“Cuba y Venezuela: morir matando” por Maite Rico

“Cuba y Venezuela: morir matando” por Maite Rico

 

Érase una vez un país muy pobre que logró dominar a un país muy rico. Se infiltró en todos sus rincones, desarticuló su sistema político y extrajo sus recursos. Poco a poco, el país rico fue sumergiéndose en la miseria y el caos, mientras el país pobre seguía exprimiéndolo.

Podría ser un buen argumento para una serie de ficción distópica. Sin embargo, esto es lo que ocurre con Cuba y Venezuela. La isla arruinada por una dictadura comunista se hace con el control de la potencia petrolera, diez veces más grande y con el triple de población. Sobrevive 20 años gracias al petróleo que le bombea el régimen chavista. Y ahora que su anfitrión se desmorona, La Habana hace lo imposible por apuntalarlo, a costa de prolongar la agonía de los venezolanos. Como el parásito que está dispuesto a desangrar a su presa hasta matarla.

Venezuela vive momentos decisivos, con una operación en marcha para restablecer la democracia. Un plan negociado entre Juan Guaidó, el presidente encargado, Estados Unidos y altas personalidades del régimen, que pasaría por enviar a Nicolás Maduro a una suerte de exilio dorado, como los sátrapas de rigor. Las noticias son confusas. Lo seguro es que Cuba está tratando de manera agónica de evitar el fin del chavismo.

Hay que reconocer que, con su extraña simbiosis, Cuba y Venezuela han marcado un hito inédito en la geopolítica mundial. Cuando llegó al poder, en 1999, Hugo Chávez se hincó de hinojos ante su héroe, Fidel Castro, en busca de su bendición para capitanear una revolución socialista continental. Y el viejo Castro, mucho más listo, vio en ese militar iluminado la tabla de salvación de su régimen calamitoso, la ubre a la que aferrarse tras el derrumbe de la URSS, que puso fin en 1990 a unas ayudas de 65.000 millones de dólares (cinco veces el Plan Marshall, con el que EEUU contribuyó a la reconstrucción de Europa tras la II Guerra Mundial).

Chávez quería asesoría y Castro se la cobró muy cara, en petróleo y divisas. Y de paso infiltró Venezuela como un alien. Con la coartada de la venta de servicios profesionales, llenó el país de cubanos. Oficialmente, en 2013 había unos 45.000 cooperantes, sobre todo personal médico. Extraoficialmente, los funcionarios duplicaban la cifra. Miles de ellos en seguridad y defensa. Hoy La Habana controla el sistema de identificación y pasaportes, registros y notarías públicas, puertos, aeropuertos y puestos migratorios, y los sistemas informáticos del Gobierno, la policía y la petrolera estatal, PDVSA. El espionaje cubano, el G-2, tiene mando en plaza en los servicios de inteligencia venezolanos. Y los militares se reparten por los cuarteles y el Ministerio de Defensa.

A cambio, La Habana ha estado recibiendo más de 100.000 barriles de petróleo cada día, y vendiendo el excedente a precios de mercado. Súmese a eso inversiones directas, subsidios y contratos millonarios. En total, unos 8.700 millones de euros al año. Fidel Castro logró el control de Venezuela, de la vida de Chávez, que murió en La Habana de un cáncer, y de su sucesor, el obtuso Maduro.

Con este pacto endiablado, Cuba y Venezuela, el país pobre y el país rico, sellaron sus destinos. Con mucha peor suerte para Venezuela.

Veamos: gracias a los consejos del castrismo, la economía venezolana se ha hundido sin remedio. Para este año, el FMI prevé una caída del PIB del 25%. La producción de crudo, que llegó a los tres millones de barriles diarios, se ha desplomado hasta los 732.000 barriles. Maduro saquea las reservas de oro del país: en lo que va de año, han retirado 24 toneladas del Banco Central, mientras los gerifaltes militares explotan ilegalmente las minas de oro, diamantes y coltán que venden a turcos, rusos, chinos y árabes. La opulenta Venezuela está hoy en alerta humanitaria. Hay desabastecimiento, apagones y falta de agua. 3,4 millones de personas han abandonado el país. Otros siete millones (25% de la población) necesitan asistencia, según la ONU.

¿Y Cuba? La economía, que nunca despegó, está ahora en completo estancamiento. No producen nada y tienen que importar la mayor parte de los alimentos y bienes de consumo. ¡Incluido el azúcar, su gran materia prima! Venezuela ha recortado el suministro petrolero a la mitad, a 50.000 barriles de crudo al día, una cantidad generosa pero que no cubre las necesidades de energía del país. El turismo bajó en 2018 casi un 5%, y como tienen que importar todo, los ingresos han mermado.

El régimen castrista depende ahora de las remesas del exilio, que el año pasado representaron el 51% de los ingresos de la población cubana. Los cortes de luz son mayores aún que en Venezuela. Cómo estarán las cosas, que el propio Raúl Castro, jefe del Partido Comunista y mandamás en la sombra, ha instado a sus sufridos súbditos a que se preparen para “la peor variante de la economía”. Es decir, un nuevo “periodo especial”, el eufemismo con el que el castrismo describió el terrible periodo de penurias cuando acabó la ayuda soviética y Cuba perdió de golpe el 35% del PIB.

Un cambio de régimen en Venezuela supondría ahora una merma del 15% del PIB. De ahí las cínicas palabras del viejo Raúl: “Nunca abandonaremos el deber de actuar en solidaridad con Venezuela”. Es decir, sostener al tambaleante Maduro (que no deja de ser un fusible) frente a una rebelión cívica que encabeza Guaidó. Y mientras Cuba y Venezuela, encadenados uno al otro, se hunden sin remedio, la Rusia neo-imperial de Putin y la China voraz de Xi-Jinping vuelan en círculos sobre los moribundos.

 


Maite Rico es Periodista. Ha trabajado durante 25 años en el diario EL PAÍS, donde fue subdirectora tras desarrollar su carrera como editorialista, corresponsal en México y Centroamérica y reportera en Bosnia, Somalia y Libia.

Publicado originalmente en Vozpópuli

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