Venezuela, Irán y Argelia: tres crisis en tres continentes distintos pero con muchas cosas en común

Nicolas Maduro, Abdelkader Bensalah y – Hassan Rohani

 

Lo obvio que tienen en común es que las tres crisis están arraigadas en una fuerte desconexión entre pueblos descontentos y combativos sedientos de cambios ante una élite gobernante desgastada pero arrogante, represiva y que muestra inequívocas señales de aferrarse al poder a cualquier precio.

Por: George Chaya | Infobae





A pesar de las diferencias que a primera vista pueden parecer sorprendentes, los tres países tienen muchas cosas en común. Todos ellos tienen regímenes ideológicos y represivos a pesar de la fallida pretensión de maquillarlos con sus nombres oficiales. Los tres se llaman a sí mismos “república”, pero con sus gestiones de “gobierno” hacen que el término sea ambiguo.

El régimen iraní se llama a sí mismo “islámico”, que significa “gobernar” por una secta del clero chiíta bajo un autodenominado “Guía Supremo” que aplica las leyes de “su Dios”, no las de una república con la lógica división de poderes y sus contrapesos. El régimen argelino utiliza el cliché de república del “pueblo democrático de Argelia”, pero el término “república” no tiene ningún sentido allí. El régimen venezolano obtiene un resultado similar con el término “república bolivariana”.

Los tres países se remontan al siglo pasado, que fue testigo de una gran cantidad de regímenes basados en ideología: la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, la República Popular de China, la República Árabe Unida y el Estado Socialista Budista de Myanmar, entre otros. La pretensión detrás de todas esas etiquetas era que la política, en lugar de ser el arte de resolver los problemas de la gente, fuera era un medio para promover los objetivos reales o imaginarios de una ideología cuyos gobernantes se volvieron obscenamente ricos y sus gobernados escandalosamente pobres.

Los tres regímenes se basan en mitos sintéticos. La República Islámica en Irán se jacta de su origen en la llamada “Revolución Islámica” de 1979, que consistió en cuatro o cinco meses de disturbios orquestados por la élite religiosa que culminaron en la decisión del Sha de abandonar el país, creando un vacío de poder que los khomeinistas llenaron con poca dificultad. A diferencia de las revoluciones clásicas que han mostrado conflictos genuinos y a menudo prolongados entre ideologías opuestas, la revolución iraní ocurrió tan rápida y fácilmente que privó incluso a sus líderes de la posibilidad de crear una biografía revolucionaria para ellos mismos.

La República Democrática Popular de Argelia tuvo su origen en una “victoria militar” imaginaria e inexistente sobre el ejército francés, el segundo más poderos de la OTAN en aquelmomento. Se ignora a menudo en este caso que el hecho de que el “ejército de liberación” que tomó el poder poco después de la independencia había desempeñado un papel marginal en la lucha real contra Francia. Argelia no ganó la independencia en ningún campo de batalla. La liberación se produjo debido al retiro de las tropas de francesas gracias a un cambio dramático de las perspectivas políticas en Francia y en todo el mundo, aunque no se debe soslayar la valiente obstinación de la población civil argelina. Pero solo con lo último no iba a cambiar el status quo establecido por París de no haber sucedido lo primero.

En Venezuela, los mitos se construyeron alrededor de una biografía de Simón Bolívar, quien había soñado con un gran estado Sudamericano que incluía a Bolivia, Perú y Colombia en un momento en que esas tierras aún no habían desarrollado identidades nacionales distintivas. Si Bolívar existiera hoy en día, se habría sentido escandalizado por los intentos de mostrarlo en el papel de un nacionalista venezolano que promueve un proyecto pseudo-socialista del estilo castro-cubano.

Otra elemento que los tres regímenes afectados por la crisis tienen en común es que todos ellos son estados petroleros y gasiferos, lo que significa que no dependen de los ingresos provenientes de impuestos o cuestiones tributarias para su recaudación fiscal.

Irán, Argelia y Venezuela son todos miembros del llamado Movimiento de los Países No Alineados que han organizado sus cumbres en ese contexto, los tres conservan algunos aspectos en común de la era de la Guerra Fría como regímenes que simpatizan con el ex bloque soviético y se oponen al llamado Mundo Libre liderado por Estados Unidos. Los tres utilizan a menudo el termino “Tercer mundo”, para presentar a las democracias occidentales como enemigas mientras se benefician de las posibilidades económicas, sociales y culturales que estas democracias ofrecen.

Los khomeinistas iraníes odian al “Gran Satanás” estadounidense, pero envían a sus hijos a los Estados Unidos para que estudien allí y a sus enfermos a Europa Occidental para que reciban tratamiento médico muchas veces reforzados con medicinas y avances tecnológicos de salud provisto por Israel. Muchos altos funcionarios de la República Islámica tienen su dinero, generalmente mal habido por medio del lavado a través de los bancos de Europa Occidental y, más recientemente, de Canadá.

La élite gobernante argelina dice que odia a Francia, la antigua potencia colonial, pero cientos de dirigentes políticos y tomadores de decisiones poseen propiedades allí y muchos otros se radican allí al momento de su jubilación. Y lo más escandaloso, en los últimos 30 años, la misma élite gobernante ha estado vendiendo gas a Francia a precios inferiores al promedio internacional enriqueciéndose personalmente.

La situación venezolana no es diferente. La llamada élite bolivariana ha vinculado la economía de la nación con los Estados Unidos más estrechamente que nunca, mientras que la retórica contra el “imperialismo yanqui” se ha intensificado en los gobernantes y simpatizantes chavistas.

Los tres regímenes han creado una clase rentista cuya función principal es proporcionar al menos la ilusión de una base popular comprada por unas pocas monedas. En Irán, ese papel lo desempeñan los llamados “mártires vivos”, “las familias de los mártires” y “Ánsar (partidarios) del Hezbollah libanés”. La “Movilización de los desposeídos” que agrupa unas 400.000 personas proporciona la columna vertebral militar de esa base.

En Argelia, la red de “Muyahidin” (Guerreros Sagrados) desempeña un papel similar junto con los auxiliares armados que se alzaron durante los días de sangre de los años noventa. En Venezuela, los paramilitares y “los colectivos bolivarianos” de unos 600.000 hombres, creados por el difunto Hugo Chávez, cumplen una función similar. En los tres países, los militares tradicionales mantienen el equilibrio de poder entre la élite gobernante de la que forman parte sus propios altos mandos y la masa de la ciudadanía rebelde que les acompaña.

Los últimos indicios del estado de situación muestran que en Irán el grueso de los militares todavía no están dispuestos a cambiar de bando a favor de las masas que protestan. Pero también hay indicios de que podrían no estar listos para aplastar automáticamente un levantamiento popular. En Argelia, los militares, estrechamente relacionados con los grandes negocios se han distanciado de la élite obligando a ofrecer concesiones, como la jubilación y el retiro de altos cargos políticos y militares. En Venezuela, los principales países de la región todavía dudan en ponerse completamente de lado de la ciudadanía sojuzgada con medidas mas drásticas, lo que hace posible que el presidente Nicolás Maduro, considerado un usurpador por muchos, mantenga el poder y a su “armada bolivariana” movilizada.

Lo cierto es que los tres regímenes no han logrado desarrollar instituciones creíbles y duraderas capaces de arbitrar conflictos por medio de políticas modernas centradas en intereses inherentes a cada sociedad humana. Por esto es que el resultado de sus crisis actuales depende de la confrontación entre la calle y los cuarteles. Eso es lo que sucede con lo que podríamos llamar sistemas socio-políticos de “corto plazo” desde la Alemania nazi hasta la ex URSS, al peronismo en Argentina y el nasserismo en Egipto.

Sin embargo todos los sistemas de “corto plazo” terminan en un periodo de tiempo que debe considerarse breve en términos históricos mucho más amplios. En ellos, todo es intenso, incluidas sus inevitables caídas.