José Daniel Montenegro: Vamos Venezuela, ¡Vente Venezuela!

José Daniel Montenegro: Vamos Venezuela, ¡Vente Venezuela!

Los individuos no tienen más que dos medios principales para dominar los unos a los otros: la fuerza y la ignorancia. Al volverse con el tiempo más civilizada y más estable la sociedad, las diferentes relaciones entre los seres humanos se hacen más complicadas y numerosas. La necesidad de las leyes civiles se hace sentir vivamente. Entonces nacen los legisladores, que con el paso del tiempo, se han alejado drásticamente de su función, que es promover y defender en TODOS LOS INDIVIDUOS sin excepción, EL DERECHO A LA VIDA, LA LIBERTAD Y LA PROPIEDAD LEGÍTIMA, derechos a través de los cuales se construido la civilización occidental.

La historia nos demuestra una y otra vez que es una mala puerta para salir de la pobreza aquella por donde se entra en la infamia, es decir, aquella mediante la cual se institucionaliza la violencia, el robo y la violación de los derechos naturales en nombre del “bien común” , obviando la gran verdad de que nada es más común a los seres humanos que el derecho a la vida, el ejercicio de la libertad (entendiendo que la libertad de cada uno tiene como límite la propia libertad de nuestros semejantes) y el derecho a la propiedad legítima. Bajo el nombre de “justicia social” se nos ha dicho que todos los ciudadanos (sin excepción)  somos capaces de gobernar el país para, acto seguido, establecer que somos incapaces de gobernarnos a nosotros mismos, lo cual es una evidente contradicción incluso ante la mirada de los intelectualmente menos aventajados.

¿Hacia dónde nos conducirá la falacia de la supremacía estatal, donde “el estado” es un personaje omnipotente  y omnisciente, poseedor de una fortuna inagotable e independiente de la nuestra? A eso que llaman “pueblo” y yo prefiero llamar “ciudadanos” ,se le ha “inoculado” hasta el cansancio la idea de que si hasta ahora han llevado la carga más pesada de la vida en sociedad, “el estado” tiene los medios para lograr, si se les da más poder  a los funcionarios que en su nombre obran y se aumenta considerablemente su tamaño, el peso terminará cayendo ahora en los “malvados ricos”, pero Venezuela es la prueba más reciente, de entre muchas otras que residen en la historia, de que a la postre, no puede evitarse que la carga del aparato estatal todopoderoso y sin contrapeso recaiga en todos y de hecho, mucho más en los pobres ,que se suponía serían los beneficiados de “la justicia social”.





Esta no es una presunción relativa, no se trata de una opinión sesgada llena de prejuicios, es la evidencia innegable de lo que sucede cada vez que con formas muy suaves ,sutiles e ingeniosas, adornadas con términos como “solidaridad”, “fraternidad”, “redistribución de la riqueza”, la expoliación, el robo generalizado y peor aún, legalizado, por parte de los funcionarios estatales alcanza proporciones alarmantes, por una razón muy básica: EL ESTADO NO PUEDE DAR A LOS CIUDADANOS MÁS DE LO QUE PREVIAMENTE LES HAYA QUITADO.

En la sociedad libre cada individuo decide y elige por sí mismo; en la sociedad colectivista, los gobernantes (autonombrados representantes de “la sabiduría popular”) deciden por cada uno, incluso en los aspectos más íntimos y privados de la esfera del individuo, bien sea cuánto pan puedes comprar o vender o que ideas debes aceptar y cuales debes rechazar sin que en ningún caso medie la propia razón y reflexión individual.

La corrupción, el tráfico de influencias, el amiguismo, el partidismo, el nepotismo, la autoasignación de millonarios contratos públicos e incluso los llamados “bachaqueros” no son causados por la libertad sino precisamente por la ausencia de ella. Así como la fiebre es la consecuencia y la infección es la causa, los vicios antes descritos son producto del excesivo poder de los funcionarios estatales y el poco o nulo poder de los individuos en la conducción de sus propias vidas. Si un gobernante incurre impunemente en la corrupción no es gracias a la libertad sino gracias a la ausencia de libertad en los individuos que se ven abrumados y de manos atadas para hacer valer sus derechos. El soborno por ejemplo, flagelo de casi todas las instituciones públicas venezolanas, es la consecuencia del poder concentrado en los funcionarios ante los cuales los ciudadanos ven violada su libertad, al punto de que deben pagar cuantiosas “comisiones” para obtener aquello que no implicaría un mayor obstáculo en un sistema normal, o en todo caso costaría mucho menos en un sistema privado.

Sea cual sea nuestra actividad, para alcanzar el objetivo que deseemos, los seres humanos, procuramos actuar razonablemente. Si resulta que caminamos por la ciudad y vamos a cruzar la calle, nos aseguramos de hacerlo de forma que no podamos ser lastimados por un automóvil; si vamos a tomar una medicación, procuramos ajustarnos a la dosis preestablecida por el médico, pero si lo que estamos haciendo es manipular un cuchillo mientras cocinamos, nos aseguramos de no herirnos mientras lo hacemos. Todos estos actos son espontáneos y responden a una característica exclusivamente humana: la capacidad de razonar. Razonamos constantemente en nuestra vida diaria y la mayoría de las veces, ni siquiera lo notamos.

 

En situaciones más profundas, como por ejemplo, establecer un orden social, a través de la razón, siguiendo las maneras que facilitan a los individuos alcanzar las metas que persiguen, no es problema en exceso complicado. Los asuntos de política y de gobierno tienen, inequívocamente, superior relevancia que los demás temas de los que la actividad humana se ocupa, y esto es, porque en el orden social subyace la base de todo lo demás, permitiendo a los individuos (u obstaculizando según sea el caso) desarrollarse, prosperar y materializar los objetivos que ambicionan únicamente bajo una organización con tales fines compatible. Pero, por superior que declaremos el rango de lo político y lo social, convendremos en afirmar que los asuntos a tratar son de naturaleza puramente humana, y por ello, inherentemente declaramos y aceptamos, en consecuencia, que tales asuntos deben ser abordados por los medios que la razón sugiere.

Recurrir al misticismo, la emotividad y la subjetividad al establecer una estricta dependencia entre las intenciones y los resultados, implica afirmar que se pueden alcanzar los fines de manera independiente a los medios, y aquí como en todos los demás asuntos prácticos, donde razonar es necesario, constituye grave un error, y lamentablemente, un error que se comete con demasiada frecuencia.

Debemos entonces, organizar la sociedad de acuerdo con aquellas normas que, en mayor medida, permiten alcanzar los fines que el individuo  apetece, bajo un marco de igualdad de todos ante la ley, esto es, sin violentar en nuestros semejantes, los idénticos derechos que en nosotros exigimos sean respetados, a saber, la vida, la libertad y la legítima propiedad. No son, en verdad, tan elevados, grandiosos o benéficos el estado y el orden legal, el gobierno y la administración pública, como para atemorizarnos y hacernos, renunciar a someter tales instituciones a la prueba de la racionalidad.

El raciocinio confiere condición humana al individuo; es lo que le diferencia y eleva por encima de las bestias. ¿Qué motivo hay para que, en el terreno del ordenamiento social, hayamos de renunciar al arma de la lógica, apelando, en cambio, a vagos y confusos sentimientos e impulsos?

Si para abordar un avión requerimos la certeza de que el piloto de éste, más que “chévere”, sea alguien calificado, tomando en cuenta que la vida de unas 100 personas depende de ello, ¿cómo es que existe la tendencia a cambiar drásticamente de enfoque, sustituyendo la razón por la pasión cuando de decidir modelos de organización social se trata, aún cuando la vida de millones de personas depende de ello?  

Allí, dónde los sentimientos separan a los individuos, la razón debería unirlos. Los sentimientos a las sensaciones son subjetivos, individuales, varían de una persona a otra, de un país a otro, de un clima a otro, mientras que sólo la razón es una misma, en todos los hombres, y sólo ella es siempre correcta. Ahora bien, decidir si es moralmente superior un individuo que prefiere escuchar a Mozart frente a otro que prefiere escuchar regueaton, nos sitúa en la esfera de los juicios de valor y por ello, no se puede tratar el asunto en términos de “bueno” o “malo” sino en términos de preferencias personales. Pero no podemos ser igual de indulgentes cuando de contrastar el socialismo con el liberalismo clásico se trata. La tiranía y la libertad de ninguna manera son equidistantes a la ética común de los seres humanos.

 

Resulta incomprensible apelar a la excusa de “esa es mi verdad” para defender el socialismo, más aún cuando se puede cuantificar el número de muertos contados por decenas de millones durante los gobiernos de Lenin, Stalin, Hitler, Pot Pot, Castro, Chávez, Maduro y muchos otros socialistas. Si de una verdad podemos hablar aquí, es que no existe en tales asuntos ni “mi verdad” ni “tu verdad”, sólo existe la verdad: el socialismo es desde toda perspectiva racional, incompatible con la ética de la libertad.

 

Desde VENTE VENEZUELA, defendemos la libertad del individuo como un derecho natural, por lo tanto supremo y sagrado, no es casual que VENTE VENEZUELA sea llamado también “EL PARTIDO DE LA LIBERTAD”. Mientras otros giran en torno a los valores centrales de la justicia (justicia social, que es una forma de injusticia), la redistribución de la riqueza (una forma elegante de disfrazar lo que es realmente robo y expoliación estatal sobre los individuos), la ley (confundiendo legalidad con justicia), situando en el estado, el lugar común del bien y  las acciones virtuosas con estricta subordinación de los individuos a instancias estatales, en VENTE VENEZUELA apostamos por la libertad del individuo como unidad de acción, como ente que piensa, siente, actúa y voluntariamente coopera con sus semejantes para que cada uno pueda alcanzar sus fines, y en consecuencia, elige gobiernos que derivan el poder del consentimiento ciudadano. Gobiernos que justifican su existencia únicamente en servir a los ciudadanos y no ciudadanos que han establecido instituciones gubernamentales para servirles a ellas.

En contraposición al socialismo, allí donde el liberalismo clásico y la civilización basada en los derechos naturales ha funcionado de verdad, ha conducido a conquistas gigantescas en el dominio de la libertad política y la libertad intelectual, porque el capitalismo es un asunto reducido únicamente a la producción bienes y servicios; lo básico que contiene este maravilloso sistema es, en esencia, la libertad del individuo en correspondencia con la libertad de sus semejantes.

La razón nos dice que todos hemos nacido iguales por naturaleza, es decir, con idénticos derechos respecto de la propia persona y, por consiguiente, también con idénticos derechos en lo referente a su preservación. Lo que llamamos libertad, establece, con toda certeza, que ningún hombre puede tener derecho a la persona y la propiedad de otro, y por ende, tales derechos solo pueden ser cedidos de forma voluntaria en los casos que aplique; ahora bien, si todos los ciudadanos tienen derecho a su persona y su propiedad, tienen también derecho a defenderlas. Cuando afirmamos que alguien tiene “derecho” afirmamos implícitamente que sería inmoral que cualquier otro, de manera individualizada o grupal tratase de impedirle ese ejercicio, bien sea por medio de la violencia, la coacción estatal o cualquier otro método para tal fin, sin que eso signifique que estemos asegurando que todos los usos que el ser humano hace de su libertad, sea necesariamente un uso moral. Aquí reside una de las confusiones más dañinas hacía la vida en sociedad y uno de los argumentos falaces a favor de la tiranía, porque el modo moral o inmoral del ejercicio de los derechos es un asunto de ética personal y no de filosofía política.

Es muy frecuente, incluso en los llamados “tiempos modernos” y específicamente en los países al margen del desarrollo, que se desvirtúe el problema crucial de la libertad y la propiedad. El asunto no es tanto si la propiedad debe ser pública o privada, sino si los propietarios, que son forzosamente privados, son sus dueños legítimos o ilegítimos. En última instancia existe un ente llamado “Administración pública”, pero en la práctica, sólo existen personas que se reúnen en grupos, asociaciones o partidos, se dan el nombre de “gobierno o administración pública” y actúan de forma gubernamental, muchas veces imponiendo situaciones que si lo hiciesen a manera particular, nadie dudaría que se tratase de un delito grave

Una supuesta libertad, para robar, asaltar o “expropiar”, en resumen, para agredir, no sería bajo ningún concepto una situación de libertad sino de abierta tiranía, porque equivaldría a permitir que alguien fuese víctima de un asalto y se vería privado de sus derechos, en síntesis, se violaría su libertad.

Aclarado esto, puede entenderse sin dificultad que el término “libertad condicional” es sobreentendido. Quien dice “libertad” dice implícitamente “límites”. Toda libertad es condicional en esencia, y su condición es la que por naturaleza, establece los límites de la libertad de nuestros semejantes.

Para quienes hemos entendido que el fundamento del progreso humano reside en la libertad, en la iniciativa privada, donde cada quien puede buscar su propia felicidad valiéndose de la cooperación voluntaria con otros individuos, no existe un razonamiento que nos lleve a pensar en el éxito como “un milagro”, se nos muestra entonces el progreso como la consecuencia de las decisiones de cada individuo que busca mejorar su situación en un medio social de respeto a los demás. Por lo tanto, “el milagro” se produce cuando las instituciones sociales positivas, el estado, las organizaciones empresariales, las aduanas, los impuestos etcétera, no van contra la naturaleza espontanea del orden de la libertad; y quienes aún hoy, tratan de negar la evidencia histórica de que nada más eficaz que la libertad, la libre empresa y la economía competitiva sobre todo para elevar el nivel de vida de “los más necesitados” son por lo general, quienes han amasado grandes fortunas con el muy lucrativo negocio de vender pobreza.

Existe en Venezuela un liderazgo representado por María Corina Machado, mujer de férrea voluntad que vibra en perfecta resonancia con los más nobles ideales del género humano. Una mujer excepcional, que en tiempos de oscurantismo y decadencia moral, surgió como un nuevo tipo de Prometeo del siglo XXI, quien sin timidez ni ambigüedad y exhibiendo siempre coherencia por encima de la conveniencia, junto a un grupo de colaboradores de exquisita valía, desde hace varios años viene liderando los esfuerzos por encaminar a nuestro país los valores de occidente, por preservar en nuestro  seno los más puros y sublimes principios de la civilización frente a la semilla venenosa e impía de la corrección política, que no es otra cosa que la nueva máscara de un viejo rostro que ya conocemos: el comunismo, funesta y macabra ideología siniestra, que hábilmente ha tomado desprevenidos a no pocos líderes del mundo, los cuales embriagados de una tolerancia mal entendida, han servido incluso, y de manera inconsciente, a socavar los pilares fundacionales que sostienen al mundo libre, levantando junto a nuestros enemigos, la bandera de la libertad y del Derecho de autodeterminación de los pueblos , para exigir neutralidad ante la violación de los individuos a ejercer la libertad, abriendo paso así, al resurgimiento de la barbarie y la opresión de siglos pasados, cuya erradicación ha costado tanta sangre derramada y que, la historia mantiene fresca en la memoria de los hombres y mujeres de todo el mundo, que a bien tenemos en vivir nuestras  vidas al abrigo de la razón, la reflexión y por sobre todo, al abrigo de Dios.

Por tales motivos, saludo con  indescriptible beneplácito y regocijo, a una portadora visible del fuego sagrado de la libertad, azote de los tiranos y las tiranías, incómoda al status quo, y saludo además  a todo su maravilloso equipo y especialmente a quienes en el Estado Barinas tengo el honor de conocer: Zulay Aro, Jorge García, Denni León, Emil Brandt, Edwin Fernández, Pedro Ramírez, entre otros, que en los hechos más que en las palabras, han demostrado ser amigos sinceros de todos los venezolanos de bien.

Los venezolanos ya estamos rompiendo las cadenas de la tiranía, la violación, la barbarie, la corrupción y la perversión moral que desde el “gobierno” nos han impuesto con violencia, sangre y destrucción y, llegado ese momento, un sector de la clase política opositora, de entre cuyos líderes algunos se declaran también socialistas, tendrán irremediablemente que adaptarse a una nueva realidad: los ciudadanos no estaremos dispuestos a sistemas de gobierno intervencionistas en nombre “del bien común y el verdadero socialismo”. Los postulados del liberalismo clásico y sus corrientes están creciendo entre los venezolanos con más fuerza de lo que quisiesen los estatistas exacerbados e incluso moderados, y comienza a entenderse con claridad meridiana, que no se puede igualar a los individuos sin despojarlos antes de su libertad, y con ello, de su dignidad, abriendo, como bien sabemos en Venezuela, la caja de Pandora de las calamidades sociales.


 

José Daniel Montenegro Vidal.  Coordinador para la democracia de la Fundación Educando País. Email: [email protected]