Orlando Avendaño: Es la hora de la generación del 2007 en Venezuela

Orlando Avendaño: Es la hora de la generación del 2007 en Venezuela

Un diputado, gran amigo, cuyo nombre no puedo mencionar para no perjudicarlo, me decía hace unos días: “Estoy cansado. Muchos en el partido estamos cansados. Tú sabes que yo soy diferente”. Él, de Voluntad Popular, se refería a que es diferente de aquellos políticos que aprendieron a ejercer el oficio bajo el chavismo y que, en ese contexto, terminaron formando parte de una dinámica nociva de cohabitación.

Intereses, mucho dinero y celos. La avaricia, la envidia y la miopía hoy se han convertido en activos inherentes a una clase política que ya está agostada. Pero sigue, insiste, y tiene poder. Mucho poder. Lo comparte con el chavismo, en proporciones infinitamente disímiles, pero convenientes.

La juramentación de Juan Guaidó el 23 de enero de este año fue un parteaguas. Un punto de inflexión que definió bien las brechas existentes entre los diferentes grupos políticos y las diferentes generaciones. Al pronunciar la frase que lo arrojó a las páginas de historia, quienes rodeaban a Guaidó entendieron que existe una grieta gigantísima entre ellos y la nueva generación que representaba el ahora presidente de Venezuela.





Me decía recientemente el profesor de Georgetown, Héctor Schamis, que ese día (el 23 de enero), Guaidó logró que un político de 40 años, o incluso uno de 37, se viera viejo, atemporal, atávico y desgastado.

Juan Guaidó ha llegado para capitanear, bajo aguas tempestuosas, a una generación, en su momento vanguardista, pero ahora sometida a una dinámica política totalmente diferente a ella, ajena y caníbal. Al ser punta de lanza de un movimiento que terminó sometido a la ponzoñosa política tradicional, Guaidó y los que son como él, esos que comparten sus valores y son verdaderamente intachables, amenazan con una revolución.

Una revolución verdadera y hoy, más que nunca, urgente. Que ya se está fraguando al interior de cada partido opositor. Que amenaza con guillotinar a las grandes fuerzas políticas que, desde hace más de diez años, no renuevan su liderazgo.

Como botas ortopédicas, los partidos en Venezuela han logrado alienar a su militancia. Jóvenes estrellas, prometedores, se ven hoy enmarcados en discursos vulgares, anodinos y para nada audaces. No promueven nada. Mucho menos proponen. No hay debate ni profundidad ideológica o teórica en sus ideas. No tienen referencias ni las buscan. Entonces tenemos partidos como Primero Justicia: cantera de imprecisiones e incoherencias, que reúne a diputados marxistas, socialcristianos y conservadores.

Partidos de masas. U hombre-masas. Ortega y Gasset tendría mucho de qué hablar. “Vaciados de su propia historia y dócil a todas las disciplinas”, como escribió el filósofo español.

Pero eso está cambiando. Fuerzas políticas que llevan años con la misma directiva, subordinados a hombres del pasado, empiezan a tambalearse. Incluso los partidos más nuevos, pero con un liderazgo cómodo con dinámicas nocivas, sufren la inminencia de una revolución.

Es la revolución de la generación del 2007. Esa que ha cargado encima el peso inclemente de unos cadáveres políticos difíciles de arrastrar. Esa generación que ha sido condenada a mimetizarse; a tener que compartir mañas y ademanes con sus caudillos.

La generación que hoy ve en Juan Guaidó una oportunidad para sacudirse a sus mentores, traicionarlos; y, con ello, salvar Venezuela. Porque es el momento. El país lo necesita. Que sus jóvenes, esos que naturalmente se sienten incómodos con la actitud colectiva de sus partidos, se vuelvan individuos. Se aparten. Empiecen la revolución.

Su capital político depende de ello y todos lo saben. Mi amigo, el diputado, lo sabe. No anda con ganas de prácticas japonesas suicidas o de inmolaciones. La generación sabe que tiene futuro. Que aún goza de confianza y que no hay tiempo que perder. Que es hora de cortar con los Ramos Allup, los Rosales, los Capriles… Y sí, con los Leopoldo.


Publicado originalmente en PanamPost