De la crisis humanitaria a la peste y la tragedia sanitaria, por Antonio Sánchez García @sangarccs

El derecho y la responsabilidad de intervención son las vías para intentar el rescate, el auxilio y la salvación. Ante la impotencia de víctimas inermes, no hay otras salidas. Se debe tener el coraje y la lucidez como para invocarlas.

Antonio Sánchez García @sangarccs

Venezuela se encuentra al borde de la crisis sanitaria más espeluznante de su historia. Circula por la red un informe de uno de nuestros mejores expertos en manejos hídricos, Luis Miguel de Viana, en el que señala que esta monumental crisis hídrica, mortalmente agravada por el colapso de nuestro sistema eléctrico, “no se soluciona con camiones cisternas o repartiendo bidones, porque los volúmenes de agua que están dejando de entrar a la ciudad son gigantescos…Esto es un problema de la salud pública y debe ser tomado muy en serio. La situación termina de configurar un abanico de problemas de emergencia humanitaria de dimensiones considerables, porque afecta a millones de personas.” El país y sus habitantes están en los comienzos de una catástrofe humanitaria, que podría desembocar en montañas de cadáveres. Tal como lo advierten algunos expertos del Banco Mundial. No en un futuro lejano, sino en un futuro inmediato.





Luis Miguel de Viana nos da luego una explicación detallada de los dos aspectos de esta carencia fundamental: “las soluciones paliativas no funcionan. Hay que meter agua otra vez por las tuberías. Esta es la primera fase, la falta de agua blanca. Pero hay otra” – y aquí me aterra el recuerdo de la extraordinaria novela de Albert Camus, La Peste y la crueldad y la inmisericordia de que es capaz el odio castro comunista al que se debe el tirano cucuteño, quien está detrás del montaje avieso y siniestro de esta estrategia de sumisión mediante el hambre, las enfermedades y las necesidades básicas, – “y es que cuando las cloacas se secan, la fauna que está dentro de las tuberías sale a la superficie. Viven dentro de las cloacas de la ciudad, que son muy largas. En Caracas son cerca de 2.000 kilómetros de tuberías. Eso quiere decir que hay una población enorme de roedores e insectos que salen a buscar su comida afuera. También es fundamental que las excretas humanas sean dispuestas en las cloacas. Y eso requiere un volumen mínimo de agua, aunque no sea de muy buena calidad…Cuando eso no ocurre, la pieza sanitaria se convierte también en un centro de contaminación.”

Estamos, pues, según un ingeniero venezolano experto en la materia, a las puertas de una conflagración sanitaria de proporciones desconocidas en América Latina. Y Maduro, el encargado de llevar a cabo la venganza, está, como el hombre que amaba a los perros, de Leonardo Padura, y encargado por Stalin de asesinar a Trotzki, “blindado con la mejor de las corazas, porque es un hombre capaz de guardar silencio, de explotar su odio, de no sentir compasión y de morir por la causa. Una máquina obediente y despiadada.”

Tal como lo he escrito anteriormente, a Fidel Castro, frustrado en su proyecto megalómano existencial de derrotar a los Estados Unidos ante la intervención en contrario de Rómulo Betancourt, sólo le quedó la ambición de aplastar y devastar a Venezuela, por la que desde su primera visita alimentó un odio y un rencor devoradores, cainitas. Fue el motivo que en última instancia lo llevó a sacar del juego a Chávez y cambiarlo por un cucuteño sin una pizca de afecto, no digamos de amor por Venezuela. No es que Chávez ni ninguno de los suyos lo tuviera, pero la misión de devastar al país natal no es fácil de asumir, a no ser que se sea un Hitler, un Stalin o un Fidel Castro. Nadie, ninguno de los apoderados, pupilos y maestros de Maduro – ni su mujer, ni sus hijos, ni su parentela y muchísimo menos la pandilla de facinerosos que lo rodean, tales como Vladimir Padrino, Diosdado Cabello, Tarek El Aissami, y los terroristas libaneses, sirios e islamistas que los rodean – sienten la menor simpatía por la Patria de Bolívar. Por ellos, como parecen estar llevándolo a cabo, Venezuela bien puede convertirse en una cloaca seca, atestada de ratas hambrientas y bichos contaminantes. Provocando una mortandad masiva como la que fuera conocida en la Baja Edad Media como Peste Negra y ahora mismo podríamos rebautizar como Peste roja.

No hay soluciones políticas para enfrentarla. Y de las diplomáticas, sólo la decisión de movilizar fuerzas armadas capaces de derrocar al régimen y desalojar la tiranía. De las constitucionales, la invocación al artículo 187 # 11. De la tradición internacional del sentido común: la Responsabilidad de Proteger decretada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 2005 para enfrentar crisis agonales de Estados y sociedades en vías de ser exterminadas por sus propios gobiernos y/o fuerzas enemigas.

El derecho y la responsabilidad de intervención son las vías para intentar el rescate, el auxilio y la salvación. Ante la impotencia de víctimas inermes, no hay otras salidas. Se debe tener el coraje y la lucidez como para invocarlas.