El silencio de un pueblo, por Juan Carlos Rubio Vizcarrondo

El silencio de un pueblo, por Juan Carlos Rubio Vizcarrondo

Cuando encaramos al acontecer nacional nuestra reacción más común, como ciudadanos que somos, es la de participar del suceso, volverlo nuestro y, por ende, emitir nuestra opinión al respecto. No obstante, hay eventos que generan el efecto contrario. Éstos nos envuelven y nos dejan en una encrucijada donde lo perplejo y lo absurdo se encuentran, por lo que concluimos que es mejor permanecer silentes que mostrarnos confundidos.

Por Juan Carlos Rubio Vizcarrondo





El asunto es que en Venezuela esto parece ocurrir más de la cuenta y tenemos como su más reciente exponente al ya infame dialogo en Noruega. El alza de expectativas, la opacidad de la clase dirigente y, sobre estas dos cosas, las gigantescas contradicciones en el discurso, nos producen una disonancia cognitiva horrenda. En otras palabras, lo que teníamos entendido de la situación nacional, nuestras premisas, se están topando con realidades completamente opuestas.

De requerir ejemplos, solo pensemos en que el mantra nunca fue “cese de la usurpación, gobierno de transición y elecciones libres”, sino “elecciones, cambio en la usurpación y gobierno de transacción”. Que la frase “todas las opciones están sobre la mesa” no estaba haciendo referencia a una intervención militar, sino a la posibilidad de más diálogos a costa de la gente. O que el “Gobierno de Transición” de Juan Guaidó nunca fue tal, sino que ha sido un pseudo gobierno parlamentario dirigido por los partidos políticos.

¿Mucho que procesar, cierto? No importa, para eso tenemos al silencio. Recordemos que no tenemos por qué dar una respuesta inmediata siempre, ni sentirnos obligados a tener una opinión enseguida. Lo digo porque pienso, tal como me lo comentó un buen amigo, que hay instancias que no requieren de nosotros, por lo menos en lo inmediato, acción, sino observación.

Ante los sucesos recientes que nos embargan la esperanza, debemos saber que no son tiempos para tragarse un discurso así no más. Por ello, nos podemos darnos el lujo de repetir, como si fuésemos focas, frases y eslóganes sin sustancia. Lo que sí debemos hacer es escudriñar la información para realmente tener criterio sobre lo que está pasando.

Eso es lo primero. Eso es lo esencial. Porque si algo nos recuerda el doble discurso y el ocultamiento del dialogo noruego, es que hemos sido sujetos a manipulación tras manipulación por parte de quienes se suponen son nuestros líderes. Es triste que así ha sido, inclusive puede catalogarse como trágico, pero, a fin de cuentas, es lo que es.

Siempre he pensado que los venezolanos podremos ser muchas cosas, tanto buenas como malas, pero si algo tenemos, más todavía tras veinte años de este circo, es un sentido común muy bien desarrollado. Muchos no tendremos educación formal, pero eso no nos vuelve tontos, ni ilusos. De hecho, percibimos bastante las contradicciones y los desaciertos a pesar de las toneladas de propaganda a la que se nos expone. El problema ha estado en que, por nuestras querencias y aspiraciones, hemos dado el beneficio del olvido a una clase política que comete los mismos pecados una y otra vez.

Ahí es donde hemos errado y nos hemos dejado atrapar en un ciclo interminable de esperanza y decepción. Eso es lo que en estas horas tan terribles por fin está culminando y lo está haciendo sin hacer ruido.

A pesar de mi insistencia en el asunto de callar y observar, pienso que los venezolanos ya están haciendo justo eso. Nosotros ya no seguimos las instrucciones de dirigentes a mansalva, sino que las escuchamos y las analizamos. Por tal razón, ahora denotamos las incoherencias, detallamos que hay cosas que no compaginan y vamos, lento pero seguro, percibiendo a la realidad por lo que es. Además, después de todo lo que ha pasado, nos rehusamos a estar dando cheques en blanco por doquier, porque sabemos que esa cuenta la pagamos con nuestras vidas y las de nuestros seres queridos.

La prueba de que hemos aprendido no solo está en el silencio como herramienta del observador; también está en el silencio como protesta ciudadana.

La inconformidad de un pueblo consciente ante el descaro y la desfachatez resulta en el retiro del apoyo popular hacia los líderes políticos. Esto lo vemos reflejado sea en encuestas, en menor receptividad en las redes sociales y, más tajantemente, en las acciones públicas que fracasan por falta de participación.

La dirigencia debe entender que el ciudadano venezolano ni es borrego, ni carne de cañón. Los venezolanos no tenemos paciencia ya para las sandeces, las mentiras y las improvisaciones. Éstos, o compensan la falta de altura política que han tenido en esta tragedia, o serán inevitablemente reemplazados por quienes sí la tengan y, antes de ello, ténganlo por seguro, enfrentarán el peor escarmiento de todos:

El silencio de un pueblo que los dejó atrás.

@jrvizca