Alfredo Maldonado: ¡Paren a Guaidó!

Alfredo Maldonado: ¡Paren a Guaidó!

Tiene que ser el pensamiento obsesivo, la angustia, el elemento desconcertante de los centros de pensamiento y análisis –que algunos habrá en Caracas y La Habana, con Managua de testigo preocupado- al ver la persistencia no tanto de Juan Guaidó con la gente, sino de la gente con Juan Guaidó.

No tiene nada, si usted se pone a verlo y escucharlo desapasionadamente, ni la apariencia física, ni los gestos, ni las palabras. Si no fuera el centro ocasional de la gran polémica por el poder, no pasaría de ser uno más y no necesariamente el político más atractivo. Mucho menos que su jefe Leopoldo López, sin duda, sin la hermosura talentosa de Lilian Tintori, sin la sobriedad de David Smolansky, una especie de Henrique Capriles desvaído. Y, por supuesto, sin el fuego de María Corina Machado ni la picardía estratégica de Henry Ramos Allup.

Eso es lo más desconcertante para los adueñados del poder, el palo de madera dura que muerde Nicolás Maduro y roen Jorge y Delcy Rodríguez, el mazo con espinas que esgrime con sangre Diosdado Cabello, el trapecio al cual tratan de aferrarse sin que logren alcanzarlo mientras miran con angustiado temor el vacío sin red debajo de ellos, en un circo cuya carpa se hace cada día más grande y más alta. Y más peligrosa.





Hay que parar, frenar, apagar, a un joven sin barriga ni encantos especiales a quien todos los ciudadanos, chavistas incluídos, miran cada vez que se aparece por ahí, con el agravante de que por razones que no se ven, sólo a él miran aunque esté rodeado, casi apabullado, por políticos profesionales, veteranos, curtidos en el parloteo, que se amontonan a su alrededor con sus rostros serios, pétreos, que miran al infinito por encima de palpitantes caudales de cabezas y miradas que brillan y hacen hervir de envidia a todo político con carnet y militancia activa de oposición u oficialismo. Miran por encima a las cabezas que ya no entienden y no los miran a ellos.

Hay que frenar, controlar, a ese joven flaco y sin aspavientos que es capaz de evadirse de los controles partidistas y pactados con sólo aprovechar su fuerza juvenil –que no es de gimnasio sino natural, de edad- para montarse donde los dirigentes barrigones no son capaces de seguirlo, los techos de las camionetas que suponemos blindadas. Allí, sobre esos techos, está solo –en contrapicado, se diría en un guión cinematográfico-, se le mira y se le escucha de abajo hacia arriba, se hace aspiracional, es cúspide.

Tan cúspide, que Juan Guaidó se ha convertido en parte del lenguaje actual de los que verdaderamente mandan, Donald Trump, su entorno inmediato en Washington, los grandes jefes en la Casa Blanca, las capitales europeas, los organismos multilaterales, el Kremlin, Zhongnanhai (la sede del todopoderoso Partido Comunista de China, para los que hablan también domiciliando el poder de “la Casa Blanca”, el “Elíseo”, “Moncloa”, la “Casa Rosada” y otras construcciones para los que mandan) y en las oficinas y salones de las Naciones Unidas, la Organización de Estados Americanos, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, etc.

Nuestros dirigentes políticos y excandidatos y demás soñadores presidenciales, son personalidades locales, hoy titulares complementarios de la información, Juan Guaidó es ya un personaje mundial. Sólo compite con él, pero por ser contraparte, Nicolás Maduro, y a veces pareciera que todo se resolvería con un simple quitar a Maduro y poner a Guaidó.

Sólo que no es tan sencillo. Natural, previsible, pero no simple ni tan rápido como los ingenuos de siempre imaginaron.

La Venezuela actual es la consecuencia de un proceso ya prehistórico de errores partidistas e intelectuales que llevaron a un alzamiento popular, un intento militar de derrocar a un gobierno, un desgaste acelerado y un cambio drástico que cambió el populismo por una elección equivocada de un caudillo mejor hablachento y peor gobernante que sus predecesores, populista con palabras y sonrisas diferentes en la forma.

Con una diferencia fundamental.

Los predecesores veían quizás con simpatía pero también con lejanía al estratega tirano de La Habana, mientras el relevo militar lo sentía con devoción de discípulo y delirio de relevo futuro.

Por eso la Venezuela que tomó Hugo Chávez bajo su control, especialmente después que por poco no lo sacan del poder en 2002, es un estado reconstruido bajo conveniencia castrista que consiguió, tras su abandono por la Glasnot, de una nueva fuente para alimentarse, costumbre de un castrismo habituado a la vigilante comodidad del chulo. Porque la agitada Cuba de antes era dictatorial pero se alimentaba a sí misma.

Y ahora sale este Guaidó, con el empeño devoto del niño de Primera Comunión, a montarse en los techos de las camionetas a decir, en palabras sencillas y sin garganta y silabeo de político profesional, lo que los ciudadanos mondos y lirondos piensan cada día más decepcionados, ya angustiados, por las fallas necias –y muy corruptas- que inició el Chávez fidelista y profundiza, desconcertado y sólo discurseador, el Maduro raulista.

Guaidó es el cristo con la buena nueva que contrasta con el Maduro con las malas noticias envueltas en profecías de tarot que se cumplen pero al revés.

A Nicolás Maduro y sus conmilitones los errores se les fueron de las manos y generaron una migración masiva que se ha convertido, por su magnitud, en vibrante, atronador, megáfono negativo. Ha llevado a los pueblos a pensar en que algo no va bien con la hasta ahora popular izquierda de moda muchos años, y donde hasta no hace mucho campeaba y triunfaba el socialismo izquierdoso, ahora estalla el conservadurismo. Y pasará también en México, López Obrador ya está haciendo el trabajo y el Guaidó mexicano anda por alguna calle de Guadalajara, Jalisco, Querétaro, Monterrey o Ciudad de México, ya empezó a caminar y cada mañana apresura el paso en las ruedas de prensa madrugadoras del populista norteño.

Hay que parar a Guaidó, pero la oscuridad martilló aún mas el cambio que comenzó el 23 de este enero, porque en lo oscuro todo problema es peor, y se ha hecho muy tarde. Guaidó se iluminó en pleno túnel.

Ya no pueden pararlo, y en Washington, Pekin y Moscú lo saben. También en Teherán, y en la Bolsa de Nueva York, y en todas las salas de redacción, hasta en la de Rusia Today. Raúl Castro advierte a sus cubanos controlados y no necesariamente resignados del todo, que las cosas van a empeorar, que morirá rodeado de más pobreza y angustias y Donald Trump camina poco a poco a sabiendas de que será reelecto y, con un nuevo período por delante, podrá mandar sus drones si los sigue necesitando.

Los estará esperando Guaidó.