Alfredo Maldonado: El problema no es Maduro, hasta ahora

Nicolás Maduro es sólo el guardián de turno, duro, cruel, disparatado, pero cumpliendo la castromisión asignada. Envuelto en ella, encadenado por ella.

El problema en realidad viene de mucho más atrás, de los mismos venezolanos que salieron a las calles a protestar contra Pérez Jiménez a pesar de que durante su régimen cambió al país y transformó a los ciudadanos en usuarios de buenos autos, carreteras y autopistas, avenidas y edificios. Cuando se construyeron y entregaron los primeros edificios del proyecto 2 de Diciembre –tras el derrocamiento renombrado 23 de Enero, lo cual no deja de ser una lección sociopolítica- hubo que traer especialistas sociales porque descubrieron que mucha gente se había llevado sus cochinos y gallinas de los conucos y los ranchos en los cerros a los apartamentos, y algunas familias usaban los bidets como floreros ingeniosos con el riego entrándoles por debajo, sin idea de cuál era su uso real. Después que aprendieron a comprar la carne de cochino en las carnicerías, salieron a las calles a protestar contra Pérez Jiménez, a rechazar las torturas y encarcelamiento de dirigentes partidistas conocidos de nombre y a exigir libertad. Pero apenas en 1960, a menos de un año del gobierno de Rómulo Betancourt, aparecieron pintas callejeras con “Perdónanos, Pérez Jiménez, no supimos lo que hicimos”.

El problema es de los mismos venezolanos que eligieron a Rómulo Betancourt, Raúl Leoni, Rafael Caldera, Carlos Andrés Pérez y todos los que han venido hasta ahora, Nicolás Maduro y Juan Guaidó los últimos. Ninguno de ellos fue electo por lo que pensaba realmente sino por lo que ofrecía. Ninguno de ellos propuso transformar a los venezolanos en emprendedores, sino que ofreció regalar cosas a esos ciudadanos para que fuesen más felices no por lo que lograsen por sí mismos, sino por lo que les diese el Gobierno que eligiesen.





Todos mintieron, por supuesto, unos más y otros menos, a los mismos tontos útiles, los que se han dejado convencer, cómodamente, de que somos nativos y residentes de un país rico con un Gobierno –lo de Estado es algo muy abstracto, los venezolanos siempre solapan Estado y Gobierno- que ha sido electo para que reparta la riqueza, “que es de todos”, de acuerdo a lo que ofrecieron quienes alcanzaron las presidencias y los que quedaron en las sucesivas oposiciones –la alternabilidad democrática-, muchos de ellos con autocontribuciones en sus bolsillos y las alcancías de sus partidos.

Fueron esos mismos venezolanos que eligieron a Carlos Andrés Pérez porque era ágil, saltaba charcos y por tachirense que decía “buevos” en vez de “huevos”, sería duro y pondría orden en el país al cual ya los socialcristianos de Rafael Caldera habían decepcionado cuando hasta su slogan de bandera, “100.000 casas por año” se quedó demasiado corto. Eligieron a un tachirense político en vez de a Lorenzo Fernández, empresario y gerente de exitosa trayectoria que hubiese manejado con mucha más eficiencia la avalancha de dólares petroleros, para sólo citar un ejemplo.

Años después nadie leyó el Programa de Gobierno de Pérez en su segunda oportunidad, donde personajes de gran talla intelectual y de análisis social y económico habían planteado y explicado claramente lo que después la dicharachería de los analistas e intelectuales de siempre, y los medios, dio en llamar “paquetazo” y que las turbas usaron como pretexto para saquear. Votaron por “el Gocho para el 88” porque imaginaron, ellos solitos, que sólo por ser él regresarían los tiempos de explosión económica y el “ta’ barato dame dos”.

Siempre han sido los mismos, y fue a ellos a quienes se dirigió el entonces achinchorrado en Tinajero Rafael Caldera la tarde aquella del 4 de febrero, cuando en discurso memorable tras años de ausencia del Congreso transformó la insurgencia militar, la sangre derramada y la derrota militar en justificación popular pero sin precisar que él mismo era parte protagonista de los errores denunciados, incluyendo el vergonzoso escándalo de conspiración civil contra Pérez –y hago constar que jamás voté por el gocho, y contra Caldera sólo cuando se lanzó con el “chiripero”.

Los venezolanos que se sentían felices de ser los “ta’ barato dame dos” y esperaban la permanente y muchas veces deteriorada ayuda humanitaria de los sucesivos gobiernos, los mismos “alegres viajeros” que creían el mito de que los militares eran gerentes y administradores capaces y confiables, falsedad que los mismos uniformados se han encargado de desmantelar, somos los culpables porque hemos sido los electores, seguidores y apacibles opositores a todos esos gobiernos de medio pelo que hicieron de la educación, por ejemplo, un tema de números y no de profundidad.

Ahora, como las armazones metálicas de vehículos en las costas, corroídas por la humedad hasta que si usted se sienta encima podría caer al piso, la caída de Nicolás Maduro no va a ser por heroísmos militares ni invasiones imperialistas. Maduro mismo, y sus camaradas más cercanos, han venido pudriendo sus pisos, y Donald Trump y los republicanos tienen unas elecciones que ganar el próximo año, especialmente en el importantísimo estado de Florida, con potencia electoral de sobra para decidir una elección.

Maduro se las ha ingeniado, con ayuda a mazazos de un Diosdado Cabello cuyo empeño en el autoflagelo de imagen honestamente no entiendo, ni siquiera ante los propios maduristas, para encerrarse en un Miraflores blindado con amenazas y mentiras, y en caer en esta trampa de la ayuda humanitaria. Si la deja entrar –que es lo que debería hacer para aliviar ese reclamo y dejar que sean los opositores los que tengan que explicar por qué no alcanza para todos- los beneficiados inmediatos son Trump, Duque y Guaidó. Y si no la deja entrar, los culpables de hambres, enfermedades y muertes serán Maduro, Cabello, los hermanos Rodríguez y los militares.

Entonces, sí, ellos serán el problema, por ahora.