El polaco enfrentó a los sandinistas, el argentino es complaciente con el castrismo, por @ArmandoMartini

El polaco enfrentó a los sandinistas, el argentino es complaciente con el castrismo, por @ArmandoMartini

Armando Martini Pietri @ArmandoMartini

 

La visita de Juan Pablo II a Nicaragua, aquel 4 de marzo de 1983, fue de las más complicadas de su pontificado. Arribó, cumplió los rigores protocolares, y reprendió con severidad al sacerdote Ernesto Cardenal ante el boquiabierto líder sandinista Daniel Ortega.

La tragedia que viven los pueblos de Nicaragua y Venezuela enfrentados en la calle a las dictaduras de un Ortega déspota, endurecido, ahogado en soberbia y un desconcertado Maduro, ilegitimo y no reconocido por el mundo libre y democrático, coincidentes en cientos de muertos, heridos, torturados, presos y exiliados, merecen una mayor preocupación y compromiso solidario del Papa Francisco, no solamente como Sumo Pontífice sino por latinoamericano.





Se equivocan el Santo Padre y sus asesores en pensar que en Venezuela hay un conflicto. Un conflicto, puede resolverse con diálogo y buena voluntad. El problema es más grave; en Venezuela hay una dictadura comunista castrista. Un régimen que ha arruinado a uno de los países más ricos del mundo, violado Derechos Humanos, sometiendo a su gente a la miseria, hambruna, falta de medicina y tratamiento, mientras quienes gobiernan, malandros cómplices, cooperadores, y testaferros, han robado grosera e impune inmensas fortunas del tesoro público.

Juan Pablo II, de maravillosa impresión mundial, fue considerado un santo tras su extraordinario paso por la iglesia, y el 5 de julio de 2013 el Papa Francisco firmó el decreto autorizando la canonización de Juan Pablo II y Juan XXIII, realizada en una ceremonia histórica en la Ciudad del Vaticano el 27 de abril 2014.

En aquella ocasión en Managua, triunfante el sandinismo, el Papa polaco Karol Józef Wojty?a, fue acusado de ser duro y conservador con el Gobierno de Ortega y la llamada “Iglesia Popular” que se alimentaba de la misma y distorsionadora Teología de la Liberación que Juan Pablo II, había condenado con rigurosidad.

Al Pontífice que había experimentado con vivencia en Polonia la dureza del comunismo soviético, y al cual se había enfrentado con firme coraje, se le hacía difícil entender el camino que imponía la revolución sandinista que tantas promesas hacia y expectativas generaba. De la Europa sojuzgada por la ferocidad comunista, a la Centroamérica caribeña nicaragüense que había luchado a sangre y fuego contra la tiranía somocista, Juan Pablo II no estaba dispuesto a tolerar una nueva tiranía, sólo que comunista en vez de militar.

En estos tiempos, el Vicario de Cristo es Francisco, que no pocos tildan de izquierdoso, protector de alimañas, arbitrarios y deshonestos, calificativos muy duros para la cabeza de la Iglesia Católica. Pero que, cuales sean sus propósitos y debilidades, ciertamente, recibe en el Vaticano con simpatía y gestos de agrado a izquierdistas comunistoides.

Jorge Mario Bergoglio, lidió con los Kirchner, pareja mentirosa que ofreció una Argentina maravillosa para terminar sumergiéndola – ¡gran parecido con el chavismo que les fue tan grato, amistoso y cómplice! – en la corrupción desatada, incompetencia en el manejo de la cosa pública y los embustes como mensaje, perseguidores implacables de obstinados en la búsqueda para descubrir la verdad entre promotores de complacencias y aprovechadores de sus trapacerías.

Como obispo cuyo trabajo esforzado e incluso humilde en Buenos Aires no se le puede negar, generó por esa misma trayectoria espléndidas esperanzas cuando resultó electo Papa tras la todavía misteriosa renuncia de Benedicto XVI. No se puede desconocer que ha recibido una Iglesia atiborrada de problemas, pecados, frustraciones, y debe estar sumergido en complejas soluciones.

Sin embargo, su percepción apagada y ¿por qué no?, interesada de la tragedia venezolana -sin comentar la cubana y cruel irrupción del sandinismo corrompido, represor y asesino, ya sin ideología- ha sido, por decir lo menos, tan blanda que suena, si no a complicidad, casi a indiferencia.

Que diga le preocupa la violencia y derramamiento de sangre inocente en una Venezuela desgarrada por el castrismo no es nuevo ni desconocido por el Vaticano, los obispos venezolanos se han cansado de enviar informes detallados y viajar a presentar las realidades de tan dura y nada católica situación. En consecuencia, se respira a insulto para miles de familias avasalladas, violadas en sus derechos ciudadanos, heridas, despojadas y hambreadas por un régimen, que no por estar cercano a su inevitable derrumbe producto de sus propias trampas, errores y mentiras, deja de ser torpe, cruel y sangriento.

Sacerdotes, salvo terribles y asombrosas excepciones que oxigenan a la tiranía-, se colocan del lado ciudadano, lo comprenden y acompañan. ¿Se imaginan el sentimiento de frustración e impotencia por la apatía y desgano papal?

No puede pedírsele al Pontífice que llame a acciones violentas, pero sí que sea solidario con la reiterada posición frontal de sus prelados, que mantienen críticas, reclamos y denuncias con una valentía, coraje y persistencia que el Papa “del fin del mundo”, como se proclamó, no parece reconocer ni respaldar.

Juan Pablo II no vaciló en decirle verdades católicas al sacerdote que se había convertido en uno de los grandes símbolos de la rebelión nicaragüense, al punto que Ernesto Cardenal no sólo aceptó el regaño, sino que se apartó casi de inmediato del protagonismo político. Lo menos que podemos esperar del Papa Francisco es que sea adherente con la angustia, voz y posición coherente de la Iglesia venezolana, y con el punto de vista opositor de la inmensa mayoría ciudadana.

Si aún tiene dudas, que le informen sobre la masiva participación de más de 2 millones de católicos en la conmemoración de la Divina Pastora, consulte a los obispos y su propia representación diplomática sobre lo que ha estado pasando últimamente en esta Venezuela que, para Francisco, más parece ser un remoto y desconocido fin del mundo.

@ArmandoMartini