El segundo enfoque parte de una definición de principios: Venezuela debe recuperar el tiempo perdido y sanar la gran fractura política que hoy sufre. Para ello requerimos vivir en un país moderno, que se reencuentre con el progreso, que sea una nación educada, con una clase política culta, competitivo frente al mundo, que entre en la economía digital, que se olvide del conuco como forma de producir, que se incentive la responsabilidad individual, que abra su sector petrolero a la inversión privada sin complejos, que se deje atrás al estatismo y los controles de precios y de cambio como forma de gestionar una economía. Pero ese país, también debe ser muy democrático, donde las fuerzas políticas convivan en sana competencia, donde haya alternabilidad en el poder y donde se cumpla la ley.
Para hacer posible esos principios debe buscarse un acuerdo político que destrabe la solución a la crisis lo que implica que tanto el chavismo como fuerza claramente minoritaria hoy como la oposición democrática se reconozcan en un acuerdo que se materialice en la realización de una elección presidencial simultánea con la relegitimación de la Asamblea Nacional, previamente eliminando la Constituyente y nombrando un nuevo CNE. El nuevo gobierno se comprometería a una amnistía general, de verdad, y los casos de violaciones de derechos humanos los abordaría una comisión especial ayudada por la Naciones Unidas. Si prevalece la revancha y la sed insaciable de venganza, jamás habrá país ni para unos ni para otros. La Segunda Guerra Mundial no comenzó con la invasión alemana a Polonia el primero de septiembre de 1939, sino cuando Alemania fue humillada a la firma del Tratado de Versalles el 28 de junio de 1919 y de allí fueron por el desquite y desataron la guerra.