, porque quería convocar a una Constituyente plenipotencias, fundacional..

Veo que está pasando los mismo… cuando Carmona alzaba la mano en una algarabía feliz y comprensible, luego de un alzamiento social…

Nadie quería ver lo que teníamos enfrente. Apenas habíamos algunos venezolanos que estábamos más decepcionados que asustados. Nadie quería escuchar que— esto ¡no debe hacerse así!, y me respondían, “¿qué importa cómo se haga? Lo que importa es que ya nos libramos del tirano.” Pero sí importa como de hagan las cosas. Hoy lo sabemos. Es más, alego que el “Carmonazo” es el pilar fundacional más importante de este horror. Los diez mandamientos los decretó Dios, los siete pecados capitales nos llegan gracias a la introspección de un monje, y son la narración de lo que nos hace humanos.

 

Jorge Olavarría H.

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@voxclama